La Antártida, conocida también como el continente blanco, se caracteriza por los fríos de hasta menos 40 grados bajo cero, ventiscas frecuentes con velocidades promedio de 45 kilómetros, con rachas máximas huracanadas de 114 kilómetros por hora.
Esa región del planeta se define también por la alta peligrosidad debido a profundas grietas que se ocultan bajo la nieve, a lo que se añade la depresión psíquica que produce el aislamiento del resto del planeta, las noches continuadas que no dejan ver la claridad, y los días interminables.
Bajo esas condiciones extremas vivieron y trabajaron durante nueve meses el Doctor en Ciencias Geográficas Julio Pérez Pérez, especialista en radiolocalización, y su colega y amigo Máster en Ciencias Valentín Fernández Martínez , experto en contaminación ambiental, para convertirse así en los primeros hombres de la zona del trópico, específicamente de Cuba, que llegaron hasta el inhóspito lugar.
A 29 años de aquel acontecimiento que comenzó el 14 de febrero de 1983, el Doctor Julio Pérez, hoy profesor de Geografía, recuerda que los dos fueron designados por el Instituto de Meteorología donde trabajaban entonces para participar con sus homólogos rusos en la expedición científica número 28 de ese país a la Antártida.
La aeronave que los llevaba aterrizó sobre la pista de hielo del aeropuerto de La Bichorka perteneciente a la estación meteorológica rusa Maladiozhnaya, lugar donde laboraron de forma conjunta con 152 especialistas de ese país, y un mongol.
La llegada a las inmediaciones del Polo Sur fue impactante; de golpe sintieron el efecto de una temperatura de menos cuatro grados bajo cero e intensos vientos que levantaban la nieve depositada en la superficie. El cielo estaba muy oscuro. Por todo eso no dudaron ni un momento sobre el reto que significaría adaptarse a aquel agresivo clima, más aún ellos que procedían de un país con temperaturas por encima de los 30 grados.
“Casi siempre soportábamos de 25 a 30 libras de ropa, y la alimentación era a base de carne con mucha grasa para proporcionar energía y ayudar a mantener el calor”- apuntó Julio-.
De manera especial recuerda la férrea y estricta disciplina adoptada todo el tiempo para evitar accidentes; cada paso que daban debían informarlo, y se comunicaban entre si todo el tiempo.
No obstante un día cayó en una grieta al caminar por un glacial; “el hielo se deshizo bajo mis pies y se me rompió el traje que usaba para enfrentar las tormentas; recuerdo también las largas caminatas bajo las ventiscas agarrados a una cuerda para no perdernos; en el poco tiempo libre que teníamos, veíamos alguna película, jugábamos billar o ajedrez y leíamos para alejar el gorrión, como le decimos en Cuba a la tristeza; fue difícil también soportar la añoranza por la familia”.
Sobre la flora y la fauna del lugar mencionó que en el verano aparecían algunos pingüinos, focas y aves de tránsito, y crecían el musgo y los líquenes que desaparecen totalmente en el invierno.
Según el científico, las investigaciones meteorológicas realizadas en ese hemisferio, les permitieron adentrarse en el conocimiento de la circulación general de la atmósfera lo que facilita la realización de pronósticos meteorológicos a largo plazo en el hemisferio norte donde se encuentra Cuba. También contribuyeron a la base mundial de datos sobre la Antártida.
El también conocido como continente de los hielos posee petróleo, valiosos minerales, así como las mayores reservas de agua dulce; es una de las regiones donde vive la mayor masa de mariscos comestibles que existe en el océano mundial, lo que explica el estudio que realizan en esa región más de 10 países.
“El viaje cumplió el objetivo de acumular la experiencia necesaria sobre la manera de hacer más llevadera la estancia en el remoto sitio; aprendimos mucho, sobre todo a sobrevivir, y se probó que los ciudadanos del trópico pueden permanecer y resistir el clima polar de la Antártida; muestra de ello fueron las otras tres expediciones que les siguieron a la nuestra hasta 1985 integrada por siete investigadores cubanos”.