Hay frases que, pronunciadas en una época y contexto particulares, son tan ricas y sugerentes que el pueblo las hace suyas y las utiliza para toda ocasión. Con el decursar de los años se olvida el nombre de su autor y tal parece que es creación, colectiva y anónima, de la sabiduría popular.
Esto sucede con una muy célebre, del injustamente olvidado Rafael Fernández de Castro y Castro, notable orador que militó en el Partido Autonomista y se desempeñó como profesor de la Universidad de La Habana y diputado a las Cortes españolas. Varios de sus discursos provocaron gran impacto, ya fuera denunciando la inmoralidad administrativa, ya analizando el estado social de la Cuba de su época. Por eso, varios antologadores, entre ellos Manuel Sanguily, lo han considerado entre los grandes tribunos del país.
Se especuló que pese a su filiación autonomista poseyó recónditas simpatías por el movimiento separatista, pero no se adhirió porque estaba profundamente lastimado por el secuestro de su hermano por el bandolero Manuel García, y la utilización del dinero del rescate en labores conspirativas. Esto último, adviértase, contra los deseos de José Martí como bien ha aclarado el patriota Juan Gualberto Gómez.
Al estallar la guerra se retiró a la vida privada y solamente regresó a la política en 1898 para ocupar el cargo de gobernador civil de La Habana durante el efímero gobierno autonómico de Ramón Blanco. Se recuerda el esfuerzo que desplegó durante el bloqueo norteamericano a la Isla para auxiliar a la población habanera más desfavorecida.
Después apoyó la candidatura de Bartolomé Masó a la presidencia de la nación y con posterioridad se alejó definitivamente de la política para consagrarse a faenas intelectuales, siendo designado académico de número de la Academia de la Historia y presidió, por una larga temporada, el Ateneo de La Habana.
Su talante democrático se revela en este fragmento de uno de sus discursos, pronunciado en 1886:
“(…) Mientras la vida pacífica del derecho y de la legalidad sea compatible con el decoro del hombre y la dignidad del ciudadano; mientras las leyes consagren, con su reconocimiento expreso la libertad de la tribuna, de la prensa, de la conciencia y de la cátedra ,aún en el grado ínfimo en que hoy la poseemos; mientras haya camino abierto a la serena evolución de las ideas, y medios legalmente establecidos para fortalecer el espíritu popular con el majestuoso desarrollo de la opinión pública; mientras la acción del gobernante no anule directa o indirectamente las garantías constitucionales que la Nación nos reconoce; solo quien no ame a Cuba podrá perturbar con su insensatez, el desenvolvimiento progresivo de nuestro pueblo o interrumpir con estériles apasionamientos la marcha triunfal de nuestra política”.
El Dr. Elías Entralgo, al acometer su elogio, muchos años después de su muerte, celebraba su sentido del humor: “El ingenio se lo formó su temperamento cubanísimo (…) El buen humor, la sangre ligera, llegó a constituir en él toda una actitud, en prueba de situaciones adversas”.
Todo esto justifica que dueño de un estilo oratorio ágil y enérgico, marcado por el uso de la ironía y el sarcasmo, no se haya olvidado del todo la peroración que hizo en 1893, donde criticó la falta de voluntad de las autoridades para conceder las anheladas reformas a Cuba que solicitaba un sector de la clase política. Entonces sentenció: “Lo único que hay de bueno es lo malo que esto se va poniendo”.
Un lustro después la metrópoli española había perdido sus últimas posesiones en América. Se cumplió la admonición, ocurrente y criolla, del eximio tribuno.
Entonces parafraseando a Fernandez de Castro podemos afirmar que lo unico bueno que esta pasando en Cuba ahora es lo malo que todo se esta poniendo.