No hay cosa más libre que el entendimiento humano; pues lo que Dios no violenta, ¿por qué yo he de violentarlo?
Sor Juana Inés de la Cruz
El viernes 23 de junio tuvo lugar en La Habana el encuentro entre la Asamblea de Cineastas Cubanos y representantes del Partido, el Gobierno e instituciones culturales como la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) y la Asociación Hermanos Saíz (AHS).
Asistieron Inés María Chapman, viceprimera ministra; Rogelio Polanco, miembro del Secretariado del Comité Central del PCC y Director de su Departamento Ideológico; Alpidio Alonso, ministro de Cultura; Ramón Samada, presidente del Icaic; Luis Morlote, presidente de la Uneac; Yasel Toledo, vicepresidente de la AHS y Fernando Rojas, viceministro de Cultura, quien compartió la mesa colocada sobre el escenario de la sala Chaplin y tuvo significativa participación en el encuentro y en algunos de los sucesos que lo precedieron.
Desde los preparativos para el intercambio, la Asamblea de Cineastas Cubanos ha puesto en acción la voluntad inclusiva declarada entre sus principios de funcionamiento. Ello motivó, en primer lugar, la negociación con el Ministerio de Cultura para ubicar el encuentro en una fecha posterior a la primera propuesta y para realizarlo en la sala Chaplin de la Cinemateca, en lugar del espacio que había sido pensado inicialmente.
En segundo lugar, la Asamblea favoreció la asistencia de los nuevos miembros incorporados a ella —a partir de la publicación de su declaración del 15 de junio— que pudieran asistir en persona; puesto que, aunque se plantea incluir la modalidad virtual en las sesiones plenarias, ello no se garantizaría de inmediato. No obstante, más tarde supe que algunos compañeros no alcanzaron a ser citados.
La reunión del 23 de junio, convocada para las 9.00 a.m., comenzó casi una hora más tarde. Fue denominada como un “encuentro de trabajo” por los representantes del Estado, el Partido e instituciones de la cultura referidos. Se habló repetidamente de diálogo y respeto, palabras que abundaron en la introducción realizada por Ramón Samada, Presidente del Icaic, quien actuó como moderador.
Al interés expresado reiteradamente por integrantes de la Asamblea por dejar registro electrónico de lo que estaba por suceder, mediante imagen y sonido o, al menos, mediante sonido, se opuso la petición de los representantes del Gobierno, también en voz también del presidente del Icaic, de que ello no ocurriera. Se invocó como argumento esencial que un registro tal debía contar con la autorización o aquiescencia de la(s) persona(s) en cuestión. El tema fue objeto sostenido de conflicto durante las primeras horas del encuentro.
Los representantes de la institucionalidad comenzaron por examinar y dar respuesta a lo expresado en la Declaración de Cineastas Cubanos de fecha 15 de junio, resultado de la sesión de la Asamblea realizada el propio día en el cine 23 y 12. El documento comienza denunciando la exhibición, en condiciones extraordinarias, del documental La Habana de Fito, de Juan Pin Vilar como ejemplo de lo que califica como conducta irresponsable de los funcionarios que sirven en las instituciones culturales.
A este particular se refirió el viceministro Fernando Rojas exponiendo en detalle cronológico los sucesos que antecedieron a la presentación televisiva del filme. La institución ofrecía por vez primera “información pública” sobre el tema a los cineastas, una de las insatisfacciones recogidas en la Declaración. Sin embargo, desde el punto de vista del auditorio, no resultó “satisfactoria” toda vez que, como respaldo de la exhibición del documental en la televisión cubana, Rojas citó una zona del articulado de la Ley de Derecho de Autor que, de acuerdo con el funcionario, alude a situaciones de excepcionalidad. Se remitió el viceministro a los artículos de la Sección Tercera, capítulo VI de la Ley 154/2022 “De los derechos del Autor y del Artista Intérprete”.
La excepcionalidad de la situación que nos ocupa, de acuerdo con su argumentación, estaba dada por dos referencias presentes en el documental a sendos hechos de la historia de Cuba post 1959 que resultaban lesivas a la sensibilidad de nuestro pueblo.
Ello habría determinado que un filme realizado por productoras independientes (Corporación FILM, La Rueda Producciones y X Pin Producciones) se exhibiera en la televisión pública representado por una copia —la que se encontraba en el Fondo de Fomento del Cine Cubano— que no corresponde a su versión final, aún no exhibida en Cuba y sin haber realizado su recorrido por eventos cinematográficos que corresponderían antes de su presentación al público general. Por demás, la exhibición no contó con la autorización de su realizador y su productor.
La presentación televisiva de La Habana de Fito se llevó a cabo en ausencia de sus realizadores y con comentarios críticos de un panel integrado por tres personas, práctica inusual en el espacio Espectador crítico del Canal Educativo.
No todos los presentes en el encuentro conocían el documental; por otro lado, el tema de cuánto ampara la legislación cubana la decisión tomada dejó más dudas que certezas. En las intervenciones posteriores los miembros de la Asamblea reiterarían su inquietud por la protección de los derechos sobre la obra.
A continuación, Juan Pin Vilar, director del documental, dio su versión de lo ocurrido y estableció sus puntos de vista, que incluyen el tratamiento por las vías legales de lo que el equipo de realización considera una violación de sus derechos.
A partir de entonces los presentes en la sala que desearon hacer uso de la palabra pudieron hacerlo sin límite de tiempo.
Las notas personales que tomé dan cuenta de más de veinticinco intervenciones en un abanico de voces de todas las generaciones presentes, sin excepción, y donde aparece buena parte de la multiplicidad de oficios que participan en la producción cinematográfica: guionistas, directores, asistentes de dirección, productores, editores, actores, sonidistas, críticos, directores de casting, directores de festivales, promotores…
Cineastas cubanos suman nuevos nombres a su declaración y ofrecen “aclaraciones necesarias”
Los discursos fueron honestos, claros, ajustados al tema y expresados con firmeza. Me impresionó la altura intelectual y cívica del auditorio. Los reclamos fueron hechos no estrictamente desde el cine, sino que, de manera orgánica, sin impostación ni esfuerzo, se abrieron a Cuba y a los cubanos sin ceñir esta condición a la residencia en la isla.
Además reparé en la educación política que los caracteriza y que se hizo particularmente evidente en los más jóvenes. Me refiero al conocimiento sobre los derechos ciudadanos y los deberes de las instituciones públicas, políticas y del Estado, y a la objetividad de esa mirada en este universo de personas. Son individuos que han acerado la intención y la palabra en el curso de una contienda sostenida por años.
Ante el pronunciamiento insistente del viceministro Rojas de que no ha habido censura, se levantaron una y otra vez las referencias a los avatares sufridos por sucesivas ediciones de la Muestra Joven Icaic, hasta provocar su desaparición. Se enumeró la pléyade —puesto que ya lo es— de cineastas cuyas películas no son exhibidas de ninguna manera en el país, incluso cuando la obra de marras resulte inobjetable hasta para el más obcecado “comisario” político. Censura con el mero propósito de castigar un comportamiento.
Varias voces hablaron en términos “del derecho del pueblo cubano a conocer el cine que hacemos”, mientras otro joven pedía “ayuda” para no querer irse de Cuba.
Se insistió en la urgencia de que las instituciones abrieran el diálogo con sus artistas fuera de Cuba también en el mundo del audiovisual.
Se habló sobradamente de la relación entre el cine, en particular el cubano, y su realidad y de la necesidad de reconocer la complejidad y riqueza de esta, así como de aceptar la existencia de una multiplicidad de miradas. Se trató con prolijidad el tema de la programación (exhibición) de los productos audiovisuales mientras se formularon diferentes propuestas para garantizar un consumo inteligente y crítico, de modo que hubiese espacio para mostrar todo el cine.
Es decir, que se opinó hasta la saciedad acerca de la urgencia del diálogo regular y cotidiano, en todos los espacios e instancias, de ese que conjura suspicacias y cierra filas al oportunismo.
A estas alturas uno tiene que preguntarse cuánto colabora la creación artística en la cultura de una nación; de quién y para quién es esta sensible dimensión de la vida social y cuál es la exacta responsabilidad —los límites— de aquellos a quienes se ha entregado la delicada misión de administrar la cultura.
Tras las intervenciones desde la Asamblea de Cineastas hablaron los representantes oficiales. A excepción de la vice primera ministra Chapman, los respectivos discursos no estuvieron a la altura de lo acontecido.
Para colmo, no resultó pertinente la declaración publicada —poco después de concluido el encuentro— sobre estas extensas e intensas horas de exposición de ideas y sentimientos (Información del Ministerio de Cultura). Entiendo que a los miembros de la Asamblea de Cineastas que vivieron la experiencia les resulte un documento ajeno y decepcionante, con el tono burocrático de frases hechas que nada tienen que ver con ningún preciso y concreto acontecer.
Viene a mi memoria la interpelación directa —tan llana como otras que allí se hicieron— de un joven a los integrantes de la mesa. Preguntó si los revolucionarios no podían pedir disculpas, excusarse cuando cometen un error.
El diálogo es una aplicación de la cultura. Su práctica supone un repertorio común de signos y significados, además de la voluntad por extender el conocimiento sobre algo y poner en acción la capacidad de empatía.
Este ejercicio de diálogo no contó con el moderador adecuado. La función le fue exigida al presidente del Icaic, hasta que un suceso inesperado se encargó de poner en evidencia la contradicción.
Estos acontecimientos vienen produciéndose en un medio creador en el que la producción hace años rebasó los marcos de la institución Icaic y no responde ya a aquel pensamiento organizador y estructurante. Son estas precisamente las razones que vuelven legítima e indispensable la nueva mirada que incluya, entre otros dispositivos y visiones, la nombrada Ley de Cine que los cineastas vienen proponiendo con lucidez quintaesenciada desde hace casi una década.
Me pregunto si, desde la dirección de los destinos del país, se va a colocar también esta ocasión dentro de la serie de oportunidades perdidas, dentro de la secuencia de esos raros momentos en que es dado tocar lo que se llama el alma de la nación y, sin embargo…
Viene en mi auxilio la imagen. El cine escuece. Sana. Salva.
El cine salva.