Félix sigue haciendo realidad el sueño que tuvo un día cuando era pequeño: tener un bicicleta gigante. Hasta el momento las que llegaron a sus manos tenían parámetros demasiado conservadores para su gusto. Por eso se propuso la tarea de construir una bicicleta a la medida de sus sueños y su audacia. Poco a poco va venciendo sus propios límites y ya desanda la Habana en una nueva bici de 3,45 metros de altura, para estupefacción de los que lo ven atravesar la ciudad, entre carros antiguos, claxones y transeúntes.
Cada vez que se sube al sillín lo miran igual que a Matías Pérez, antes de subirse al globo que lo llevara al confín de la tierra del que nunca más regresó. Por suerte para Félix, su empresa es menos arriesgada y ante una parada imprevista o para iniciar su recorrido siempre encuentra la ayuda solidaria de los habaneros, quienen nunca pierden la oportunidad de ser parte de una de las tantas ingeniosidades que por estos lares ponen a prueba el asombro de los que creen haberlo visto todo en esta vida.