En un informe publicado en mayo de 2020, la OMS estimaba el número de fallecidos por la pandemia de COVID-19 en sus primeros dos años en 14,9 millones. El 81 % de las muertes se habrían producido en países de ingresos medios a bajos, entre los que estaría Cuba.
La OMS confirió particular importancia al exceso de mortalidad. Ese indicador refleja “la diferencia entre el número total de muertes para un lugar específico y un periodo de tiempo determinado, y el número que habría cabido esperar en ausencia de una crisis”.
¿Cómo se comportó la variable en Cuba? Para analizar el tema hemos revisado las ediciones 49 y 50 de los Anuarios de Salud Pública, con la información oficial que ofrece el Estado cubano en materia sanitaria.
Mortalidad antes y en los dos primeros años de la pandemia
En la década previa la mortalidad en Cuba tendía al crecimiento. Entre 2009 y 2019 la Tasa Bruta de Mortalidad (TBM) aumentó de 7,7 a 9,7 por cada mil habitantes. Esto se explica sobre todo por el envejecimiento poblacional, resultante de la baja fecundidad y la alta esperanza de vida en el país. Según la fuente citada, en 2021, el 21,7 % de la población era mayor de 60 años. Lógicamente, en una población envejecida la mortalidad aumenta y la sociedad se hace más vulnerable a las epidemias.
¿Cuál fue el comportamiento de la mortalidad durante 2020? Ese año la mortalidad creció en solo 3 360 casos. El incremento interanual de la TBM fue de 0,3 por cada mil habitantes. En otras palabras: no hubo exceso de mortalidad y la COVID-19 no tuvo un impacto tan significativo en el indicador ese año.
La situación cambia drásticamente en 2021, cuando se combinaron nuevas variantes del virus y una violenta crisis económica. Ese año, el total de defunciones fue de 167 649. Esto implica un exceso de mortalidad de 55 200 si tomamos como base 2020, y 49 741 muertes más que las que había previsto la OMS para Cuba.
Además, es el doble de las defunciones que ocurrieron en 2009, y un crecimiento de la TBM de 5 fallecidos por cada mil habitantes. Un salto de ese tipo solo puede explicarse por un evento catastrófico como la COVID-19.
Comportamiento territorial de la mortalidad
Podría pensarse que el comportamiento del exceso de mortalidad en el país fue homogéneo. ¡Nada más lejos de lo sucedido! Aun cuando en todas las provincias la variable aumentó, los peores resultados los encontramos en Villa Clara, Ciego de Ávila y Cienfuegos, que presentaron un aumento en la TBM de 7 o más fallecidos por millar de habitantes.
Las causas son difíciles de determinar, pero es significativo que en Cienfuegos se utilizara un esquema de vacunación que combinaba una vacuna China con Soberana Plus, de fabricación nacional. Mientras, Villa Clara es la provincia más envejecida del país, con más del 25 % de su población mayor de 60 años, uno de los grupos de riesgo ante el coronavirus.
Luego hubo un grupo de seis provincias en las que la mortalidad creció entre 5 y 6 defunciones por millar y un tercer grupo en el que los resultados fueron mejores, debido a que la TBM aumentó en menos de 5. Llama la atención que entre ellas estén Santiago de Cuba y La Habana, las más pobladas del país. ¿Por qué ocurrió esto?
En mi criterio, se debe a que la llamada “intervención sanitaria a grupos y territorios de riesgo” priorizó la capital, cinco municipios de Santiago de Cuba, otros tantos de Matanzas y el municipio especial, donde se comenzó a vacunar antes a la población.
El mayor cuestionamiento que puede hacérsele a esta estrategia es que, en lugar de priorizar regiones, dicha intervención debió ocuparse con grupos de riesgo, en especial los adultos mayores de todo el país. Entre ellos, como se verá, se concentró el mayor exceso de mortalidad.
Exceso de mortalidad por grupos de edades
El comportamiento de la mortalidad y el exceso de mortalidad en los distintos grupos etarios tampoco fue homogéneo en 2021. En los menores de un año se observó un crecimiento interanual importante, con 238 fallecidos más, lo que llevó esta tasa a 7,6 por cada mil nacidos vivos y significó un retroceso de casi veinte años para el país.
Las causas de muerte que más aportaron a lo anterior fueron las afecciones originadas antes y durante el parto. Por ello se puede afirmar que la COVID-19 tuvo una relación indirecta con este indicador, como han reconocido las autoridades sanitarias.
En los fallecidos entre 1 y 18 años la TBM se mantuvo prácticamente sin variación. Mientras que en el grupo comprendido entre los 19 y 59 años creció de 2,8 a 4,0 por cada mil habitantes. Esto implicó que se registraran 7 913 fallecidos más que en 2020. Pero es en los mayores de 60 años donde se concentra el mayor exceso de mortalidad en 2021, con 46 952 fallecidos. Representa el 85,06 % del exceso de mortalidad.
Por otro lado, dentro del grupo, los mayores de 75 años presentaron 30 781 defunciones más que en igual período del año precedente, casi dos tercios del exceso de mortalidad de los mayores de 60 años y más de la mitad del total. Esto representa un crecimiento exponencial de esta variable conforme aumenta la edad, de ahí la importancia, en el contexto de la pandemia, de vacunar por grupos de edades.
Mortalidad según causa de muerte
En cuanto a las causas de muerte, la primera continuó siendo las enfermedades cardiovasculares, que tuvieron un crecimiento interanual de 13 096 defunciones. Le siguieron los tumores y en tercer lugar la “influenza y neumonía”. Estas pasaron de 6 654 en 2020 a 25 620 en 2021.
Es difícil entender que un año dominado por la COVID-19 otra enfermedad respiratoria experimente un aumento de 18 966 defunciones. La única explicación lógica es que la mayoría de los fallecidos por enfermedades respiratorias no se consideraran portadores de COVID-19.
Algo similar ocurre con las enfermedades crónicas de las vías respiratorias, que presentaron 1 649 muertes más que el año anterior. Si sumamos a las anteriores las 8 091 defunciones por COVID-19, obtenemos que las enfermedades respiratorias provocaron 28 706 muertes más en 2021.
Habría que añadir una parte de las 7 058 muertes atribuibles a enfermedades isquémicas. Porque la enfermedad provocada por el coronavirus mata por dos causas fundamentales: la insuficiencia respiratoria y los fenómenos tromboembólicos; es decir, la formación de trombos que obstruyen los vasos sanguíneos.
De ahí que parecería lógico concluir que al menos 30 mil muertes podrían ser atribuidas a la COVID-19.
A modo de conclusiones
La crisis originada por la COVID-19 es el mayor desastre sanitario ocurrido en Cuba en más de un siglo. En la isla los resultados del primer año fueron extraordinarios, pero no se pudieron mantener porque resultó imperativo abrir en parte la economía que, privada de sus principales fuentes de ingreso y exhausta por deficiencias internas y la política de asfixia estadounidense, necesitaba un poco de oxígeno.
Luego, la variante Delta cayó sobre una población muy envejecida, como una chispa en la paja seca. A la alta capacidad de trasmisión del virus y de generación de cuadros graves habría que sumar la falta de medicamentos y la rotura de la principal planta productora de oxígeno del país.
Por otro lado, hubo atrasos en la producción de vacunas propias y se utilizó una estrategia de intervención que, por las causas que fuere, priorizó territorios y no grupos de edades.
Sin embargo, aun cuando se pudo obrar distinto en algunos ámbitos, el resultado no habría variado considerablemente. Países infinitamente más ricos vieron hacer aguas su economía y los mejores sistemas de salud colapsaron debido a la pandemia.
Todavía hoy muere diariamente casi medio millar de personas por causa de la COVID-19 en Estados Unidos, donde las víctimas del virus suman, oficialmente, 1,1 millones. En algunas partes del mundo ni siquiera se conoce el número real de fallecidos; en otras se estima que es diez veces superior a las cifras oficiales y algunos estados optan por no publicar las cifras oficiales de enfermos.
En suma: nadie estaba preparado para una pandemia en pleno siglo XXI y el exceso de mortalidad es prueba de ello. Lo peor es que podría suceder de nuevo.