Los detalles de los abusos sexuales imputados al magnate de Hollywood, Harvey Weinstein, el comediante Bill Cosby y otras figuras famosas son ahora ampliamente conocidos en parte porque varias acusadoras hicieron lo que habían prometido por escrito nunca hacer: hablar públicamente.
Cuando esas mujeres se pronunciaron, violaron acuerdos de confidencialidad: promesas contractuales de no discutir lo sucedido, comunes en acuerdos financieros. Al hacerlo, ayudaron a iniciar una discusión nacional sobre abuso sexual y mostraron que los acuerdos no necesariamente ofrecen la coraza de hierro que por décadas protegió a ricos y poderosos.
Aquí una mirada a cómo funcionan los acuerdos y qué sucede cuando las acusadoras se pronuncian públicamente de todos modos.
¿Qué son?
Los acuerdos son contratos para comprar y vender silencio. Algunos exigen que la parte acusadora destruya emails y otra evidencia relacionada con las denuncias. Los pactos suelen firmarse antes que una acusadora demande o de que una demanda llegue a un juicio.
Las acusadoras pueden considerar la venta de su silencio como su único recurso para obtener cierto grado de justicia, en especial si la prescripción de cargos evita que puedan presentarse cargos penales. Otras temen que un juicio civil o penal signifique una lucha emocionalmente desgastante en la corte, frente a los medios de comunicación.
“Muchas mujeres aceptan acuerdos simplemente porque no quieren enfrentar lo que potencialmente podría venir”, dijo la ex presentadora de noticias de Fox News Juliet Huddy, quien, según un reporte de enero del New York Times, firmó un acuerdo de confidencialidad para resolver su denuncia contra el ex presentador de Fox News Bill O’Reilly. “Algunas personas solo quieren que esto quede en el pasado para seguir adelante con sus vidas”.
Esos comentarios a la NBC en octubre los hizo en su primera entrevista extensa desde su acuerdo fuera de la corte en 2016 con 21st Century Fox, la empresa matriz de Fox News. Pero con su abogado a su lado, fue cuidadosa de no romper su acuerdo de confidencialidad. Habló solo en general sobre mujeres que lidian con abuso y declinó dar detalles sobre los alegatos o el acuerdo.
Zelda Perkins, una antigua asistente de Weinstein, fue una de las primeras acusadoras que rompió su promesa de mantenerse callada, una que mantuvo por casi 20 años, hasta una entrevista con el Financial Times en octubre. Dijo que decidió hablar sobre cómo Weinstein la acosó sexualmente “cada vez que estaba sola con él” y sobre su acuerdo de 1998 para desatar una discusión “sobre cuán atroces son estos acuerdos”.
El (in)cumplimiento
Dos partes pueden acordar cualquier cosa por escrito, pero eso no significa que las cortes harán cumplir los términos del acuerdo si surgiera una disputa. Los jueces pueden negarse a acatar cláusulas de confidencialidad en caso que exista un interés público mayor para romper el silencio, como el deseo de la parte acusadora para exponer a un abusador y que otros no sean victimizados. Los contratos claramente dirigidos a esconder crímenes pueden considerarse no ejecutables. Y, en algunos casos, los jueces puedes negarse a acatarlos si violan los derechos de libertad de expresión de la víctima.
La mayoría de los jueces estarían reacios a penalizar a una víctima que viola un pacto de confidencialidad, dijo Alan Garfield, un profesor de derecho en Delaware. Pero cada estado establece sus propias reglas sobre las estipulaciones, explicó, y no hay un consenso entre los jueces sobre su legalidad.
“Hay suficiente incertidumbre como para hacer que la gente tema violarlos”, dijo.
Demandar al acusador
Cuando las víctimas deciden romper su silencio, el acusado tiene la opción de demandarlas por incumplimiento de contrato y exigir que el acuerdo monetario pagado le sea devuelto. Pero tal acción puede resultar contraproducente y hacer quedar al acusador aún peor, dijo Garfield: “Sería visto como una continuación del abuso”.
También podría generar más piedad por la acusadora y enfocar más la atención en las denuncias que el acusado buscó esconder en un principio.
Bill Cosby está entre los pocos que lo intentó de todos modos. Demandó a Andrea Constand a principios del 2016, dos meses después de que las autoridades de Pennsylvania lo acusaron de drogarla y abusar sexualmente de ella en el 2004. Cosby argumentó que ella violó su acuerdo de confidencialidad de 2006, incluso al responder preguntas de los fiscales antes de que lo acusaran.
Constand dijo que Cosby abrió la puerta para que se pronunciara al negar rotundamente en público que haya abusado alguna vez de alguien. Cosby retiró la demanda meses después.
El primer juicio de Cosby terminó en junio sin que el jurado llegara a un acuerdo. Un nuevo juicio está pendiente.
Otros acuerdos
Las cláusulas de confidencialidad son a menudo redactadas en contratos de empleo. El ex director ejecutivo del canal Fox News, Roger Ailes, demandó a la antigua presentadora Gretchen Carlson el año pasado luego que ésta dijo públicamente que fue despedida por rechazar sus avances sexuales. Las declaraciones de Carlson llevaron al despido de Ailes. El ejecutivo, quien murió en mayo, dijo que su contrato le prohibía hablar públicamente hasta que ambas partes intentaran un arbitraje a puerta cerrada.
Los acuerdos prenupciales y postnupciales también pueden contener cláusulas de confidencialidad. En procesos relacionados con el divorcio de Donald Trump, por ejemplo, una corte de Nueva York en 1992 le permitió a su primera esposa, Ivana Trump, salirse del acuerdo que le prohibía hablar de sus años como pareja. Un tribunal de apelaciones revirtió esa decisión diciendo que los términos de confidencialidad no “ofenden políticas públicas como una restricción sobre discurso protegido”.
Cambios propuestos
Legisladores de varios estados ahora están presionando por leyes que específicamente instruyan a las cortes a no cumplir cláusulas que mantienen los nombres de los acusados en secreto. La senadora del estado de Pennsylvania Judy Schwank dijo que los depredadores sexuales se han “escondido detrás” de acuerdos de confidencialidad, permitiendo que el acoso “se propague como un cáncer”.
Pero entre quienes podrían salir perdiendo también están las víctimas. El prospecto de que los acusadores estén dispuestos a mantenerse callados por el precio correcto les permite exigir mayores pagos. Si las leyes dijeran que las cortes no pueden hacer cumplir tales estipulaciones, se perdería esa ventaja. Y si la confidencialidad no fuera una opción, los acusados podrían concluir que no tendría siquiera sentido tratar de llegar a un acuerdo.
Las interrogantes sobre cómo el Congreso lidia con tales casos surgieron luego que el representante John Conyers fue acusado de acoso sexual por una antigua asistente.
Marion Brown dijo que el demócrata de Michigan le propuso tener relaciones sexuales en múltiples ocasiones a lo largo de más de una década. Violó un acuerdo de confidencialidad el jueves al contar su historia en el programa “Today”.
“Sentí que valía la pena arriesgarse”, dijo Brown, “ponerme de pie por todas las mujeres en la población activa que no tienen voz”.
El detonante
En los últimos meses se ha vivido un aluvión de denuncias, después de un reporte de octubre del New York Times, en el que se alegaba que el magnate de Hollywood, Harvey Weinstein, acosó o abusó sexualmente de varias mujeres. Desde entonces Weinstein ha sido acusado por docenas de mujeres–entre ellas las actrices Gwyneth Paltrow y Angelina Jolie– y es investigado por violación por las autoridades de Nueva York, Los Ángeles y Londres.
Poco después del reportaje del diario estadounidense, el productor fue despedido de su propia compañía por la junta de directivos. Desde que comenzó el caso de Weinstein, otros famosos que enfrentan denuncias de acoso o abuso sexual son la estrella de “House of Cards” Kevin Spacey y el cineasta Brett Ratner.
“Hollywood está lleno de Harvey Weinsteins. Hay muchos. Muchísimos. Como cualquier mujer sabe, todos los sectores los tienen. Todo el tiempo te dicen que subas a la habitación de alguien. Hay que ser lista y saber esquivar”, dijo la actriz Pamela Anderson.
Para las mujeres afectadas, cada día es una reedición de su historia, con los titulares e historias que se difunden. Recuerdos de abusos, de la conducta inapropiada de los colegas e incluso las dudas persistentes sobre si se supo manejar bien ciertas situaciones, regresan para provocar sensaciones de vulnerabilidad y nerviosismo.
Las víctimas dicen que los ciclos interminables de noticias, mensajes en las redes sociales y detalles perturbadores despiertan sensaciones largamente reprimidas y reabren heridas.
AP / OnCuba