La ciudad ya no es la misma. Tierra adentro, lejos del mar, se alzan modernos vecindarios; ahora adornan las avenidas otros carteles; nuevas tiendas y restaurantes coronan el casco histórico. Un santiaguero que retorne a la urbe después de algunos años, podría sentirse visitante intruso en su propia tierra. Quizás encuentre su bar favorito convertido en vivienda o descubra que el cine donde enamoró a su esposa ha sido cerrado.
Pero, si se detiene por un segundo y cierra los ojos podrá ver que, en realidad, todo sigue igual. El sol calienta la piel con la misma fuerza de antes, el aroma de los mangos maduros inunda los mercados. Por todos lados se escucha el rumor alegre de las personas que suben Heredia, atraviesan la ciudad por Aguilera o recorren la calle Enramadas. No importa cuál sea su destino, con certeza, cada uno ha pasado por un mismo lugar.
No es cierto que todos los caminos conduzcan a Roma, al menos en Santiago de Cuba, todos llevan al Parque Céspedes. Muchas son las historias y leyendas que vinculan al santiaguero a este lugar, que durante casi quinientos años ha brindado cobijo a los hijos de la ciudad.
La Historia del Parque Céspedes data de fecha tan lejana como 1515, cuando se fundó la Villa. Siguiendo las ordenanzas de la Monarquía española para erigir ciudades, se dejó el espacio destinado a su construcción. Por entonces era solo un amplio terraplén rodeado de rudimentarias construcciones como la Casa del Gobierno, la Iglesia y viviendas de los españoles que habían partido a la conquista de América. Con los años ha sido conocido como Antigua Plaza de Armas, después Plaza Mayor y Plaza de la Constitución.
Resguardado por la ciudad vieja, rodean al Parque Céspedes, el edificio del Ayuntamiento, la Catedral Metropolitana de Santiago de Cuba, la casa de Diego Velázquez, construcciones que conservan su arquitectura original. Hacia el Sur, más allá del rojo quemado de las tejas francesas, se extiende la Bahía que ha visto florecer la Villa.
Frondosos árboles centenarios hacen del Parque un sitio acogedor, tranquilo a pesar de la agitada actividad que lo sacude a todas horas del día. En sus bancadas los santiagueros encuentran un lugar especial para descansar, compartir o enamorarse.
Durante el mes de julio el Parque vibra más aun, pues se vuelve escenario de las celebraciones de las Fiestas del Fuego y de los Carnavales. Cientos de personas lo atraviesan, arrollando al ritmo de la conga santiaguera, o bailan y cantan al pie de la estatua de Carlos Manuel Céspedes.
Este despliegue esplendoroso de las tradiciones de la región hace del Parque sitio de visita obligada para los foráneos, que podrán encontrar allí los rostros más peculiares de Santiago.
La villa se acerca a medio milenio de existencia. Después de tantos años la ciudad ha crecido y se han construido nuevas plazas, pero el Parque Céspedes sigue siendo, y lo será por mucho tiempo, el corazón de la ciudad.