El suceso político más esperado del momento es la elección presidencial estadounidense de este 8 de noviembre, que llevará al poder al inquilino número 45 de la Casa Blanca. Han sido meses de gran expectativa, aderezados con la espectacularidad política y mediática de la carrera por la nominación partidista, que resultó en la contraposición de Hillary Clinton y Donald Trump.
Pero aunque nos separan solo un día de que caigan los globos sobre el sucesor de Barack Obama, la maquinaria electoral estadounidense trabaja desde hace tiempo, con un funcionamiento mucho menos simple de lo que parece.
Los primeros momentos ya los vivimos: caucuses, primarias, Trump como broma, convenciones partidistas, los “e-mailscándalos” de Hillary, Trump como un hecho; en fin, todo un ir y venir de situaciones que desembocó en el escenario actual.
Ahora llega el momento final, donde se supone que los protagonistas son los ciudadanos estadounidenses comunes: llega la hora de elegir quién será el presidente. Digo “se supone”, porque realmente la elección del “líder del mundo libre” no está en manos del pueblo norteamericano, al menos no directamente.
En este momento, quienes realmente se llevan las palmas son los colegios electorales. La Constitución de los Estados Unidos de América establece que la elección del poder ejecutivo está en manos del Colegio Electoral, organismo concebido por los Padres Fundadores (Founding Fathers) desde los primeros años del surgimiento de las Trece Colonias.
“La función del ‘Colegio de Electores’ en la elección del presidente, se puede comparar con la que realiza el Colegio de Cardenales en la Iglesia Católica Romana para elegir al Papa. La idea original fue que los individuos más conocedores e informados de cada Estado seleccionaran al presidente, basándose solo en sus méritos y sin considerar de qué Estado era originario o de qué partido político”, al decir de Willian Kimberling, en su libro The Electoral College.
A lo largo de la historia, el diseño del Colegio Electoral ha mutado en varias ocasiones, con un primer modelo contenido en el artículo II, Sección 1 de la Constitución y luego modificado con la XII Enmienda a la Constitución Americana debido a la irrupción de los partidos políticos en la escena pública del país.
No obstante, a pesar de las disímiles variaciones que ha sufrido la forma en que se eligen los electores presidenciales, las funciones y características fundamentales del Colegio electoral siguen siendo las mismas.
Hoy día, el Colegio Electoral es un órgano compuesto por 538 compromisarios (o electores) en representación de los 50 estados de la federación y el Distrito de Columbia. Pero, ¿cómo funciona esto realmente?
La cantidad de compromisarios asignados a cada estado se determina por el número de senadores y representantes de dicho estado en el Congreso. Este número puede variar, aunque la cifra de senadores es invariable e idéntica para todos los territorios; o sea 2, pues los representantes están en correspondencia con la población del Estado, por lo que el número asignado de estos funcionarios públicos dependerá de los datos arrojados por los censos nacionales celebrados cada diez años.
Estos compromisarios son elegidos por los partidos siguiendo las disposiciones determinadas por los Estados para esta actividad, que en la mayoría de los casos establecen que dicha responsabilidad recae en el cuerpo electoral, con la exclusión previa de los diputados, senadores y funcionarios federales.
Por esta razón los partidos políticos además de presentar a las elecciones su propuesta de Presidente y Vicepresidente, deben incluir un listado de los candidatos a compromisarios en cada uno de los Estados.
Por lo general, los partidos políticos eligen los compromisarios electorales en sus convenciones nacionales partidistas, aunque existen casos en los que los electores son elegidos por los comités estatales de los partidos.
Durante la jornada electoral, celebrada el primer martes luego del primer lunes de noviembre, la ciudadanía se dispone a votar por una de las dos candidaturas presidenciales designadas por cada partido mayoritario en su Convención Nacional.
También están presentes las candidaturas de partidos minoritarios y candidatos independientes, pero la práctica ha demostrado que no cuentan con posibilidades reales de ser elegidos, pues en todas las elecciones presidenciales celebradas cada cuatro años desde 1856 hasta la fecha no han demostrado tener la más remota oportunidad de conseguir un puesto en el despacho oval.
Un aspecto curioso respecto a este día del calendario electoral, es que la ciudadanía ejerce una “votación doble”, es decir, por un lado, evidencian su preferencia por una de las candidaturas presidenciales presentes en la boleta (voto popular), mientras que por otro, los ciudadanos votan por aquellos compromisarios electorales del mismo partido del candidato elegido, para que integren el Colegio Electoral.
Ambas elecciones se basan en un sistema electoral de tipo mayoritario (con excepción de Maine y Nebraska) y esto hace que el candidato con la mayoría de los votos, resulte el vencedor del Estado y, a la vez, la lista de compromisarios de su partido (también la más votada) obtenga todos los votos electorales de ese Estado en correspondencia con el método winner takes all (el ganador se lo lleva todo).
Luego de celebrada la jornada electoral popular, el Colegio Electoral procede a la elección formal del presidente y el vicepresidente. El tercer lunes de diciembre posterior a la elección, los compromisarios celebran una reunión en la capital de sus respectivos estados para votar por una de las candidaturas presidenciales presentadas, que “debe” corresponderse con aquella con mayor cantidad de votos populares en el Estado al que representan.
Una vez efectuada la votación, se envían los resultados a la capital del país donde se hace el cómputo total de los votos en una sesión del Congreso en el mes de enero siguiente. El candidato con la mayoría absoluta de los compromisarios (270 votos) obtiene la Presidencia de la nación, y aquel con mayor cantidad de votos como Vicepresidente será merecedor de ese cargo.
Dada la situación de que ningún candidato se alce con la mayoría absoluta, de los votos del Colegio Electoral, la Cámara de Representantes elegirá al Presidente de entre los tres candidatos con mayor cantidad de votos, tal como lo recoge la Constitución. En estos casos, cada Estado más el Distrito de Columbia tiene asignado un voto para la nueva elección que recae en la Cámara de Representantes debido a que es “la más cercana al pueblo”.
De esta forma funciona el famoso Colegio electoral que no siempre hace valer los intereses de la mayoría. Esto se debe a que puede darse el caso, y se ha dado en 17 ocasiones, de que un candidato sea presidente aun sin contar con la mayoría del voto popular, pues al lograr la mayoría absoluta de los votos de los compromisarios, se convierte en un Presidente minoritario, como fue el caso George W. Bush en las elecciones de 2000.
Esperemos que este año no suceda lo mismo, ya bastante dramático ha sido el desarrollo para que también se nos torne gris el final.