“La gente comenta que todo está muy caro. Si es así, ¿para qué voy a ir?”, me dice Elisa, quien vive en Viñales y ofrece su respuesta con una interrogante retadora. Le pregunto sobre el recién inaugurado Merca-Hostal en el pintoresco poblado pinareño. Entre sus brazos juega una niña de rulos castaños.
No ha entrado al sitio, aunque conoce su ubicación, a un costado del antiguo cine, cerca de la calle principal. Las personas rumoran sobre este nuevo centro: que los precios son elevados y solo es para turistas, afirman unos; que hay muchas mercancías y puede ir cualquiera, cuentan otros.
El Merca-Hostal surgió para el abastecimiento, con precios minoristas en pesos convertibles, de frutas, viandas, hortalizas, granos, productos industriales y productos obtenidos de la apicultura, al ingente sector cuentapropista que atiende a los visitantes extranjeros.
El de Viñales abre a la par de otros en Baracoa, La Habana, Bayamo y Santa Clara. Los nuevos establecimientos se unen a los ya existentes en Santiago de Cuba, Remedios y Trinidad, en un programa que prevé que sean todos inaugurados entre junio y julio.
“Es una forma de atender al turismo en las casas de rentas. Queremos brindar a los arrendatarios lo mismo que se oferta a los hoteles, para que presten servicios de excelencia”, afirma horas después Osmín Puerto, director de la Unidad Empresarial de Base Frutas Selectas de Pinar del Río, encargada de abastecer al nuevo local.
En un lugar donde el cotilleo común es acerca de negocios particulares, la instalación estatal comienza a copar el imaginario colectivo. Su apertura señala, por enésima ocasión, el asunto de cómo se gestionan y obtienen los alimentos en Viñales, tanto para los emprendedores como para quienes no trabajan en el sector del turismo.
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“Viñales no siempre fue así”, dice Dago, un botero veterano. La frase la he escuchado muchas veces. A quienes conocemos este pueblo hoy, cuesta concebirlo sin sus más de mil hostales y decenas de restaurantes y cafeterías. O incluso, como una antigua y productiva zona agraria.
Pero la eclosión de visitantes impulsó la iniciativa individual, porque los hoteles no bastan para tanto turista, principalmente durante la llamada “temporada alta”. Las “villas”, como se conocen estos hospedajes, se distribuyen, de forma irregular, por todo el trazado del pueblo.
Temprano en la mañana, Yoselín, una arrendataria de Viñales, me cuenta sobre representantes del Merca-Hostal que la visitaron para formalizar un contrato, pero aún no ha adquirido nada. Una cuadra después me recibe una pareja de arrendatarios que piden el anonimato. Para el hombre, quien ya compró en el lugar, hay variedad de surtidos e incluso miel. “Eso sí, las cosas están caras, y los tomates no están buenos. Sale mejor buscarlos en otra parte”.
Su esposa comparte la opinión. Conjeturan que es mejor adquirir las mercancías con los carretilleros o los campesinos que vocean por las calles. Incluso, suelen desplazarse unos 30 kilómetros, hasta la ciudad de Pinar del Río, para realizar compras menos onerosas.
Los precios son una variable particular en la ecuación compleja de Viñales. Establecen diferencias, condicionan la vida. Mientras en la cabecera provincial –en tiempos duros y escasez–, una libra de tomate llega hasta 15 pesos en moneda nacional, en el poblado puede superar la barrera de los 50 pesos.
“¿Sabes? Los turistas ya no comen en las casas de renta. Por eso compro más bien para la familia. Si acaso, suelen desayunar aquí, porque hay muchas paladares que ofrecen comida”, advierte la mujer, un criterio coincidente con el de otros propietarios de negocios similares que conoceré durante el día.
Los restaurantes y cafeterías transforman la dinámica del turismo viñalero y reducen a las “villas”, cada vez más, al papel de hospederos. Los portales se repletan de personas ante el llamado de los carteles de estos sitios, que se disputan los servicios de alimentación.
“Si quieres saber más de estas cosas, vi al dueño del Tapas Bar el otro día en el Mercado. Y si buscas un carretillero, hay uno cerca de aquella esquina”, señala la señora hacia el lugar donde conoceré a Tito.
Ahora, sentado en el espacio entre dos viviendas, el carretillero accede a conversar. Calza zapatos deportivos modernos, unos jeans vistosos y una chamarreta del equipo de fútbol de Brasil.
“La gente dice que son más caros que nosotros. Mi tomate de primera, ahora está a 30 pesos la libra. Claro, cuando se pierde sube mucho más”, afirma Tito, vendedor ambulante desde los 16 años.
Cuenta que muchos de sus colegas se marcharon ante las dificultades, pero él tiene suministro estable por una casa de cultivo particular. Las paladares, insiste, han influido en la disminución de la comercialización de las villas.
“¿El punto de venta estatal? No hay nada ahí. Las cosas se pierden a cada rato. Ahora mismo hay crisis con el tomate, la col y el pimiento. A veces vamos a buscar a Pinar del Río. ¿Ya fuiste al mercado nuevo?”, pregunta.
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“De ese lugar es mi esposo quien sabe. Debe estar al llegar. Las tiendas aquí no están bien surtidas. ¿Comida? Hace rato no recuerdo hacer una para huéspedes. La busco, pero para nosotros”, dice otra arrendataria. Posee tres cuartos de alquiler como sustento familiar.
“El turismo cambió todo porque los campesinos ya no quieren producir. Tienen el negocio en el hogar y entonces no le tiran fuerte a la finca. Hay senderos, caminatas a caballo y se concentran en eso. Mira, ese que entra es mi esposo”, señala.
El hombre alto y con figura de deportista se acerca. Saluda y comienza a dialogar.
“Recién llego de allí. Está caro, las frutas no están frescas, no se ven bien y, además, no hay refrigeración. No creo que nadie compre, porque al extranjero debes darle cosas de calidad. Sí había unos plátanos buenos, pero te repito, deben bajarle el precio”, comenta.
“¿De qué vive en Viñales quien no tiene negocios como ustedes? ¿Cómo compran?”, le pregunto.
“Mira, todo el mundo tiene su negocio o si no, está en un alquiler lavando la ropa; o cuando terminan en su puesto laboral van a fregar platos por la noche en un restaurante”, me contesta.
“Porque el costo de las cosas es el mismo para todo el mundo”, acota la mujer. “Hay muy pocos que no están conectados, hasta en las viviendas más pobres. Dan caminatas a los extranjeros; hacen guardia por la noche en estos lugares; dan paseos a caballo o venden yerba a la gente que tiene caballos”.
“O hay un albañil”, continúa el hombre. “Esto genera algo para todo el mundo. Vienen de otras partes como Sanguily, Puerto Esperanza. Aquella muchacha que ves allí, es de La Palma, por ejemplo”.
“Pero ve hasta el mercado, para que entiendas mejor lo que te dije”, recomienda.
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Una señora observa a través de una ventana de cristal. Como yo, escruta con la vista en el valor de los surtidos. Un dependiente explica que el Merca-Hostal permanece cerrado por inventario y me apunta hacia Osmín Puerto Rodríguez, quien puede responder mis preguntas.
Puerto, director de la Unidad Empresarial de Base de Frutas Selectas de Pinar del Río, accede a conversar rápidamente. Me aclara que este es un proyecto aún en perfeccionamiento, y que es también para paladares y cafeterías.
En la primera etapa realizan un contrato muy simple, para evitar especulaciones y acaparamientos. El cuentapropista debe presentar su carnet y estar registrado como cuentapropista, explica.
“Nuestro objetivo es llevar las cosas a los hostales, pero en esta primera etapa empezamos con la organización de este local. Tenemos los mismos precios que se ofertan a los hoteles. Sabemos que hay productos muy caros, pero esto es un estudio. Después regularemos hasta donde el subsidio lo permita y serán más asequibles. El estudio nos va a decir cuál importe es más factible, para que no pierda nadie. Es mejor empezar alto, que comenzar bajo y después subir”.
Añade que disponen de abastecimientos cubanos y de importación y en próximos días contarán con provisiones congeladas. Ha sido buena la demanda de la papa; también hay hortalizas, viandas, granos, y algunos industrializados como la miel.
Desde el exterior, la construcción se asemeja a una villa de alquiler típica de Viñales, con su techo cubierto de tejas. Tiene escasos metros de extensión y está bien pintada. Posee dos tarimas y varios estantes. Ante la duda por el poco espacio, mi interlocutor responde que una unidad cercana será reformada para acomodar neveras y fungir de almacén.
“Sabemos que es un poco pequeño. Será climatizado, al mismo estilo de las tiendas, con cajas registradoras”, afirma.
En su inicio debe sobrevivir a estas dificultades. La menor concurrencia de foráneos permitiría, hipotéticamente, asumir los primeros meses con mayor límite para el error y la prueba en la instalación. Cuando la “alta” comience, el desafío cambiará. Por eso, “abrimos en temporada baja para enfilar el tiro”, dice.
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“Mantener un negocio no es fácil, aunque la gente piense lo contrario”, dice Juan Carlos, una especie de administrador en el 3J o Tapas Bar, uno los restaurantes más famosos del pueblo. A esta hora aún permanece ligeramente vacío, pero en la noche suele abarrotarse.
“Las cosas son difíciles de encontrar. A veces voy a La Habana a comprar en las TRD y no entiendo, si es la misma cadena, por qué no existen aquí los mismos productos. También me muevo a lugares cercanos como La Palma, con menos demanda, para buscar vino dulce, leche o tomate. En estos días, hemos quitado ofertas porque no se encuentran muchas cosas”.
Juan Carlos fue salvavidas en Cayo Jutías, uno de las playas más cercanas, preferidas por los visitantes. Pero regresó a Viñales, a la vorágine del bar.
“Ya el dueño fue e hizo el contrato. Ojalá el Merca-Hostal sea una buena solución, pero que se mantenga de verdad. Ojalá otros organismos, responsables del pescado, por ejemplo, pusieran un puesto también y vendieran. No importa que los precios sean altos, siempre y cuando haya variedad y calidad. Sinceramente, esto es rentable, solamente, porque es para el turismo”, concluye.
De vuelta a la calle, el poblado parece no tener temporada baja. Parece increíble la cantidad de personas que llegan aquí a diario. Cuba alcanzó, en 2016, los 4 millones de visitantes, una cifra que se espera se incremente este año. Me pregunto cuántos de ellos se dieron al menos un salto a Viñales.
Sitios como este precisan de una cadena de servicios eficiente que asuma la avalancha humana que se llega silenciosamente, necesitada de suministros de todo tipo, no solo alimentos.
Mientras, el pueblo ejerce una atracción magnética sobre el resto de la provincia, que le permite mantenerse. Materiales de la construcción, alimentos, y todo tipo de mercancías, son traídos por sus nativos o los de afuera, a costos superiores. Desde los municipios cercanos llegan a diario cientos de personas a trabajar en Viñales o buscando algún puesto en los negocios.
Ya es mediodía y los almendrones de alquiler se mueven por la calle principal, voceando por pasajeros rumbo a Pinar del Río. Muy cerca del parque, una mujer conversa con un señor, que la observa sentado. La joven es pinareña, tiene 18 años y terminó sus estudios preuniversitarios.
“Un bar, una cafetería, no tengo idea. Lo que sea”, le dice al señor. Parte de su familia no quiere que deje los estudios, pero parece decidida. “Lo que sea”, repite. Rastrea trabajo donde al parecer siempre, sin importar la temporada, se puede “luchar” el dinero. Tal vez más temprano que tarde lleve hasta alguna mesa platos elaborados con productos del nuevo Merca-Hostal. O comprados a Tito u otro carretillero. Quién sabe.