Rusia acaba de dar una nueva vuelta de tuerca contra los derechos humanos, en este caso en particular contra el colectivo LGTBIQ, con una nueva versión de la llamada “ley contra la propaganda gay”.
La Duma de Estado (Cámara Baja del Parlamento ruso) aprobó la controversial ley –ahora solo pendiente de su ratificación por el Senado y el presidente– que prohíbe la propaganda LGBTIQ, de la pedofilia y del cambio de sexo, en la publicidad, los medios de comunicación, los libros, las películas y los servicios audiovisuales.
A partir de su entrada en vigor, la publicidad dirigida a cualquier edad, “no debe contener información que promueva o muestre relaciones y/o preferencias sexuales no tradicionales, pedofilia, cambio de sexo”.
Uno de los principales promotores, el presidente del Comité de la Duma para la Información, Alexandr Jinshtéin, indicó que el documento “engloba todos los medios de difusión de información, incluidos los juegos de ordenador.”
Según la agencia Sputnik, la nueva ley “prevé multas enormes por la difusión de ‘información que promueva o muestre las relaciones y/o preferencias sexuales no tradicionales, pedofilia, cambio de género’. Las infracciones implican multas de hasta 10 millones de rublos (más de $165.000) en el caso de personas jurídicas, y deportación para extranjeros.”
De este modo se penaliza todo lo que se quiera interpretar como “propaganda” dirigida a cualquier edad, y no solo a los menores, como era hasta el momento.
De hecho, varios activistas y organizaciones pro derechos humanos han denunciado que implicará una prohibición casi total de la representación de esta comunidad, incluidas las muestras de afecto en público y cualquier tipo de apoyo a sus derechos, lo que exacerba la homofobia ya entroncada en la sociedad rusa.
Más allá, incluye cualquier otro tipo de información que muestre relaciones sexuales no tradicionales y lo que denomina “perversiones”, y mete en el mismo saco la homosexualidad, la pedofilia y hasta el adulterio.
Contra la literatura
El nivel de absurdo se pudo constatar el pasado mes de octubre, cuando la Unión de Libros rusa pidió al diputado Jinshtéin que revisara una serie de obras de la literatura clásica en busca de propaganda sobre relaciones sexuales no tradicionales, pedofilia, drogadicción, suicidio y adulterio, entre ellas Romeo y Julieta y Ana Karenina.
“Le pedimos que explique si las siguientes obras, incluidos los clásicos que forman parte de la lista para estudios escolares, promueven la negación de los valores familiares”, dijo entonces el vicepresidente de la Unión de Libros, Leonid Palko, en un mensaje.
En particular, se solicitó entonces estudiar la presencia de propaganda sobre el suicidio en Romeo y Julieta de William Shakespeare y la propaganda sobre el consumo de drogas en Morfina, de Mijaíl Bulgákov. La novela de León Tolstói Ana Karenina era sospechosa de contener propaganda sobre el adulterio, mientras que El Don apacible, de Mijaíl Shólojov, fue acusado de promoción de la violencia sexual y Los Endemoniados, de Fiódor Dostoevski, de seducción infantil. La novela Lolita, de Vladímir Nabókov, según Palko, debería analizarse por propaganda de la pederastia.
Aunque la respuesta de Jinshtéin fue que “no se planeaba” incluir los clásicos en la prohibición, el hecho muestra por dónde van los tiros en la sociedad rusa.
Operación especial sobre las mentes
La ley llega en medio de la llamada “operación militar especial” en Ucrania y, según varios parlamentarios, está directamente relacionada, ya que debe ayudar a Rusia a vencer en su enfrentamiento con el “nuevo orden mundial” impulsado por Occidente.
“Una operación militar especial no sólo tiene lugar en el campo de batalla, sino también en la mente de las personas. (…) Rusia es un reducto de protección y preservación de los valores tradicionales. Se está produciendo una verdadera revolución LGBT en Occidente”, dijo Jinshtéin durante una de las lecturas de la ley en la Duma. El político llegó incluso a afirmar que “los políticos de Occidente piden hoy la legalización de la pederastia”.
En el propio campo de batalla, los llamados a luchar contra los “satanistas” occidentales parecen ser frecuentes. A principios de octubre el principal canal de la televisión rusa mostraba y elogiaba el discurso motivador que le ofrecía a sus tropas el comandante checheno Apti Alaudinov, quien aseguraba que luchaban “para que a sus hijos no les obligaran a ser LGBT e ir a los desfiles gays”.
En una de las anteriores lecturas del proyecto de ley aprobado ahora por la Duma, el renombrado clérigo ultraconservador y bloguero Andrei Tkachev comparó la legislación con una gran victoria militar: “Cuando esta guerra termine, la guerra espiritual no terminará. Dios da la victoria, pero no a cualquiera, sino a aquellos que son moralmente dignos de aceptarla”, afirmó.
El propio presidente de la Duma Estatal, Viacheslav Volodin, comparte plenamente estas ideas. “Con la salida [de Rusia] del Consejo de Europa, las exigencias para legalizar los matrimonios entre personas del mismo sexo se han convertido en cosa del pasado. Los intentos de imponer valores ajenos a nuestra sociedad han fracasado”, escribió en su perfil personal recientemente.
Pero este no es un fenómeno nuevo, ni que se iniciara con la guerra en Ucrania. Es una cuerda que se ha ido tensando durante los últimos años, tras un período de ciertas libertades. El presidente Putin ha sido el principal abanderado de esta corriente homofóbica.
Lo cierto es que al colectivo LGTBIQ de Rusia le esperan tiempos aún más difíciles en lo adelante, en los que soñar con derechos básicos como pudiera ser vivir libremente su sexualidad, o simplemente “salir del clóset”, seguirán siendo una quimera.
Propaganda antirusa.