La relación legendaria entre el hombre y los cetáceos vuelve a asaltarnos como noticia. El buzo Rainer Schimpf fue atrapado por la boca de una una enorme ballena y luego devuelto en una playa. A Schimpf le dio tiempo a imaginar cómo sobrevivir a aquel evento mientras se encontraba con la mitad del cuerpo dentro del animal.
Los hechos ocurrieron en Ciudad del Cabo, un hermoso enclave marítimo y uno de los destinos turísticos más visitados de África. La localidad de Port Elizabeth, donde Schimpf y sus compañeros buceaban, es uno de los mayores puertos de Sudáfrica.
Se trata de un buzo experimentado de 51 años, director de Dive Expert Tours, una empresa que organiza actividades de buceo.
Se encontraba junto a su equipo documentando la fauna en aguas de Port Elizabeth cuando penetró en una extraña oscuridad: “Supe al instante que una ballena me había tragado”, dijo a Barcoft TV.
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El buzo mantuvo milagrosamente la serenidad y, sabiendo que las ballenas “no devoran hombres”, se preparó para que el cetáceo lo llevara a las profundidades del océano.
Mientras esperaba aguantando la respiración, Schimpf debió pensar en las características de la garganta de algunos de estos animales, por las que no cabría un ser humano, como en el caso de la ballena azul. Pero quizás se mantenía consciente de que un simple golpe de lengua de la ballena podía ser fatal.
Rainer Schimpf parece ser un hombre que mide sus palabras y sus emociones, no transmite en sus declaraciones la dimensión de lo que le acaba de suceder: no sólo ser atrapado por una ballena, sino devuelto a la playa, restituido.
Schimpf lo ha sentido como “una experiencia interesante”. “Me da una conexión con la ballena que no creo que nadie haya tenido”, declaró.
La ballena más famosa de la literatura (casi tanto o más que la del relato bíblico que se tragó a Jonás) fue Moby Dick, perseguida con furia por Ahab, al que le había amputado una pierna y entre ambos se trenzó una batalla de venganza y reto, obsesión e instinto, que ha hecho correr la tinta tras la novela de Herman Melville (1851).
Para Schimpf, la experiencia ha sido muy distinta a la de Ahab. El diálogo con el animal es generoso y “aunque no lo volvería a hacer”, se siente ahora cómplice del magnífico mamífero.
Tranquilo y ecuánime “no tienes tiempo para tener miedo, tienes que utilizar tu instinto”, explicó.
Schimpf esperó a la zambullida, pero también esperó a que alguno de su grupo tomara la foto de aquel fenómeno, mientras que la hermosa ballena mantenía en su boca al buzo.