El pregón es hijo de las calles, nace en ellas, detrás de una carretilla llena de frutas y vegetales, un carrito de helados, una bandeja de dulces, una mesa con baratijas diversas, necesarias. El pregón está a hecho al ritmo de nuestra vida. No importa si es grito o si es canto, lleva nuestra gracia de cubanos, caribeños y latinoamericanos, lleva nuestra sangre, nuestro sol.
Te sorprende, te invade, se te cruza al frente sin previo aviso. Se mete por las ventanas y puede llegar a ser el principio o el final de cualquier día. Puede ser el aderezo de un rato, la solución a una necesidad, la risa imprevista.
Tiene sus propias canciones, desde el querido Manisero hasta Frutas del caney. La música como segura carta de presentación, porque en el fondo esa es su esencia. Y no muere, sigue aquí obstinadamente, ha sobrevivido más de cien años y parece ser que tiene larga vida por delante en esta isla larga y estrecha.