En 1958, hace 60 años, mi padre, el escritor cubano Eliseo Diego, dio a conocer su segundo libro de poemas, Por los extraños pueblos; tenía 38 años y vivía en la Quinta “Villa Berta”, en el pueblo de Arroyo Naranjo. Tiempo atrás, en 1949, En la Calzada de Jesús del Monte había impresionado a la crítica literaria y a los lectores de la época que, asombrados, leían aquellos versos escritos por un poeta veinteañero. En este segundo cuaderno mi padre continúa la búsqueda del contenido y la forma de la poesía que quería hacer, y que encontró, según afirmó en muchas oportunidades, en su tercer poemario, El oscuro esplendor (1967). Por eso puede decirse que Por los extraños pueblos es como un puente que lo ayudó a encontrar ese universo poético que caracterizó después toda su obra.
De este libro dijo el crítico y ensayista literario cubano Enrique Saínz[1]:
El siguiente cuaderno, Por los extraños pueblos, continúa en cierta medida ese cántico a la realidad, deleitable experiencia de una voluptuosa mirada que quiere aprehender el cuerpo real de las cosas. Volvemos a encontrar en estos poemas, de más reposadas maneras, el anhelante deseo de constatar, de saber, no en el sentido de develar el ente, sino en el de corroborar la simple existencia del paisaje pueblerino, aquellas presencias que nos dicen que el tiempo está detenido, que la vida permanece contra el vacío y la nada. Ahí están de nuevo, con su solemne existencia, las enormes o minúsculas presencias que conforman el ámbito del hombre, el paisaje por el que transitamos y en el que vamos haciendo nuestra vida […]. Es una atenta búsqueda de lo desconocido en la inabarcable totalidad de los interiores y del afuera, una gustosa evocación de los sitios y costumbres que ya no alegran nuestros días. Y decimos que busca lo desconocido porque en la poesía de Diego accedemos a la realidad en una dimensión trascendente, percepciones de una extraña luz o de sonoridades que nos develan espacios y rostros, costumbres y objetos, desde esos instantes poseedores de una plenitud dignísima, más nuestros entonces.
Por los extraños pueblos fue uno de los últimos títulos que salió bajo el sello de “Ediciones Orígenes”, en los Talleres Úcar García, S.A. (Teniente Rey No.15, La Habana). En este lugar se imprimieron los ejemplares de la revista Orígenes y muchos de los libros de los escritores que se agruparon en torno a ella y a la figura de José Lezama Lima.
Por los extraños pueblos se conoce poco, lo que es una pena. Así lo describe el investigador, profesor y ensayista cubano Rafael Rojas[2]:
El segundo libro de poemas fue, en buena medida, una prolongación de la lírica expuesta en el primero. Otra vez, la memoria flotando sobre el espacio y el tiempo de la domesticidad. Otra vez, las telas y los trenes, el domingo y la fiesta, la familia y el circo, la iglesia y el espejo. Sólo que ahora, aquel malestar histórico que asomaba en los primeros poemas de En la Calzada…, latía suavemente, casi imperceptiblemente, en una nostalgia por el esplendor criollo de la provincia habanera.
No hay mejor forma de rendirle homenaje a un autor y a un libro que leyéndolo; volver, una y otra vez, a hojear sus páginas, detenernos en un verso ya olvidado, y darle nueva vida a través de nuestra mirada. En Por los extraños pueblos ‒donde mi padre define a la poesía como “el acto de atender en toda su pureza”‒ se encuentra uno de sus poemas preferidos, “Bajo los astros”, que no deja de emocionarme cada vez que lo leo. El poeta contempla y evoca cosas (“Voy a nombrar las cosas / los sonoros altos que ven el festejar del viento…”) humildes, sencillas, que nos acompañan en silencio y que no reparamos casi nunca en ellas: una mesa, una consola, una enredadera, una taza, un espejo, los trenes “llenos de gloria y poder”, las nubes que pasan “suaves, dementes, calladas”. Y es, entonces, que debe venir el poeta para preservarlas del olvido con la palabra.
Para finalizar, reproduciré tres de las diez décimas que forman parte de este cuaderno, y el prólogo, dedicado por nuestro padre a mis dos hermanos y a mí.
LA TAZA
He olvidado la sorpresa
de las flores amarillas
en tu mantel, y las sillas
adornadas de pobreza.
Mas la porcelana espesa
de la taza que me diste,
como palabra me asiste
que de repente deslumbra
con su revés. Y me alumbra
los años su nieve triste.
LA ENREDADERA
Esa fragancia tan pura
que llena toda la sombra
de la sala, que nos nombra
con un dejo de amargura,
—como recuerdo que apura
el desdén; esa fragancia
que viene de una distancia
inmemorial a la sala,
será tu aliento, picuala,
será la luz de la infancia.
LA LUCETA
Entra el blanco mediodía
por las abiertas persianas
y huyen las sombras livianas
al interior de los días.
Desciende a las losas frías
el arco iris violento:
el amarillo sediento
y el violeta que lo acuna,
y el limpio añil de la luna
como un hondo pensamiento.
Prólogo a Por los extraños pueblos
Fue escrito este libro para mi madre, y para mis hijos, Constante Alejandro, Eliseo y Josefina. A los que quisiera decir enseguida cómo sucedió que teniendo ganas de leerlo, y no hallándolo, así completo, por más que lo busqué en muchos sitios diferentes, decidí por fin escribirlo yo mismo. Pareciéndome que habrá otras razones más graves para hacer un libro, pero ninguna más legítima.
Y ya escrito, y no hallando una bastante para publicarlo –siendo en cuanto a los demás tan riesgosa la que me llevó a escribirlo–, y deseando justamente poner estas palabras en la primera página; pensé que quizás podría ser útil, no a mis hijos, que para ellos fue escrito, sino a cualquier otro muchacho que ahora estará oculto. Esto pensé, sabiendo que un libro anterior sirvió a quien era entonces un niño, o poco más, y es hoy para mí un amigo, y un poeta que nos agranda el tiempo. Porque en esto ya no tengo dudas: o un libro es útil o no vale la pena, y cuando decimos que no sirve –¿habrá algo más tremendo?– ya lo decimos todo.
¿Y para qué sirve un libro de poemas?, preguntarían ahora, obedientes, mis hijos. Servirá para atender, les respondería. Maestros mayores les dirán, en palabras más nobles o más bellas, qué es la poesía; básteles entretanto si les enseño que, para mí, es el acto de atender en toda su pureza. Sirvan entonces los poemas para ayudarnos a atender como nos ayudan el silencio o el cariño.
No es por azar que nacemos en un sitio y no en otro, sino para dar testimonio. A lo que Dios me dio en herencia he atendido tan intensamente como pude; a los colores y sombras de mi patria; a las costumbres de sus familias; a la manera en que se dicen las cosas; y a las cosas mismas –oscuras a veces y a veces leves. Conmigo se han de acabar estas formas de ver, de escuchar, de sonreír, porque son únicas en cada hombre; y como ninguna de nuestras obras es eterna, o siquiera perfecta, sé que les dejo a lo más un aviso, una invitación a estarse atentos. A estar, mejor que estuve yo nunca, en lo que Dios nos dio en herencia.
[1] En: Obra poética, Ediciones UNIÓN / Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2001.
[2] En: Eliseo Diego: Obra poética, DGE Equilibrista / Fondo de Cultura Económica, México, 2003.
Un libro inolvidable, que dejó marca en todo poeta que lo leyó. Eliseo me lo regaló en Holguin, en diciembre de 1969, y siempre ha estado conmigo en letra y alma.