Algo más de una veintena de iglesias cubanas acaban de dar a conocer una nueva carta posicionándose, otra vez, ante el matrimonio igualitario. Sobre todo evangélicas, pero con presencia de metodistas, bautistas occidentales y bautistas orientales, entre otros, como se sabe integrantes del llamado protestantismo histórico.
Impulsadas por la discusión que hoy tiene lugar en la Isla a propósito de la nueva Constitución, en este caso por las posibles implicaciones de su artículo 68, estas iglesias han venido desarrollando un inusual activismo, lo cual incluye, entre otras cosas, visitas casa por casa, colocación de carteles con la inscripción “ESTOY A FAVOR DEL DISEÑO ORIGINAL” en puertas, postes y cafeterías, e incluso prédicas en agromercados.
También algunos de sus miembros se han retratado junto a menores de edad a la salida de una iglesia vedadense con ese mismo letrero en las manos, práctica calificada de controversial o simplemente manipuladora. Ignacio Estrada, vicario de una iglesia luterana de Miami, escribió entonces lo siguiente: “No podemos permitir que los adultos manipulen a nuestros niños en campañas de odio. No podemos permitir que ningún grupo ni sector, sea cual sea, manipule de esta forma a ninguno de estos niños y niñas. Digamos no ahora”.
Lo cierto es que para ellas la familia constituye “una institución divina, creada por Dios” y el matrimonio “exclusivamente la unión de un hombre y una mujer”, idea originada, naturalmente, en el Génesis: “Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó, y los bendijo con estas palabras: ‘Sean fructíferos y multiplíquense’” (Gen. 1:27-28). Este es precisamente el punto de partida del nuevo documento, que alude a la “estructura binaria” de la sexualidad humana –esto es, varón y hembra–, “grabada” –dicen– “en el ADN desde el surgimiento de la especie”. Un argumento de corte cientificista que sin embargo desconoce que la sexualidad humana es también una construcción cultural.
A este primer posicionamiento sobreviene un segundo (2), esta vez de orden culturalista, sobre género. De acuerdo con esta perspectiva, la ideología de género resulta incompatible con los valores culturales y el pensamiento de los fundadores de la nación y, por consiguiente, con la identidad cubana. Aquí hay un problema de fondo, y es que este “historicismo” asume la identidad como un hecho cerrado y congelado, obviando que la fragilidad constituye una característica sustancial suya en cualquier tiempo y lugar.
En este sentido, críticos culturales han subrayado, por ejemplo, que las ideas de libertad, igualdad y fraternidad, adoptadas por los radicales cubanos del siglo XIX, no estaban obviamente contenidas en el discurso colonial, que las condenaba como expresiones de afrancesamiento y por tanto ajenas a la cultura. Constituyeron entonces, por lo mismo, rupturas con “lo identitario” con marcas indelebles que llegan hasta hoy, pero inevitablemente abiertas a nuevas influencias e interacciones con el mundo.
En este segundo punto los autores del nuevo texto decidieron enmendar el anterior para introducir nuevos elementos de significación. En el de julio pasado se afirmaba que la ideología de género no tenía relación alguna con el comunismo: “De igual manera, tampoco guarda ningún vínculo con los países comunistas, dígase la antigua Unión Soviética, China, Vietnam y menos aún Corea del Norte. Ni con el liderazgo de la Revolución” –escribieron. El obispo Ricardo Pereira Díaz, de la iglesia metodista, declaraba entonces a la prensa extranjera: “ese párrafo se incluyó como prueba de que en los países comunistas no existe el matrimonio entre personas del mismo sexo”. Ahora en el documento de septiembre, dos meses después, ambas alusiones fueron eliminadas por completo.
El punto siguiente (3) del texto persigue marcar territorio en busca de empatías sociales: “no somos homofóbicos porque los cristianos no tememos, no rechazamos y no somos intolerantes de [sic] las personas homosexuales; por el contrario, cumpliendo con el mandato divino, les amamos, oramos por ellos y les predicamos el Evangelio”, formulación con una asepsia que deja en manos piadosas documentar un rosario de exclusiones propio de un expediente patriarcal donde no solo figuran fueras del juego por confesión o infragancia, sino también posturas teológico-doctrinales que hayan cruzado la línea, en lo cual al menos uno de los firmantes, la Convención Bautista de Cuba Occidental, tiene en su haber un pedigree que a fines de los años 80 condujo a la fundación de la Fraternidad de Iglesias Bautistas de Cuba.
Pero este párrafo se justifica, en última instancia, por la idea del arrepentimiento y el perdón, específicamente desarrollada en el punto próximo (4): “el amor de Dios es para todos los seres humanos independientemente de su orientación sexual, ideología política o religiosa, para ser regenerados y transformados una vez que hayan procedido al arrepentimiento por medio de la fe en Jesucristo”. En otros términos, las iglesias dicen que las personas homosexuales viven en pecado solo por su condición de tales, pero que son rescatables si renuncian a esa preferencia sexual/identitaria y entran por el aro de su visión del mundo, la única verdadera. Ahí termina todo. No hay ni siquiera el intento de una lectura contextualizada de la Biblia, sino se valida esa que, según dicen, es literalmente la verdad revelada de “tapa a tapa”.
Las 21 iglesias se han colocado ante el problema cual si se tratara de un tsunami o un nuevo Armagedón. “Queremos sensibilizar a las autoridades del peligro que puede traer para la nación el matrimonio igualitario”, dijo en julio pasado Dariel Llanes Quintana, presidente de la Convención Bautista de Cuba Occidental.
¿Cuál o cuáles? –serían dos preguntas a colocar inmediatamente después, no contestadas excepto desde un idiolecto cristiano conservador. Pero, en todo caso, la golondrina no hace el verano. Luego del reavivamiento religioso de los 90, que por otra parte discurrió por avenidas diversas, no únicamente cristiano-evangélicas, la sociedad cubana no es menos secular que cualquier otra. Ignorarlo partiendo del eclesiocentrismo y de la lógica del ghetto podría implicar ciertos problemas. Un obispo involucrado en ambos documentos declaró que “el 60% de la población cubana estaba en contra del matrimonio igualitario”, dato cuya fuente no tuvo la gentileza de indicar en un país donde las encuestas son tan raras como rosas en un cantero de mármol. Ello no significa negar la existencia de tendencias contrarias al matrimonio gay en la sociedad, aunque por razones distintas a las aludidas por estas iglesias.
“Donde hay un pueblo que se humilla hay un Dios que responde. Habrá victoria. Oremos” –escribió en su muro de Facebook una ferviente devota. Tal vez esté lidiando con espejismos y fantasmas similares a los de aquellos misioneros del inicio: “Cuba para Cristo”, decían. La cultura, sin embargo, terminó entonces repartiendo el pastel más allá de sus deseos mientras muchos los veían de una manera distante / diferente.