El día 15 de un mes húmedo, unos que huían le sembraron a Santa Clara un tamarindo y la condenaron a servir de cobija, a ser inmaculada cuando ella —y era obvio entonces— no tenía aptitud para ello. Primero la bautizaron, le dieron un buen nombre en alguna pila rústica y la santificaron en nombre de espíritus y dioses que ella ahora maldice en una esquina. Santa Clara está casada con lo obsceno, con lo prohibido, con lo “mal visto”, con lo ridículo, con lo supremo, con lo irracional. Una especie de Ibiza en el desierto nacional, más seco, estéril y sediento en el interior de este país.
Cuando la condenaron a ubicarse al centro del centro, sin aguas cercanas que le hicieran creerse lo de habitar en una Isla, asumió que contaba con ríos y le hizo un guiño a los ubicadores. Cuando se quedó sin ríos porque así quisieron los herederos de los ubicadores, Santa Clara se salvó del hastío de la siesta de la tarde y se inventó un Malecón, que se llueve y se moja como los demás. Este Malecón no protege a la gente o a la ciudad del mar, hace algo mejor, la protege del tedio, del calco, de lo uniforme, de la sal que corroe la naturaleza humana. Por eso el Malecón sin agua cuenta todos los días historias inverosímiles y el Teatro La Caridad es entonces, caritativo. Se mezclan en ese muro centenario roqueros, travestis, emos, trovadores, universitarios, polacos, franceses, amantes, divorciados, gays, asexuales, discrepantes o aduladores. En esta acera habitual nadie forma parte de otra acera. La gente simplemente es, y eso ya la hace grande. La tarea de juzgar en Santa Clara se la dieron a alguna caricatura de grafito, que se desdibuja con las horas.
Ella es una pecadora que admite serlo y se enorgullece de ello. Así se ríe de las hogueras y las predicciones de la Inquisición. “Serás provinciana”, la condenaron, y al instante se levantó la falda para darle entender que tanto ahí como en su cabeza es más urbe que Madrid. “Es cuestión de actitud”, habrá pensado quien acunó la primera de muchas primeras veces en el país.
Ha renegado de su nombre más allá de las fronteras a la que fue condenada por los ubicadores del Tamarindo. Le nacieron hijos al margen, no marginales, ni marginados. El conflicto propio de sobrevivir le dio paso a barrios caníbales de todo, y de ellos mismos. No quiso etiquetarlos, pero se le quedaron analfabetos, desnudos e inconformes.
Cuando la condenaron a respirar en círculo, Santa Clara respiró en triángulo, la forma geométrica que más le complace. Asumió que su parque central sería el pulmón y a los zombies matutinos los juntó con los zombies que nunca han dormido. Todos los días se tocan allí y se reconocen. El día después harán lo mismo.
En otro instante la maldijeron y la volvieron a condenar: ¡Todas las tardes, de todos los días, de todas las noches, de todos los veranos y los inviernos, una plaga de aves romperá tus silencios, colmará tus cabezas! ¡Negros serán! y lo fueron. Ella les ofreció los aleros de sus casas y se dijo que si algo debiera competir con la Banda Municipal habrían de ser sus graznidos. Y así la primera bandada de pájaros que habitó el Vidal, les transmitió a sus hijos el derecho divino a co-existir.
Los que la conocen y se jactan de rezar sus rosarios de rodilla, de expiarle sus faltas en capilla y la maldicen por permisible y casquivana, la llaman “frívola”. Los que no la conocen hacen lo mismo de una manera más cruel, porque no le han visto.
Por estos días ya menguada y con grietas, avejentada y sudorosa, la condenaron a pulular entre el mal olor y lo kitsch, a descascararse por el tiempo y la desidia. La condenaron a la añoranza, a maquillarse en cada 15 y esbozar una sonrisa Mona Lisa, a mirarse desde la altura del Capiro y perpetuarse. Y por todos los pecados cometidos, los admitidos y los ocultos, los que reprime o se lamenta de no concretar, la condenaron a lo diferente. ¡El gusto que se ha dado desde entonces! Ella, que nunca quiso ser santa.
Como Santa Clara ninguna
El tipo de artículo que se beneficiaría del uso de fotografías si se quisiera consolidar. De otro modo, se puede interpretar como el reflejo del mundo interno de quien lo escribe.
La Clara cará, cuánto amo a esa ciudad, porque aunque no tenga malecón ni el mar a sus orillas, es ciudad (celos perpétuos con su cercana y marinera coterránea, Cienfuegos, donde vivo, qué dicotomía!). Y es ciudad por todos esos valores que le dan la categoría. Pero la Clara necesita maquillarse, que la quieran y la mimen, porque como diría gastón baquero de La habana a la Clara le pasa: “… vistiéndola de iglesia, de plaza o cementerio,
haciéndola quedarse inmóvil bajo el río,
haciéndola sentirse un puente milenario,
volviéndola de piedra, volviéndola de noche,
volviéndola ciudad enamorada, y la desdeñas,
la vences, la reclinas,
como si fuese un perro disecado,
o el bastón de un difunto,
o las palabras muertas de un difunto…
La Clara necesita claridad. Buen trabajo, de alguien que la ama y tiene el compromiso social de atraer las miradas hacie Santa Clara
Genial felicidades Mayli
“Santa Clara quien te viera y por tu calles pasara, y a la Pastora me fuera a misa de madrugada”
Tu fealdad te hace bella y diferente. Tus hijos te quieren y añoran.
esaaaaaa que lindo…
Esa es mi ciudad…