La Casa Blanca hierve de conspiraciones y traiciones mientras los colaboradores buscan al filtrador anónimo. El presidente se siente asediado por sus verdugos –Bob Woodward en particular lo vuelve loco–, hace crecer su propia versión de una lista negra de enemigos y musita en voz alta si debe despedir a su secretario de Justicia, al fiscal especial o a los dos.
Desde hace meses, el gobierno de Donald Trump y sus escándalos traen un olorcillo a Watergate que invita a la comparación con los personajes y delitos de la época de Richard Nixon, pero esta semana la historia no se limitó a una repetición: salió del basural hecha carne nuevamente.
Ahí estaba otra vez el viejo asesor de Nixon, John Dean, declarando en el Congreso acerca de un cáncer en la presidencia.
Casi cada problema de Trump tiene un paralelo con Watergate.
El fiscal especial Robert Mueller dirige una investigación independiente provocada por una irrupción en el Comité Nacional Demócrata, el mismo hecho que destapó la gusanera de Watergate, aunque en este caso el robo fue digital y vinculado con el Kremlin, no con la Casa Blanca.
El presidente Richard Nixon ordenó a su secretario de Justicia y luego al subsecretario que despidieran al fiscal de Watergate; ambos se negaron y renunciaron en lo que ha pasado a la historia como la Masacre del Sábado por la Noche, pero que no demoró por mucho tiempo la investigación ni la caída de Nixon. Trump despidió a la secretaria de Justicia en funciones y al director del FBI James Comey, lo que dio lugar a la investigación de Mueller que lo persigue desde hace más de un año.
Algunos de los mismos periodistas de entonces –Woodward y Carl Bernstein, quienes sacaron a la luz el robo en el Watergate– son los que enfurecen al presidente de ahora.
“Agente demócrata”, dijo Trump sobre Woodward. “Idiota degenerado”, dijo sobre Bernstein, quien colaboró con una nota para CNN acerca de la investigación de la injerencia rusa que según el presidente es “una mentira enorme”.
“Todos tratan de derribarme”, dijo Trump a un colaborador según el nuevo libro de Woodward, llamado “Fear” (miedo). El libro describe una tragicomedia en la Casa Blanca en la que los principales asesores califican al presidente de “idiota”. En la época de Nixon, su lugarteniente Henry Kissinger llamaba al jefe “mente de albóndiga” a sus espaldas.
La diferencia es que en esa época no existía Twitter y el presidente de Estados Unidos no ventilaba sus pensamientos íntimos aunque pudiera hacerlo.
“Este es un presidente que dice públicamente las cosas que sabemos por grabaciones que Nixon decía en la intimidad”, dijo el historiador Timothy Naftali, un exdirector de la biblioteca presidencial y museo Richard Nixon. “Es como si Trump se debatiera públicamente con la historia de Watergate. Es el presidente quien invita a buscar estos paralelismos”.
La lista de nombres a los que Trump considera enemigos es evidente en su cuenta de Twitter. Incluye antiguos adversarios políticos, su propio secretario de Justicia, su predecesor y exfuncionarios de seguridad nacional a quienes amenaza con quitarles el acceso a información confidencial.
A ésta se suma ahora un alto funcionario anónimo, autor de una columna de opinión en el New York Times que califica al presidente de amoral. El autor habla de un “Estado firme” dentro del gobierno que trata de contener los impulsos erráticos de Trump, una descripción que roza la del “Estado profundo” que según el presidente resiste sus medidas. Trump dijo el viernes que el Departamento de Justicia debería averiguar la identidad del autor anónimo.
En la época de Nixon, un memorando de la Casa Blanca fechado el 16 de agosto de 1971 se preguntaba “cómo podemos utilizar la maquinaria federal disponible para fastidiar a nuestros enemigos políticos”. Se pensó en acusaciones penales, juicios y la denegación de subsidios y contratos y se pidió a los fieles que aportaran nombres a la lista.
La lista de enemigos de Nixon fue redactada por Dean, el abogado apañador que abandonó la lealtad a Nixon y que luego ayudó a derribarlo de la presidencia. Los demócratas le pidieron que compareciera en las audiencias del Senado sobre la Corte Suprema en calidad de experto sobre el poder ejecutivo. Se presentó como un hombre más rico en años y experiencia.
“Hay mucho que temer de parte de un presidente desenfrenado que está dispuesto a abusar de sus poderes”, dijo Dean. “Es un hecho del que puedo dar fe por experiencia personal”.
Como asesor jurídico del presidente, Dean dispuso que se pagara a los ladrones que entraron a las oficinas demócratas en el edificio Watergate en busca de material que ayudara a la reelección de Nixon en 1972. Dean participó en el encubrimiento de la culpabilidad de Nixon hasta que rompió relaciones con él y declaró ante la comisión Watergate del Senado. Su testimonio resultó fulminante: fue condenado a cuatro meses de cárcel por obstrucción de justicia y Nixon renunció ante la amenaza de una destitución mediante juicio político.
La contraparte parcial de Dean es Michael Cohen, el exabogado personal del presidente que dispuso pagar sobornos a mujeres que dicen haber tenido relaciones sexuales con Trump.
Cohen se declaró culpable de ocho cargos penales y dijo en una corte federal que violó las leyes de financiación de campaña como parte de un encubrimiento ordenado por Trump, algo que el presidente niega.
Otro equivalente posible es Don McGahn, el asesor jurídico de la Casa Blanca que ha cooperado con los investigadores y que ha declarado durante horas. Todavía no está claro si el material entregado por McGahn perjudica al presidente.
Trump no está acusado de delito alguno y la serie de condenas de colaboradores de campaña obtenidas por Mueller no han revelado que exista colusión entre Moscú y el equipo de campaña de Trump. No hay pruebas contundentes.
Hasta el momento, los paralelismos con Watergate son parciales, dice Naftali.
Sin embargo, “el manual de Nixon de juego sucio, abuso de poder y espionaje político es una fuente útil de preguntas para cualquier investigación de una presidencia impulsiva, errática y potencialmente penal”, dijo. “Estaremos atentos. La presidencia de Nixon nos enseña cómo evitar que nuestros presidentes hagan lo que hizo Nixon”.
AP / OnCuba