Suele pensarse que el codiciado Daiquirí, uno de los cocteles emblemáticos de Cuba, nació en el Floridita, el bar más famoso de La Habana. Su paternidad se ha atribuido, indistintamente, al conocido cantinero Maragato (Emilio González) o a su célebre heredero Constante (Constantino Ribalaigua).
Pero la verdad es tan distinta como distante. Su origen se sitúa a mil kilómetros de la capital cubana, en la región oriental de la Isla. Y aunque no existe una fecha precisa, su nacimiento ocurrió en la etapa de la posguerra independentista, en 1899 o 1900.
Daiquirí es el nombre de una playa ubicada a más de 30 kilómetros al este de Santiago de Cuba. Por ese lugar desembarcó el ejército de los Estados Unidos en 1898, para inmiscuirse en la guerra entre los independentistas cubanos y las tropas españolas. Allí además, desde la década anterior, corporaciones estadounidenses explotaban las minas de hierro a flor de tierra próximas a la ribera.
Entre los ingenieros norteamericanos en esa colonia, a finales del siglo XIX, se distinguía Jennings Stockton Cox, gerente general de la Spanish-American Iron Company. Por entonces, los soldados, negociantes y turistas estadounidenses eran habituales en los bares y cantinas de la Isla, y Cox se contaba entre los devotos de los tragos.
Incluso, como parte de la asignación salarial, el personal administrativo de la mina recibía un galón mensual del mejor ron santiaguero: el Bacardí Carta Blanca. Poco dados a ingerir el calientico añejo a secas, los “americanos” dedicaban algunas horas a experimentar métodos para suavizarlo. De esa forma, advirtieron con prontitud que se ligaba dócilmente con distintos elementos.
En uno de sus habituales trajines de alquimista, a Cox, por puro capricho o casualidad, se le ocurrió combinar en el mismo recipiente el ron ligero con zumo de limón. Le puso también unas cucharaditas de azúcar para nivelar el sabor, y añadió algo de hielo triturado con la idea de aliviar el calor infernal de Oriente. Hecha la combinación, revolvió el líquido enérgicamente… Saboreó… Eureka. Había dado en el clavo. La fresca e inédita bebida encantó a todo el que la probaba, como por arte de magia.
Aunque no era barman ni nada parecido, algo intuyó Cox sobre lo logrado. Sin dudas, no se trataba de un descubrimiento ordinario, así que decidió registrar la fórmula en su diario personal.
-El zumo de 6 limones
-6 cucharadas de azúcar
-6 copas de Bacardí Carta Blanca
-2 copas pequeñas de agua mineral
-Hielo machacado
Eran las medidas para seis raciones.
El impulso italiano
Poco después de su “descubrimiento”, Cox recibió en Daiquirí la visita de Francesco D. Pagliuchi, director de las minas de El Cobre. El ingeniero italiano había ganado los grados de capitán del Ejército Libertador por sus relevantes servicios en el Departamento de Expediciones. Luego de una reunión de trabajo, el visitante preguntó si había algo para beber.
El anfitrión no tenía en su despensa ginebra ni vermut, así que echó mano de su nuevo hallazgo. Con ron, limones, azúcar y hielo preparó el trago, cuidando las proporciones grabadas en su agenda; lo agitó y sirvió la mezcla fría y sin colar.
Tras beberla, el italiano quiso saber cuál era el nombre de una bebida tan sabrosa y refrescante. “Rum Sour”, le respondió su inventor, quien sorprendido por la pregunta, pensó en compararlo con el Whisky Sour que en los Estados Unidos se hacía con whisky, jugo de lima, azúcar y hielo.
Don Francesco, sin embargo, considera impropio el calificativo. “¿Por qué no llamarlo Daiquirí?”, le sugiere a Cox, como un cumplido con el remoto paraje entre mar y sierra en que fue creada la mezcla.
Años después, Pagliuchi contaría el próximo paso del Daiquirí a la celebridad. En Carta al director del periódico El País, de La Habana, narró la “verdadera versión” de cómo se inventó el glorioso coctel.
“Después, fuimos para Santiago de Cuba; en el bar del Club Americano pedimos un Daiquirí. El cantinero contestó que no sabía lo que era. Entonces Cox le explicó cómo se hacía. Algunos amigos que estaban en el bar también pidieron un Daiquirí. A todos les gustó, y muy pronto este cock-tail se hizo popular en Santiago, de donde pasó a La Habana y hoy tiene fama mundial”, recapituló el ingeniero italiano.
Otras versiones
Al redactar la memoria de su viaje a Santiago de Cuba, el cronista Basil Woon disiente en algunos detalles de lo dicho por el ingeniero mambí. En su libro When it´s cocktail time in Cuba (A la hora del coctel en Cuba), localiza el surgimiento del trago en el bar del hotel Venus, hoy desaparecido y que se ubicaba en una esquina lateral de la Plaza de Armas, en la urbe santiaguera.
En el bar se reunía con frecuencia un grupo de empleados de la compañía minera a las nueve de la mañana. Una “hora poco civilizada” –opina Basil– para beber. Cada uno solía pedir tres y cuatro cocteles por cita. Entre ellos, no faltaba Cox.
Una mañana –describe el cronista– el gerente solicitó la atención a sus subordinados y compañeros de cantina: “Hemos estado tomando esta bebida durante un tiempo, pero nunca le hemos puesto nombre. ¡Así que vamos a bautizarla!”, les dice.
“Todos trabajamos en Daiquirí y todos hemos bebido esta bebida por primera vez aquí, así que llamémosla Daiquirí en su honor”, sentencia Cox. Y empinando sus copas, los convidados respondieron con beneplácito a la proposición de su jefe.
La nieta de Jennings Cox aportaría otra perspectiva a la historia. Según su versión, fue la escasez –que siempre aguza el ingenio– la que impulsó a su abuelo a procurar un suplente ante la carencia de su tradicional gin tonic. Al modificar la receta con el uso de ron en vez de ginebra, cuenta ella, Cox dio vida forzosamente al Daiquirí.
Tampoco falta quien asocie la raíz del trago a los mambises, que consumían aguardiente de caña producida artesanalmente, con miel, limón, y completada con agua. La canchánchara, que así se llama ese preparado de manigua, evolucionó por vía casi natural porque se elaboraba con los recursos al alcance de los insurrectos.
Pero fuera cual fuera la ruta seguida Cox para fundar o piratear la combinación, lo cierto es que fue el pionero en canonizar el trago a base de ron criollo. No en vano, transcurrido más de un siglo todavía se asocia su nombre al célebre coctel. Con su invención, se abrió una nueva era de brindis y libaciones en el reino de las bebidas espirituosas.
El consumo del Daiquirí se mantuvo restringido al Hotel Venus y al contorno santiaguero hasta que en 1909, el almirante Lucius W. Johnson se lo llevó en su valija para introducirlo en el Army & Navy Club de Washington D.C. A partir de entonces, la mezcla vería crecer su demanda gradualmente.
En 1913 el gran Maragato lo incluyó entre sus ofertas en el bar del hotel Plaza, pero su promoción definitiva la alcanzaría en las barras del hoy bicentenario Floridita en las manos del as de la coctelería Constantino Ribalaigua.
En el Floridita, el Daiquirí lograría flechar a su padrino indiscutible, el novelista estadounidense Ernest Hemingway, quien se aficionó al trago y contribuyó notoriamente a su universalización. Sin embargo, sus orígenes estarán siempre en una playa santiaguera en la que el ingenio y el calor provocaron el nacimiento de un coctel cubanísimo.
Muy interesante e instructivo el artículo. Desconocía por completo esta historia. Sería muy bueno que se siguieran publicando los orígenes de cosas que pertenecen a nuestra cultura. Gracias por el trabajo. Saludos
Historia bien contada sobre algo tan interesante. Magníficas fotos. Enhorabuenas al autor. Saludos
Esto forma parte de la Memoria Histórica en relación a un producto icono de la cocteleria cubana, al cual debería realizarse un monumento en el lugar de origen, ubicado en una zona turística en pleno desarrollo; propongo que se diseñe un bar típico en dicho lugar, si es posible, y que el mismo se integre e incluya como un punto de referencia en un recorrido .
Articulo excepcional!