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Para expresarse a través del arte hay que tener confianza en uno mismo, o al menos aparentarla. Esto es difícil porque para avanzar y progresar debemos mantenernos críticos con el trabajo, así como recibir y asimilar opiniones, hechas desde el cariño o desde la peor de las malas intenciones. Entonces, ¿cuál es el balance y la línea que separa la confianza en uno mismo de la arrogancia y la humildad de la infravaloración?
Me viene a la mente cada vez que veo a un joven intérprete frente a una orquesta. Situación que puede ser extremadamente intimidante, incluso para quien está acostumbrado. Y es que el buen solista debe caminar con la cabeza en alto, mostrar confianza, decisión, incluso liderar, aunque por dentro se esté muriendo. Sin embargo, para un estudiante, por ejemplo, después del concierto, con la misma fortaleza y estoicismo que afrontó pararse en frente de una audiencia, debe afrontar la charla con el maestro. Esa que viene después del “felicidades, después hablamos…”.
Debemos tener la confianza para dar lo mejor de nosotros, con la certeza casi absoluta de que nos van a destrozar después (y además por nuestro bien). Porque sin dudas la crítica responsable nos hace mejorar.
En nuestros años de formación las buenas presentaciones son maravillosas, motivadoras, pero si encima sacamos una enseñanza de ellas, aunque no hayan ido tan bien como esperábamos, resultan invaluables.
Lograr equilibrio en la vida no es tarea fácil. Muchas veces resulta más simple pecar de extremista. Porque para crear un buen balance hay que invertir tiempo en pensar, en analizar, en ser crítico, y a veces en el día a día es más fácil dejarse llevar por la inercia.
Cuando comencé mi proceso de “cambio de técnica” o “replanteamiento de algunos principios mecánicos en el piano”, tuvo un impacto bastante fuerte en la poca confianza escénica que tantos años me había costado ganar. Porque, para mejorar, me enfoqué únicamente en mis deficiencias y en cambiar principios básicos que hicieron que, por un tiempo, no me saliera nada.
Mirando hacia atrás, puedo decir con confianza que fue un mal necesario, no porque ya no me quede trabajo por delante, al contrario, sigo teniendo mucho que mejorar. Pero, a medida que fui avanzando, me di cuenta de que centrarme en este trabajo, aparentemente básico, me ha hecho una mejor artista y además persona, y que vale la pena mostrar ese proceso con la cabeza bien en alto, aunque el resultado siga lejos de ser perfecto (nada lo es).
A veces en la vida conviene un poco de terapia de choque; quizás hay que girarse hacia un extremo para restaurar cierto equilibrio; exagerar. Siempre con el cuidado de no pasarse porque, volviendo al principio, lo que hace efectivas estas cuestiones complicadas es que no se pueden dejar a la comodidad de la inercia y hay que trabajar en ellas de manera constante y consistente.
Hace poco vi un video de una muchacha hablando de cómo los trastornos alimenticios y específicamente la adicción a la comida eran de las peores que existen. Esto es porque, a pesar de que cualquier tipo de adicción puede ser increíblemente complicada, a diferencia del tabaco y el alcohol, dejar de comer no es compatible con la vida. Así que cualquier persona que ha lidiado alguna vez con este tipo de problemas debe trabajar en cambiar su relación con aquello que le hace daño, que, en mi opinión, puede llegar a ser más difícil que eliminarlo por completo.
En la vida del intérprete específicamente, el balance se encuentra en la dualidad entre estudiar y tocar ante un público. El estudio es el momento de cuestionarse y replantearse todo; de trabajar en las piezas y en nosotros mismos; de dudar, de descubrir, de construir, para que así, el día de presentarnos, aunque a veces suceda en medio de este proceso, podamos mostrar una propuesta sólida y hacer un buen papel, siempre dejando espacio para mejorar.
Al final el equilibrio no es un destino, sino un camino en constante evolución. En realidad, no existe una medida perfecta entre la humildad y la confianza, sino una que nos funcione a cada uno de nosotros y nos permita desarrollarnos como artistas y personas. Tal vez lo más importante sea aceptar que esa grisura o insuficiencia de la que hablo no es ser mediocre ni indefinido, sino un espacio fértil que nos permite crecer.