Cocino desde los 9 años. Heredé de mi madre la pasión culinaria que, al igual que a ella, me ha acompañado toda la vida. Ella no dejaba entrar en la cocina a ninguna de las mujeres de la familia y tampoco le gustaba comer lo que cocinaban, solo disfrutaba con mis platos.
Pienso que cocinar requiere vocación, para hacerlo bien hay que saber interpretar los olores y sabores de los alimentos. Traté de captar muchos secretos de “mami”, algunos nunca los quiso revelar y otros por falta de tiempo se fueron con ella. Para que no se pierdan esos secretos, los que me legó y otros que he ido incorporando, estoy escribiendo un modesto libro de recetas para facilitarle la vida a mis hijas, sobrinas y nieta.
Últimamente, ¿qué es lo que más disfrutas cocinar?
Cuando vives fuera de Cuba un tiempo tratas de llevar tu cocina contigo, confeccionándola con los ingredientes encuentras, es bastante fácil y lo disfruto mucho, pero lo que más me satisface es asumir el reto de cocinar comida italiana con lo que aquí encontramos. Es mucho más complejo que el proceso inverso de preparar comida cubana en Italia, pero mi mayor satisfacción es cuando logro una sabrosa solución de platillos italianos a la cubana. Otro de esos grandes momentos es el día a día, asumir el constante desafío como cada ama de casa cubana, de no dejar morir la creatividad con la cotidiana pregunta, de ¿qué cocino hoy?
¿Qué es lo que mejor te queda?
Dicen que los potajes y las carnes. Yo creo que son los dulces, como las torrejas, que se hacen de muchas formas, pero yo las propongo con un chorrito de vino seco, que le da un sabor muy especial, como las de mi madre.
Ingredientes
12 rodajas de pan de molde
1 litro de leche
2 tazas de azúcar
1 cucharada de canela en rama
2 huevos
1 cucharada de vino seco
1 cucharadita de vainilla
1 taza de aceite de freír
1 pizca de sal
Modo de preparación
Hervir la leche con la canela y el azúcar, dejarla refrescar y añadirle la vainilla y el vino seco. Preparar un almíbar con la canela. Picar en rodajas el pan. Batir los huevos con una pizca de sal. Pasar las rodajas de pan primero por la leche y a continuación por el huevo batido. Freír en el aceite caliente, a manera de que se doren por ambos lados. Bañar con el almíbar y ¡a comer!