Vengo a hacer la historia del día en que una persona, cuyo nombre no mencionaré, casi arruina un concierto. Pero antes de explicar esa premisa tan provocadora contaré la historia desde el inicio.
Todo se remonta a un nublado día de septiembre, el jueves 26. Las clases se habían cancelado una vez más por el mal tiempo del miércoles que, parecía, iba a continuar. Sin embargo, la lluvia se quedó en promesa.
Lelya Bayramoğullari, una célebre flautista turca, tenía programado un concierto durante su corta visita a La Habana, en medio de numerosas clases magistrales, para deleitarnos, junto a la flautista Niurka González y a la pianista María Victoria del Collado, nada más y nada menos que con un repertorio de su tierra, con algún que otro guiño cubano. Era una oportunidad de lujo para conocer parte de una gran cultura a través de su música, interpretada de la manera más auténtica.
Objetivamente era un mal día para un concierto. Esperar que hubiera quien dejara el calor de su casa en un día así para aventurarse en las profundidades de La Habana Vieja, sumado a la precaria situación del transporte público, era un deseo ambicioso. Pero es en esos momentos, cuando todo parece perdido, que la vida nos da las mejores sorpresas.
Fue así como, para nuestro asombro, mientras esperábamos 15 minutos pasadas las 6 para que llegara más gente y ciertas personalidades, la sala fue llenándose poco a poco, contra todo pronóstico. Nunca llegó a repletarse, pero teniendo en cuenta el clima y la cantidad de personas que asistieron, estaba claro que si el día hubiera sido soleado habríamos tenido sala llena.
El programa comenzó con “Quiéreme Mucho”, de Gonzalo Roig, a dos flautas y piano, bellamente interpretado a pesar de no ser el mejor arreglo. Niurka estuvo perfecta como siempre, con su bello sonido y su apasionada proyección escénica (nótese el vínculo familiar, pero también la sinceridad). Le siguieron 3 piezas de compositores turcos del siglo XX: Ismail Dedeefendi (“Yine Bir Gülnihal”), Fazil Say (Ballade No.2) y Yalçin Tura (“3 Vals”).
Llegados a este punto del concierto podría decirse que la música turca es fácil de escuchar; llena de melodías líricas y armonías bellas. Tenía lo justo de “contemporáneo” para que se sintiera actual, sin salirse demasiado de las convenciones auditivas que permiten que una obra se disfrute sin esfuerzo.
Luego llegó el momento del piano solo. María Victoria nos interpretó la “Berceuse Campesina” de Alejandro García Caturla, un clásico del repertorio pianístico cubano de la primera mitad del siglo XX. Fue una verdadera delicia —y un aprendizaje— escuchar a esta maestra tocar una pieza que pertenece a mi repertorio. El control que tenía sobre los trinos, cómo los crecía y decrecía, era una oda a la exquisitez y al trabajo minucioso.
Después de este paréntesis pianístico, Lelya se reincorporó al escenario para interpretar una obra de Ilke Karcilioğlu (“Sa-na-ne”), seguido por “Devotion-Güzelliğin On Par’etmez” de Özge Gülbey Usta, “Kosu”, de A. Sait Karabulut, y Tres Canciones Folclóricas Turcas (“Santuri Ethem”, “Bey Kemani”, “Kevser Hanim”) con arreglos de Yusuf Yalçin, ya junto a la pianista. Esta parte del concierto fue mucho más rítmica, nos permitió disfrutar de contratiempos y tempos animados. Culminaron la presentación con un encore a dos flautas, casi como el formato inicial, esta vez sin piano.
La flautista turca tenía un sonido muy bonito; pero, más que la calidad del sonido, me impresionó el dominio y control que tenía sobre este, podía cambiar de técnicas y formas de proyectar como si fuera fácil. Escogió un repertorio muy bello para el concierto, variado, diverso. Fue una introducción preciosa a las raíces turcas a través de la música.
María Victoria Del Collado (Vicky), la maravillosa pianista con la que nuestra querida invitada tuvo el privilegio de compartir, es una de las mejores especialistas en el repertorio de música de cámara en la isla. Tan solo sentarse a escucharla, verla ensayar, o incluso leer el repertorio, supone una clase magistral para todo estudiante de piano.
No cometamos el error de subestimar la música de cámara, o de llamarla “acompañamiento”, porque no podría estar más errado. Vicky es la base armónica que apoya toda la estructura de la pieza, con contracantos y solos. Imprescindible y protagónica en los momentos justos. Esto es tan solo una prueba más de su maestría. Tanto así que, a pesar de haber recibido las partituras pocas semanas antes del concierto (muy poco tiempo para aprenderse un nuevo repertorio y, peor aún, montarlo en solo dos ensayos con un músico con el que nunca has tocado), al final de la 3ra pieza, momento cumbre de la obra, cuando a la muchacha encargada de pasarle las páginas se le resbaló toda la partitura para el piso y rápidamente la volvió a colocar… ¡al revés!, Vicky no falló una nota.
Eso no puede hacerlo cualquier pianista, solo una extraordinaria como ella puede mantener la compostura ante semejante imprevisto y continuar como si nada. Definitivamente lo manejó mucho mejor que la muchacha, quien no era otra que… esta servidora. Me puse tan, pero tan nerviosa que el resto del concierto evité mirar a la primera fila, donde estaba casi toda mi familia. Qué vergüenza.
Gracias a esta posición de pasadora de páginas no solo tuve la oportunidad de admirar de cerca el trabajo de Vicky, sino de ver las partituras. Algunas, como la penúltima pieza, estaban muy bien escritas desde el punto de vista pianístico y esto hizo que fuera una de mis favoritas. Hay algo maravilloso en escuchar con el texto delante; nos permite darnos cuenta de detalles difíciles de percibir en una primera escucha. El concierto se disfruta diferente.
Al bajar del escenario pude ver caras felices, algunas más familiares que otras. Felicitaciones iban y venían, entre algún que otro chiste sobre mi accidente. En cuanto al concierto, para mí, la estrella de la noche fue nuestra querida Vicky. Ella fue, en aquel día lluvioso, el arcoíris después de la tormenta.
Excelente. Muy bien escrito.