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La fiebre amarilla (FA) es una enfermedad que ha tenido un enorme impacto en la historia sanitaria y científica de Cuba. Era autóctona de las Américas, particularmente en las regiones que hoy ocupan República Dominicana, Venezuela y Colombia.
El primer brote documentado tuvo lugar en La Española —isla que hoy comparten Haití y República Dominicana— tan pronto como en 1594. Luego, la enfermedad se extendió, bajo el nombre de “modorra pestilente”, a otras regiones.
El primer brote de FA en nuestro país ocurrió en 1620. Desde entonces, se mantuvo como una patología endémica —es decir, propia de la isla— provocando lo que hoy llamaríamos brotes epidémicos recurrentes, hasta que, a inicios del siglo XX, gracias a los trabajos del doctor Carlos J. Finlay, se implementaron acciones de saneamiento que permitieron erradicarla.
Sin embargo, esa no es la realidad que se observa en otras partes del continente. Cada año se diagnostican y fallecen personas a causa de la FA, a pesar de que existen vacunas efectivas para prevenirla.
Este año, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) ha emitido varias alertas ante el significativo aumento en el número de casos y fallecimientos por esta enfermedad.
¿Qué es la fiebre amarilla?
Antes de continuar, conviene referirse brevemente a la FA. Se trata de una enfermedad causada por el virus homónimo, transmitido por mosquitos del género Aedes y Haemagogus. Es endémica de 34 países africanos y de 13 en América, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Los mosquitos transmisores pueden reproducirse en ámbitos domésticos (casas), selváticos (bosques), o ambos, en cuyo caso se les denomina semi domésticos.
Según la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos, la fiebre amarilla tiene un período de incubación de entre 3 y 6 días posteriores a la picadura del mosquito, durante los cuales no se presentan síntomas.
Luego, algunos enfermos entran en la llamada etapa 1, con fiebre, dolores musculares, articulares y de cabeza, además de decaimiento, vómitos e ictericia (coloración amarilla de la piel, mucosas y líquidos corporales), característica que da nombre a la enfermedad.
Superada esta fase, los pacientes atraviesan un período de remisión, durante el cual los síntomas desaparecen temporalmente por 24 horas. La mayoría se recupera totalmente, pero una parte progresa a la etapa tóxica, donde los síntomas iniciales se agravan y se presentan fallos multiorgánicos, principalmente en hígado y riñones. La mortalidad en esta fase ronda el 50 %.
No existe un tratamiento específico contra la FA, más allá de medidas para aliviar los síntomas y, en la fase tóxica, tratar las complicaciones. Sin embargo, es prevenible mediante una vacuna de dosis única, que alcanza una efectividad del 99 % a los 30 días.
Otras medidas útiles en zonas endémicas incluyen el control ambiental del mosquito transmisor, el uso de repelentes y ropa adecuada, estrategias con las que estamos familiarizados en Cuba.
Las Américas en alerta
Según la OPS, desde 1970 la FA “ha resurgido como una amenaza para la salud pública en las Américas”. Actualmente, es endémica en países como Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guayana Francesa, Guyana, Panamá, Paraguay, Perú, Surinam, Trinidad y Tobago, y Venezuela.
Desde hace más de una década, se ha observado que la enfermedad se ha propagado más allá de la región amazónica, atribuyéndose esto tanto a cambios en los vectores como al aumento de los movimientos humanos.
Desde finales de 2024 se ha registrado un repunte de casos. En este contexto, el 26 de marzo pasado, la OPS emitió su primera alerta epidemiológica, instando a los estados miembros a “fortalecer la vigilancia en zonas endémicas, vacunar a las poblaciones en riesgo y garantizar que los viajeros estén correctamente informados y protegidos”.
Una segunda alerta fue emitida el 31 de marzo, tras confirmarse 131 casos y 53 muertes en solo tres meses, cifras que duplicaban las registradas en todo 2024 (61 casos y 61 muertes). Brasil, Colombia y Perú concentran la mayoría de los casos (81/31, 31/13 y 18/8, respectivamente).
Llamó especialmente la atención la aparición de casos en el departamento colombiano de Tolima, donde antes no se habían registrado, lo que podría ser indicio de expansión. También preocupó el incremento de contagios en el estado de São Paulo (34/19), una zona densamente poblada, lo cual incrementa el riesgo de brotes epidémicos graves.
Según la OPS, la vacunación es la única herramienta eficaz para evitar que el virus, actualmente mantenido en un ciclo selvático (entre primates y mosquitos), dé el salto a un ciclo doméstico que afecte principalmente a humanos.
Emergencia sanitaria en Colombia
En este escenario, el pasado jueves el presidente colombiano Gustavo Petro decretó la emergencia sanitaria tras la muerte de 32 personas, 23 de ellas en el departamento de Tolima.
Según BBC, el Ministerio de Salud de ese país expresó su preocupación por la rápida propagación del brote. Petro, a través de su cuenta en X, destacó que el “calor en aumento hace que el mosquito suba las montañas, atraviese los páramos y llegue a las ciudades, incluida Bogotá”.
Expertos advierten que no hay una causa única. A la subida de temperaturas se suman la expansión de zonas agrícolas y la mayor movilidad humana. Sin embargo, por el momento, se descarta que el virus se propague por encima de los 2.300 metros de altitud, lo que excluiría a ciudades como la capital colombiana.
Alerta en Cuba
Como se mencionó, en Cuba no hay transmisión de fiebre amarilla desde 1904, por lo que no se considera un país endémico. Además, los ciudadanos suelen viajar vacunados a los países donde el riesgo es mayor. El país adquiere las vacunas a través de la OPS.
No obstante, dada la alta movilidad regional, no puede descartarse la entrada de personas contagiadas. De hacerlo, el virus encontraría condiciones propicias para su propagación: altas temperaturas e infestación por Aedes aegypti, vector de la enfermedad. Esto ya sucedió con la fiebre de Oropouche, una enfermedad endémica del Cono Sur que, en mayo del año pasado, ingresó a la isla, agravando el panorama epidemiológico nacional.
Si bien la fiebre amarilla presenta importantes diferencias con el Oropouche, también comparte similitudes. En las condiciones actuales del sistema de salud cubano, la entrada de una enfermedad como esta sería particularmente riesgosa. Hasta ahora, no ha habido pronunciamientos oficiales, aunque cabe esperar que se le esté prestando especial atención al tema.