Fotos: Lorenzo Crespo Silveira
Lejos del bullicio y la contaminación de las ciudades, allá donde comienza Cuba, en la mismísima nariz del caimán dormido que simula este archipiélago, vive Eusebio Lázaro Matos Matos, el más antiguo de los torreros del Faro de la Punta de Maisí, que este 2012 cumple 150 años de fundado.
Llegó en 1965, cuando tenía 27 años de edad y unas ganas tremendas de aprender los secretos del vigía, de esa luz blanquísima que alcanza 27 millas náuticas y salva los barcos y sus navegantes de las incertidumbres de la noche y las bravuras del mar.
Hoy tiene 74 años, muchas canas, la piel arrugada por el salitre y el sol, pero no hay quien le haga cuentos sobre el oficio que eligió. “Hay otros dos fareros: Idalgo Matos Lores y Erasmo Durán Gaveira. Todos vivimos aquí con nuestras familias”, nos dice como para que ni imaginemos que la enorme responsabilidad de encender y apagar la hermosa óptica que destella cada cinco segundos es trabajo de un solo hombre.
La óptica emite un destello cada cinco segundos, da 240 vueltas por hora y funciona a través de un sistema mecánico, explica Eusebio, el jefe de los torreros.
“Esto funciona por contrapeso, como el péndulo de un reloj romano, porque el sistema es mecánico. Todos los días, antes de oscurecer, subimos a encenderla, a media noche damos cuerda al mecanismo que la mantiene trabajando y apagamos la luz a las 6:00 de la mañana”, cuenta como buen conocedor y agrega que cada uno de los cuidadores trabaja 24 horas.
También habla del viejo aparato refractor que consumía 1500 watt y se cambió por este que ahorra 20 kwatt todas las noches y gira 240 veces por
hora.
El Faro de la Punta de Maisí tiene 37 metros de altura. Isabel II, reina de España, autorizó su construcción en mayo de 1857 y demoró 5 años en
concluirse. Fue inaugurado el primero de noviembre de 1862 con el objetivo de orientar los barcos durante su travesía por el convulso Paso de los
vientos.
“Este es un estrecho bravo, difícil y muy transitado, por aquí pasan a diario entre 40 y 50 navíos”, explica Eusebio mientras subimos con los pies desnudos los cientos de escalones que acercan la edificación al cielo.
¿Y por qué sin zapatos?, pregunto y responde con una anécdota: “Eso fue idea de Raúl Castro, nuestro presidente actual. En el año 1994 él visitó el
Faro, yo fui quien le sirvió de guía hasta arriba pero antes de hacerlo me quité los zapatos y las medias. Él me preguntó por qué, como usted ahora, y
yo le dije que para proteger la pintura de los escalones, entonces sugirió que a partir de ese momento todo el que nos visitara subiera como yo:
descalzo”.
Agrega que el Faro se llama “Concha”, que en su fabricación se usaron piedras extraídas de la orilla de la costa y que aunque los escalones originales eran de ese material hoy son de madera. También cuenta que desde esas alturas ha visto no pocas tragedias: “La última fue en diciembre del 2011, cuando un yate haitiano naufragó… Lo vimos por la madrugada, eran más de 80 personas y muchos habían muerto ahogados. Inmediatamente dimos parte a las autoridades y ayudamos en el rescate. Fue algo muy triste que ojalá no tuviera que volver a vivir”.
En unos meses Eusebio Lázaro Matos Matos se jubilará. Ya la casa que habitará, después de casi medio siglo como vigilante de una luz que no puede fallar, está lista a pocos metros del Faro. Su puesto, casi como un legado, lo heredará su hijo Alexei Matos Rivas: “A él le gusta mucho esta vida porque, imagínate, desde que nació me ve limpiando o encendiendo la óptica, echando a andar todo el sistema y bien orgulloso de lo que significa este lugar”.