Delfín Figueredo Fonseca, granmense de nacimiento, vino un día a trabajar a Camagüey y se quedó. Con él trajo su pasión por la inconfundible sonoridad del órgano oriental.
Desde los 8 años aprendió a tocar el instrumento y desde hace siete es el dueño de El Son Camagüeyano, un artilugio llegado de Francia hace casi una centuria.
En Niquero, cuenta, manda a hacer las cintas perforadas donde están escritas la notas, usando el mismo cartón que separa las estibas de cervezas enlatadas.
Temas como “El Jaleo” forman parte de un largo repertorio que atesora en unas enormes cajas de madera contrachapada, junto a las herramientas que emplea para darle mantenimiento a su “equipo”, valorado en 50 mil pesos cubanos.
Como antaño, Delfín se hace acompañar en carnavales y fiestas populares por otros cinco músicos quienes tocan los timbales, las pailas, las tumbadoras, el güiro y el guayo.