¿Quién no ha copiado en una servilleta el teléfono de alguien a quien soñó volver a ver? Un nombre apresurado en la esquina de una libreta. El principio de una dirección (una calle, el nombre de una parada de guagua, apenas el dígito de un apartamento) rasguñados aprisa en un billete de banco, en una hoja arrancada. ¿Quién no guardó por años ese santo y seña esperando volver (ábrete, sésamo) al lugar de la espera?
¿Y quién no se lamentó jamás (todavía hechizado por un cruce de ojos, adherido al roce de una mano) por no tener un papel para tomar ese dato que aseguraba su pase al paraíso infernal de la primera vez?
Siempre que desfilo por el cajero automático guardo en mi monedero los recibos calculando el encuentro que me hará emborronarlos para extenderlos a esx que todavía no sé. En vez de la fría tarjeta del trabajo, escribir mi correo al reverso de un instante cualquiera de la resta de la caja de ahorros, que me dice con su voz de extraterrestre acatarrada: Bienvenido, teclee su clave secreta… (mientras yo, nerviosa: ¿se tragará la tarjeta?; mientras yo, apuradísima: ¿llegaré a tiempo al Chaplin?; mientras yo, risueña frente a la cámara de seguridad, hago una mueca o mi mejor reverencia).
En los comprobantes escribo a ratos también mis planes de trabajo (del día, del mes, del siglo próximo). Listas apretadas de tareas domésticas (la meseta, la bici, el sapo, los huevos, la pata de mis gafas de flores… que se volvió a caer). Y recordatorios de cumples. Y los mensajes que deslizo por la hendija de las puertas. Y los trastes que me gustaría haber buscado allá en casa de mi último ex.
Listas de compras imposibles de verano. Listas de precios de balcones con salida al mar. Listas de cortos y largos del festival de 2005. Y los horarios del teatro en que ponían aquella obra de Virgilio. Y un apunte de poema, que nunca llegó a ser…
En las gavetas y en las solapas de los libros, en las esquinas de la cartera y en los bolsillitos con zíper, un papel no es un papel no es un… Puede ser un caramelo o una espina de pescado, si cae en las manos incorrectas, y se enreda en el ovillo de los celos. Entretanto, la etiqueta de una cerveza Polar puede volverse el salvoconducto que te recuerde cobrar el último cheque, pagar la luz, comprar el pollo, rescatar de las garras de un amigo una montaña de libros prestados con tibia fe. Y las entradas de ese Hamlet ante cuyo acento british te intimidaste, la supuesta prueba de una tardecita de pasiones que se volvió noche que se hizo madrugada y te agarró con las ventanas abiertas.
Mientras coincido con cierto hacedor de caligramas en que el documento más contemporáneo de Lavana de hoy (el que nos contaría su historia si nos dedicáramos a componer ese rompecabezas) está disperso en los volantes de servicios, negocios, conciertos que te pegan en las manos los viandantes al pasar; yo sigo terca acumulando mis tiquets (agujereados) del tren eléctrico de Hershey, y comienzo a desearme maltratar vista y cuerpo con el verde-que-te odio-que-te quiero-verde que bordea la línea de Mariel a Tulipán.
¿Dime que escondes tú?, que antes de dejarlo todo a la memoria de tu móvil, de seguro guardaste –así fuera de una fiesta de quince, así fuera de tu primer bar de tapas– un posavasos, un doillet, la cara B de una servilleta en la que te deslizaron aquel secreto a voces que ocultabas del sonriente camarero y de la capitana de salón y del chef que –aun parado frente al horno– se olía que ya estabas frito y que te lanzarías en la olla tras la golosina fatal…
Sobre esas entradas al parque Coney Island, sobre los papeles tres veces doblados que escondes en donde no quieres saber (y sobre el txt que mandaste apenas ayer a la papelera de reciclaje o sobre el número oculto del que te timbran los domingos entre Palmas y cañas y el final de Arte 7); en las cuatro esquinas de ese meridiano y ese paralelo me gustaría pararme a mirar… De la velocidad, de la efímera intensidad de esos trazos rasgados como sobre una servilleta de papel de la que aún recuerdas la textura, me gustaría conversar… como asomada a un cráter.
Restos del ron que achispa en el vaso de anoche. Colillas humeantes. Pozos de té que te recitan el irónico futuro. Como aquellos desechos avistados por el escritor Calvert Casey, desde un muelle de la vieja Habana, cuando se paró hace 60 años en su balcón a describir lo que echamos al mar: las sobras, ¿la raspa? de nuestras vidas en vaivén. Mientras uno no se da ni cuenta:
sellos, envolturas, cristales, sangre, ámpulas, uñas, apuntes, cabellos, anillos, semillas, piedras, pagarés, gasas, peines, cigarros, supositorios, topacios, lirios, hollín, parches, escamas, sedantes, lágrimas, insecticidas, depilatorios, cucarachas, cartas de amor, dedales, súplicas, cálculos, gargarismos, revigorizantes, lavativas, esmeraldas, poemas, vermífugos, balas, lentejuelas, notas de odio, madejas, estupefacientes, increpaciones, esparadrapos, azogue, pañales, óvulos, ojos de vidrio, navajas, secreciones, amenazas, pañuelos, cerumen, carbón, oraciones por difuntos, dientes, transferencias, limo, medallas, cenizas, recados, astringentes, adioses, rosas, cal, lejía, no-me-olvides, lagartijas, agujas, notas suicidas, encajes, espermatozoides, rectificaciones, botones, manifiestos, lentes de contacto, pan, perlas, cheques, jabones, libros de misa, gorriones, monedas, fetos, cosméticos, astillas, fichas de dominó, maderos, recibos, guantes, golondrinas, naipes, espejos, lápices, flores, boletines, pus, recordatorios, hostias, hierbas, estampas de navidad, sudor, reconstituyentes, ajorcas, tapas, calmantes, jeringuillas, promesas, teteras, pétalos, algodones, suelas, támpax, granos, polvo, ramas, joyas, asas, zapatos, hojas de libros, resguardos, diamantes, alpiste, excitantes, arenas, jazmines, pastillas, marugas, intoxicantes, alpargatas, zafiros, pestañas, válium, hemostáticos, gasolina, caucho, chinches, venenos, conchas, ovillos, retractaciones, desodorantes, rizos, cejas, alambres, velas, panfletos, termómetros, ratones, medias, esputos, albahaca, cáscaras, juramentos, motas, cápsulas, huesos, esencias, antibióticos, relojes, vísceras, espejuelos, ligas, limas, billeteras, cepillos, vendas, alacranes, fango, invitaciones a bodas, pomos, tabaco, hilos, cadenas, quistes, estropajos, antihistamínicos, plumas, antídotos, papeles de bombón.
Calvert Casey: “Meditación junto a Caballería”
Wao,intenso este articulo, m gusto
Después de varios días de haber visto el artículo me decidí a leerlo por puro aburrimiento. Valió la pena
me encantó