Si la gente se va, si se pierden las cosechas de café y cacao, si fracasan los negocios o si las grandes iniciativas se convierten en polvo con el paso de los años, en Baracoa muchos le echan la culpa al “Pelú”, español emigrado a Cuba en el siglo XIX a quien los pobladores de la primera capital y obispado de este archipiélago le adjudican una vieja maldición.
Dicen que sus últimas palabras, en el muelle de La Primada, justo antes de abordar el barco que lo llevaría de regreso a su tierra natal fueron: “en Baracoa se harán muchos buenos planes, se generaran muchas buenas ideas, pero todas se desmoronarán, nada se le cumplirá”. Y para algunos así fue.
Basta caminar por la ciudad, conversar con los vecinos, para que el sentimiento fatalista salga a flote y alguien mencione el antiguo vaticinio. Es un fenómeno extraño, difícil de entender, casi como si la leyenda en que se convirtió el antillano estuviera fuertemente anclada a las maltratadas raíces de esa zona de Cuba donde hasta 1959 sólo había un hospitalito rural a más de 230 kilómetros de Santiago de Cuba, que por aquel entonces era la capital de Oriente.
Hoy La Primada tiene un Hospital Clínico Quirúrgico y una red asistencial que abarca 81 instalaciones entre policlínicas, salas de rehabilitación, consultorios y servicios de urgencia.
También allí se construye actualmente un Acueducto por Gravedad, con planta potabilizadora incluida, que eliminará en muy poco tiempo las carencias de agua que sufren sus habitantes a pesar de vivir, paradójicamente, en la mayor reserva acuífera de la América insular.
Como región, el municipio integra el macizo Nipe-Sagua-Baracoa, asiento de la mayor y más importante de las Reservas de la Biosfera declaradas por la UNESCO en el Caribe insular, atesora la floresta más abundante de Cuba (encabezada por las mayores plantaciones de coco y cacao del país) y las más grandes reservas de madera dura y preciosa.
Todo eso sin contar que en Baracoa el turismo crece como la espuma, existen una docena de instituciones culturales, es zona de relevantes hallazgos arqueológicos y sobran los protagonismos históricos: Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa fue la primera villa fundada por los españoles en Cuba, de allá era el cacique Guamá y muy cerca de sus montañas fue quemado el indio Hatuey, los ataques de corsarios y piratas de que fue víctima más que los saqueos le heredaron leyendas que contar y la intensa migración haitiana que se asentó en sus tierras -con sus innovaciones tecnologicas y sus novedosos cultivos- la convirtieron en un importante polo productivo.
Pero, aún así, a muchos por allá todavía les gusta demasiado la historia del andrajoso, tildado de loco, con barba de pelos rizos sin peinar, pantalones remangados y pies descalzos que deambulaba por la ciudad pidiendo limosnas, o rezando en agradecimiento a una taza de café o un plato de comida hasta que le dio por maldecir.
“La gente le tiraba piedras, le decía cosas feas, y eso a nadie le gusta”, me comentó un amigo baracoeso en una de esas tardes que nos dio por contar historias. Y, en efecto, era esa la causa de la furia del Pelú, cuyo mito sobrevivió varios siglos… e importantes cambios.
Se llamaba Vicente Rodríguez, era natural de Poza, provincia de la Coruña, en España, donde nació en 1857. Llegó a Cuba como la mayoría de los peninsulares en busca de fortuna. No la encontró. Según bibliografías digitales aquí en la Isla se trasformó en misionero, dio sus pertenencias a los más pobres y caminó sin rumbo fijo por el oriente del país evangelizando.
A Baracoa llegó en 1893 y volvió en 1896. Fue en este segundo viaje a La Primada cuando, confundiéndolo con un mendigo ya falto de cordura, los habitantes del poblado de Sabana, hoy perteneciente a Maisí, lo apedrearon y expulsaron de la ciudad. Después sobrevendría la leyenda.