Fotos: Lorenzo Crespo Silveira
-Guantánamo- Si nuestro carro no se poncha en medio de las montañas, si el chofer no busca desesperado en el Servicentro de Maisí cómo resolver el problema, y si la bomba de aire no hubiera estado rota, quizás nunca hubiéramos conocido a Pablo Rodríguez García, quien hace 20 años inventó el único proveedor automático de aire que hoy funciona allí.
Quienes manejan, reparan o son dueños de algún vehículo en la zona, lo ven como una suerte de salvador, de científico de la vida, de ingeniero “sin muchos estudios” que les alivia las dificultades causadas a sus neumáticos por el terreno pedregoso.
“No les haga caso, periodista. ¿Cómo voy a ser un genio si yo soy analfabeto”, dice el entrevistado y nos cuenta que sólo llegó hasta el sexto grado en la Facultad Obrero Campesina, y que después hizo hasta noveno en la Escuela Provincial del Partido.
Toda su vida Pablo ha sido ponchero en el Consejo Popular de La Máquina, pero en 1992 como lo solicitaban tanto y a cualquier hora para echarle aire a gomas de bicicletas, camiones, tractores y vehículos ligeros, creó lo que él llama “su robot”.
“Un día me senté en mi patio y le eché mano a lo que encontré. Lo terminé en 15 ó 20 días y me demoré porque mis hijos y mi mujer botaban lo que adelantaba. Ellos creían que me había vuelto loco, hasta trataron de llevarme al Hospital Psiquiátrico de la ciudad de Guantánamo. Solo se convencieron de que estaba cuerdo cuando vieron el aparato terminado”.
A nuestro alrededor han empezado a agruparse las personas. Ansían escuchar, de boca del sexagenario, cómo hizo su máquina sin conocer de Física, ni Matemática, ignorando los principios de la compresión del aire…
“Usé el motor de un limpiaparabrisas automático que, cuando cae, contacta con un platino y se acciona el mecanismo que abre la válvula de aire exactamente durante un minuto y 20 segundos. El reloj es de un camión V8, el transformador de corriente es de un televisor Krim, soviético y el tanque que lo cubre es de un transformador de corriente”, explica veloz, sin detenerse en detalles, porque según él es más fácil “hacer que contar lo que hizo”.
Su invento trabaja 24 horas, no necesita vigilancia humana y se activa con el peso de una moneda, ligera o pesada, de 20 centavos…y antes incluso daba vuelto si se echaba un peso. ¿Cómo lo logró?, no nos dice. Quizás es su secreto.
Lo que sí cuenta es que el tanque tiene una puertecita por donde extrae el dinero que recauda. ¿Pero no hay candado ahí?, digo señalando donde debía estar ese dispositivo de seguridad.
“Es que ya no lo uso, hace años instalé un electro imán y con eso, accionando dos cablecitos desde mi cuarto, puedo abrirla”, explica.
Dicen que los inventores crean lo que no existía antes, que amplían los límites del conocimiento, que resuelven los problemas de la humanidad y que los impulsa la inquietud, la imaginación.
Y así es Pablo Rodríguez García, un ser humano especial, de espíritu creativo e inconforme, de esas gentes que hacen útil su virtud.