A mí me encanta coser, tejer y bordar, labores de señorita, como se decía en el tiempo de antes, aunque ahora se sabe que muchos hombres se apasionan por estas tareas. Mi bisabuela Isolina enseñó a mi mamá y ella me enseñó a mí. Desde niña hacía mis cositas, pero cuando más bordé fue durante la pandemia, cuando estaba embarazada. Hay una sabanita de la Princesa Mononoke que nunca logré terminar porque se me atravesó el parto y ahí quedó, a la mitad, hasta que algún día logre terminarla para un nieto quizá.
Cuando bordo pienso en las cosas simples de la vida, pienso en los colores y sus posibles combinaciones, en la perfecta sucesión de los días y las noches. El tiempo de bordar es un tiempo de inocencia y, como dice mi tía Clara, las cosas en la vida hay que hacerlas con inocencia.
Cuando me siento con la aguja y el tambor a estampar colores sobre la tela blanca, es lo más puro y hermoso que hago en el día. Yo bordo por entretenimiento, para regalar y para complacer a mi niño chiquito cuando quiere un pulóver de La Patrulla Canina y no se lo puedo comprar. Yo no creo nada, la verdad, solo busco una imagen en internet, la imprimo y la calco sobre la tela. Lo que hago es un fraude artesanal; pero a mis hijos les gusta y para mí es como una especie de yoga manual. Pero hay quien hace arte con las manos, quien ha puesto todas sus energías y su inteligencia en esa cultura ancestral que son los saberes manuales.
Gabriela Ramos es una de las bordadoras más genuinas y creativas que he visto. Es alguien a quien se le conoce anticipadamente por su trabajo, aunque nunca la hayas visto. A tejer le enseñó su abuela Myrna. A bordar le enseñó la suegra de su papá. Se llamaba Marina. Junto a ella hizo sus primeras puntadas de relleno, ella le regaló sus primeros hilos y su primer aro. Pasaron años sin que volviera a bordar en serio. Y en algún lugar del armario está guardado aquel pedazo de tela con el dibujo que nunca terminó.
Cuando la pandemia, Gabriela hizo su primer atrapasueños tejido a crochet para regalárselo a su tía. Con ese gesto de amor se abría para ella un camino de experimentación en el que un entretenimiento podría convertirse en una fuente de ingresos: sus atrapasueños gustaban.
Ella les ponía todas sus buenas vibras y también cintas, cuentas y adornos, para proteger de las pesadillas a los durmientes. En aquella época también hizo aretes tejidos. Y fue explorando en el negocio de los textiles y los accesorios. Por el camino fue aprendiendo puntadas nuevas. Hoy es una artista del bordado, y los aretes que hace son reconocibles en cualquier lugar.
En 2021 creó su marca, Anancy. Aunque se ha especializado en aretes, también ha incursionado en la confección de carteras y ha colaborado con otros creadores. Ha expuesto sus trabajos en Fábrica de Arte, ha participado en ferias y bazares de artesanías. Sus creaciones acompañaron la colección Raíces de la marca cubana Innatus en la Semana de la Moda en Torino en junio, gracias a la colaboración con otra artista del bordado: Dalila Gómez, creadora del Proyecto Madeja.
Pero el verdadero éxito de sus confecciones se comprueba en el día a día, cuando te cruzas con alguien en la calle que lleva unos aretes parecidos a los tuyos y no cabe duda de que ambos salieron de las manos de Gaby.
Ella es licenciada en Historia del Arte y trabajó por años en Casa de las Américas y en la Facultad de Artes y Letras como profesora, ahora solo se dedica a su mayor pasión, que intercala con el tiempo de maternidad. Los hilos le han ganado la batalla a sus otras profesiones. Con el bordado y el tejido puede experimentar, soñar, mantenerse económicamente y proyectar un futuro para su hijo Renato que sale de sus propias manos.
Gaby siempre está atareada, haciendo sus grandes proyectos para exposiciones e intercalando pequeños encargos para los amantes de sus aretes. A veces se aburre, cuando le hacen encargos muy grandes de un solo modelo. No soporta trabajar en serie, por eso siempre trata de alternar entre una cosa y otra.
Ella tiene que invertir en materiales y también en su salud. Cuando empezó a bordar no usaba espejuelos; ahora sin ellos no puede trabajar. Hay que estar pendiente de no sobrecargar los brazos o la cervical.
Gaby tiene su rincón para bordar, donde la escoltan plantas, sus hilos, un dibujo de Renato y algún que otro juguete fuera de lugar. Entra el sol por una ventana y eso le carga las pilas, aunque el barrio esté en apagón.
Trabaja con retazos de telas recicladas y con un pedacito puede bordar sin el aro, si no es de mucha complejidad el diseño. Con un trocito de tela ella hace una delicadeza y con lo que le sobra rellena las cajitas donde echa los aretes una vez terminados. Ella misma hace las cajitas de papel y les pone una notica con una letra lindísima, como las del tiempo de antes.
Lo más hermoso de sus aretes es la delicadeza, la suavidad de cada puntada, el detalle hermosísimo de saber que cada pieza es única. La ligera imperfección en las líneas denota la autenticidad y el valor del bordado.
Gaby está en un grupo de WhatsApp que se llama Comunidad de Bordadores Cubanos. En este espacio virtual de cooperación e intercambio están incluidos bordadores de Santiago de Cuba, Holguín, Ciego de Ávila, Sancti Spíritus, Matanzas y La Habana. La mayoría son mujeres, exceptuando a Adrián Carmona, artesano espirituano que trabaja el bordado y la roseta canaria. A través del grupo se hacen invitaciones, se comparten los trabajos y se sueña con un evento que agrupe en presencia a los bordadores de Cuba, donde pueda apreciarse la diversidad de estilos y técnicas. Como todo es tan difícil en estos tiempos, el encuentro es un proyecto que espera por algún mecenas que lo ampare y gestione transportación y hospedajes de los participantes. Fábrica de Arte, como siempre adelantada a su tiempo, les prometió espacios para que sesionen talleres, expo ventas y desfile. Ojalá no esté lejos el día en que se haga para que se unan todas las manos que engendran la maravilla.
Ojalá que el rinconcito de donde salen los aretes de Anancy siga siendo acogedor e inspirador, para que sus bordados sigan viajando el mundo. Por mi parte, que soy clienta común y corriente, sus aretes han llegado hasta China, Venezuela, México, Guatemala y Ecuador. Los he mandado de regalo a familiares y amigos como muestra de elegancia y buen gusto, como un producto Hecho en Cuba por las manos de una madre joven y talentosa que persiste en defender la belleza.