Si no rinde no resuelve

Provisional canape (5/white). Corcoran Projects. 2000-2010. Artista: Ernesto Oroza.

Provisional canape (5/white). Corcoran Projects. 2000-2010. Artista: Ernesto Oroza.

En Cuba usamos otros verbos. La lucha cubana se diferencia del deporte inventado por los griegos. “No cojas lucha” se le dice desde hace décadas al que se obstina en el sufrimiento porque las cosas no funcionan bien. Esta persona puede ser llamada “luchosa” si vive estresado con la batalla diaria. Más dulce es la versión pequeña de este verbo. “Aquí, en la luchita”, es la respuesta de la resignación de quien pelea contra los elementos, que no son en Cuba los mismos que hundieron a la Armada Invencible, sino la pobreza y las dificultades para avanzar hacia cualquier lugar o estatus mejor.

“Estar en la lucha” es otra cosa. Denota la fina frontera entre lo lícito y lo ilegal. Luchar no es trabajar para el Estado. Está en la lucha el que tiene un bicitaxi, porque sabe que cualquier día se lo confiscan y le prohíben ser el único que da este servicio en La Habana Vieja y lucha el de la carretilla de frutas y vegetales, porque su negocio no es bien querido por los que administran y gobiernan. Lucha la señora que vende jabitas de nylon en la puerta de todos los comercios y el abuelito que aplasta latas de cerveza para vender como materia prima. Lucha el manisero que se juega la vida en los semáforos de La Habana para que los viajantes le compren un cucurucho en lo que pestañea la luz de roja a verde.

Los cubanos y las cubanas convivimos con frases y palabras que damos por corrientes y que son extrañas para el resto del mundo. ¿Qué significa para un belga o un danés la expresión “sacar los mandados”? Para nosotros es ir a una bodega a comprar por poco dinero lo que queda de lo que se daba por la libreta de abastecimiento. No es un trabalenguas pero sí es un enredo. Los mandados son en Cuba la canasta básica, desde que existe la cuota racionada por el Estado estos son los que se compran con la libreta, pero nadie en Cuba se refiere a la acción de ir a buscar lo que se vende cada mes como ir de compras, a la bodega vamos a sacar los mandados. Y si ves una cola de personas que hacen una fila nerviosa ante un mostrador, debes preguntar “¿qué sacaron?”.

En las tiendas donde sí se compra porque todo es caro las personas no escogen los productos por las marcas, las firmas, la caducidad, las vitaminas del comestible, la belleza del utensilio, sino por un valor que solo en Cuba he visto ponderar. En nuestra isla lo que se compra, sobre todo para comer, debe rendir. Rinde el picadillo que da más de una comida y la lata de sardinas que no viene vacía. Si compras con una moneda distinta a la que recibes como salario todo debe rendir, durar, resistir la escoba muchas barridas, los vasos muchas tomadas, el tete muchas chupadas.

No estamos preparados en Cuba para seleccionar. El mercado es veleidoso, sanguíneo, tiene vida propia en este archipiélago. Si vemos una cosa que buscamos no esperamos a encontrar otra mejor dispuesta o empacada porque sabemos que hay un tipo de queso crema, un tipo de salchichas, un tipo de papel sanitario, sobre todo un tipo a nuestro alcance. Si te arriesgas a no comprar hoy, mañana puedes escuchar otro verbo nacional. “Voló la harina” no significa que un viento del norte se la llevó en un remolino sino que la harina de trigo que ayer estaba en regimiento en los anaqueles, ya hoy no está, se acabó, se agotó en los almacenes.

Si la situación anterior perdura una semana entra en juego otro verbo mercantil cubano. “Está perdida” la harina, la mayonesa, la cebolla, denota la desesperación de los que debemos vivir sin cosas. No significa que hemos extraviado a la perdida papa, o a la traspapelada remolacha, sino que no se venden, no se encuentran en ningún mercado, nadie sabe por qué ni hasta cuándo.

Estos verbos nos han desentrenado para la vida moderna. En Cuba somos pobres pero algunos viajamos, con nuestra ropa vieja, con nuestra vergüenza de pobres orgullosos y dignos, sin saber qué hacer en aviones y hoteles y terminales y supermercados pero viajamos con suerte a alguna parte, a trabajar, y con todo pagado, a mirar y no tocar, a esperar que te inviten a almorzar o a mirar televisión en otro idioma pero viajamos de vez en vez, algún que otro afortunado, y no nos quejamos demasiado.

Mi madre que nada pide me pidió, por mucha insistencia mía, que le trajera de “afuera” un despertador, de esos que suenan para que nos levantemos y que por alguna razón misteriosa no se venden en Cuba o a veces están perdidos, tal vez para que nos quedemos en la cama y no chillemos.

En una tienda china en Italia, donde los cubanos podemos comprar algo, me sucedió lo inesperado. En un estante inmenso había decenas de tipos de despertadores, de diferentes tamaños, colores y precios y yo casi lloro porque no sabía cuál tomar. Para un cubano bastaba con uno y ese me hubiera hecho feliz.

Nosotros salimos a ver qué “resolvemos”. Resolver no es en Cuba dar fin a un contrato y solo a veces quiere decir solucionar un problema. Como no sabemos si aparecerá el huevo o el puré de tomate o la frazada o el detergente, cuando salimos a buscarlos frenéticos y de mal talante, no decimos que vamos a comprarlos sino que suspiramos, “deja ver qué resuelvo”.

«¿Resolviste?» es la pregunta a tu regreso. Pero tu forrajeo para ser un éxito debe servir para varios comensales y muchos días. Al fin y al cabo lo que se consigue si no rinde no resuelve.

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