Un amigo, an enemy y el Kremlin

 

El vicepresidente cubano Ricardo Cabrisas es uno de los funcionarios que conversó con la Secretaria de Comercio Penny Pritzker, cuando la administración Obama envió su más alta emisaria económica para explorar las particularidades de la nueva economía que se gesta en su vecino recién reconciliado.

Dos semanas más tarde, el encuentro de Cabrisas durante la Comisión Intergubernamental Cuba-Rusia concretó un megaproyecto estratégico: Moscú ofrece un crédito de 1 200 millones de euros para la construcción de cuatro unidades de generación eléctrica, de 200 mega watts cada una. Algunas de estas instalaciones tal vez sean visibles desde los muelles del puerto del Mariel, localidad donde se encuentra la termoeléctrica Máximo Gómez, una de las beneficiadas con la inversión. Dinero contante y sonante; soluciones concretas.

Mientras aparecen más tentaciones en el horizonte, los Departamentos de Comercio y Tesoro de Estados Unidos retiran algunos ladrillos del bloqueo y le piden a Cuba que se cuele por la brecha abierta en el muro, como quien ofrece un favor.

Pero del otro lado, llegan muestras de respeto a las mismas peculiaridades que cuestionó la secretaria Pritzker en Cuba. Aparecen créditos en euros, yuanes o rublos, monedas que Cuba puede utilizar sin arriesgar la cabeza de ningún ejecutivo bancario, a diferencia del dólar, prohibido en las transacciones internacionales con origen en La Habana, debido al bloqueo.

La diplomacia comercial de Obama falla precisamente en el punto donde triunfa la de Vladimir Putin, Francois Hollande y Mateo Renzi, el primer ministro de Italia, repentinamente interesado en la única parte del Hemisferio Occidental donde los europeos no tienen que correr contra los estadounidenses. Ninguno de estos “competidores” -como los llaman nueve gobernadores estadounidenses en una carta dirigida al Congreso- pretende impulsar “cambios positivos” en Cuba y mucho menos utilizar su economía como una punta de lanza para alcanzar ese fin.

Sin matrimonios

Todo indica que en los planes del gobierno cubano no cabe un regreso a la monogamia económica con nadie. El ministro de Comercio Exterior e Inversión Extranjera, Rodrigo Malmierca, advirtió que su país jamás dependería de un solo mercado, una posición expresada durante un foro con empresarios árabes en Beirut, Líbano, durante una gira por el Medio Oriente, que incluyó reuniones en Arabia Saudita, los Emiratos Árabes y Kuwait, tres potencias petroleras del Golfo Pérsico.

La economía cubana es mucho más interesante después de que Obama prometió levantar el asedio y abrir las puertas, como demuestra el crecimiento del PIB de 4 puntos porcentuales registrado durante el primer semestre de 2015, el alza del turismo en un 17 por ciento y las frecuentes visitas de delegaciones comerciales estadounidenses. También hay ciertos gestos llamativos, como la presencia de la ministra cubana de Finanzas, Lina Pedraza, en el Foro Económico Mundial para América Latina.

La espera de concesiones por parte del gobierno de La Habana dejará a largo plazo unos cuantos perdedores, entre ellos la diplomacia comercial que Pritzker diseña por indicaciones de Obama desde el Departamento de Comercio. Desde el Congreso de Estados Unidos y gracias a la óptica de los intereses de la agroindustria local, la situación se ve más clara y genera preocupación entre algunos. La senadora Amy Klobuchar, de Minnesota, lo dejó ver al testificar ante la Comisión de Comercio Internacional de su país.

“Si esperamos mucho y levantamos las restricciones de viaje y no hacemos nada acerca del embargo, entonces todos esos estadounidenses empezarán a ir allí y comerán comida china. Se hospedarán en hoteles alemanes”. La senadora Klobuchar podría agregar ahora que esos futuros turistas consumirán electricidad producida por maquinaria rusa.

Normalización bajo sospecha

Los discursos de cambios positivos y transición con caricias de smart power suenan agresivos en un país donde los medios de comunicación hablaron de guerras no convencionales o de cuarta generación, al informar sobre los programas ocultos de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID ) para provocar un cambio de régimen, descubiertos en 2014 por la agencia de noticias Associated Press. Y el asunto no se detuvo ahí.

“En su solicitud de presupuesto para el año fiscal 2016, el Departamento de Estado pidió más de 6 millones de dólares para el Buró de Asuntos del Hemisferio Occidental, para apoyar amplias operaciones en La Habana, incluyendo una mayor relación con la sociedad civil cubana” explica un informe del Servicio de Investigación del Congreso, divulgado en julio de 2015.

La normalización requiere una cláusula de comprensión mutua, ya incluida en la declaración cubana emitida tras el restablecimiento de las relaciones diplomáticas, en el párrafo donde se pide construir una relación desde cero, aislada de las prácticas del pasado. Hasta llegar a ese día, un representante diplomático de La Habana podría seguir argumentando que no es correcto hablar de un cambio de política por parte de Estados Unidos, cuando el propósito final sigue siendo el mismo y solo cambian los métodos.

Los amigos y los enemigos pasan, pero el interés es siempre el interés. La administración Obama debería decidir si quiere lograr una normalización plena o un cambio de régimen. Cinco décadas de una política de hostilidad considerada demodé e ineficaz indican que no debería buscar ambos propósitos al mismo tiempo.

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