No es porque mi esencia pinareña siga entre ese verdor, pero uno de los lugares más frescos al aire libre del mundo entero está ubicado en el Parque Nacional Viñales, nada más y nada menos que en la provincia más occidental de Cuba. Orgullo de vueltabajera.
El mundialmente famoso Mural de la Prehistoria, declarado Paisaje Cultural de la Humanidad, llama la curiosidad de todos los visitantes; el animado espectáculo de colores a cielo abierto arranca los suspiros de los más incrédulos.
Cuentan que uno de los discípulos del muralista mexicano Diego Rivera se enamoró de esta colina. Leovigildo González pensó muy bien cómo trascender en el espíritu de estos mogotes que embriagan por su forma. Junto con los campesinos del lugar delineó en 120 metros de ancho la evolución biogeológica de la zona, una de las más antiguas de Cuba. Así llegaron los primeros habitantes del lugar, los guanahatabeyes, a estas rocas que se resisten al paso del tiempo.
Y con ellos, grandes mamíferos como el megalocnus rodens (oso gigante ya desaparecido); los amonites, moluscos de más de 70 millones de años de antigüedad; reptiles marinos mesozoicos y otros tantos animales que encontraron sitio en esta geografía.
Hace más de 50 años, el trabajo no fue nada fácil. Eliminar la capa vegetal que cubría el farallón, concebir un sistema de drenaje para evitar la acumulación de agua entre las piedras y trepar la colina escarpada para pintar y retocar con esmaltes resistentes a la erosión y al clima solo fueron algunas de los dolores de cabeza de esta obra.
Pero increíblemente hoy llegan a nosotros estas llamativas tonalidades de trazos con la misma intensidad de hace medio siglo. Aun nos deslumbra el poder del hombre desafiando a la naturaleza. A unos 140 kilómetros de La Habana, el Mural de la Prehistoria se erige contra el Tiempo.