Adolescentes

Disfrutemos lo que nos queda de ser papis jóvenes. Acompañemos a nuestros niños que crecen a bandazos o pasitos.

Foto: Pxhere.

La llegada de los niños a la adolescencia causa pavor en no pocos progenitores. En relación con esta etapa, prestamos oídos a anécdotas terroríficas. Al parecer, según opinión popular, en ese momento de la vida lo peor sale a flote cual caja de Pandora. ¿Cómo prepararnos para la tormenta que resulta este periodo?  ¿En qué momento comienza la adolescencia? ¿Qué caracteriza a los adolescentes? ¿Qué hacer si nuestro hijo adolescente pretende desafiar las leyes universales de convivencia? ¿Cuándo terminará nuestro calvario? Estas interrogantes darán vueltas en nuestra cabeza y por difícil que parezca dilucidar los enigmas, bajo ningún concepto, debemos tirar la toalla.

El indicador número uno de que se avecina el monstruo, es cuando al final de la primaria, los niños comienzan a “dar vueltas” (caminar sin un objetivo preciso) en el barrio donde viven. El segundo indicador es cuando las nenas comienzan a lucir más muchachas, y los varones imberbes hacen gala de un repertorio impresionante de pesadeces. El tercero es cuando comenzamos a notar que el grupo les da un gran valor, haciendo en compañía lo que nunca harían solos. Puede aplicar este pequeño test, pero si no lo vence no cante victoria, pues tarde o temprano el cambio se impone.

Existen diferentes criterios de especialistas que ubican en uno u otro momento la llegada a la adolescencia, pero para los papis desentendidos esta se relaciona visiblemente a la edad en que nuestros niños llegan a la secundaria. Es increíble lo mucho que debemos reconfigurar en solo dos meses, que es lo que transcurre desde que termina el curso de 6to grado hasta que empieza el de 7mo. Si no lo hacemos, probablemente estaremos, tanto ellos como nosotros, en graves problemas existenciales. Adiós, a partir del cambio de enseñanza, a las mochilitas con muñequitos (si le quedó nueva de la primaria… olvídelo). No pretendamos ya que caminen al lado nuestro; ahora se adelantarán o atrasarán. Aun habiendo suficientes relojes en el hogar, perderán la noción del tiempo, llegando por lo general más tarde de lo acordado; así como la noción del espacio, tropezando con cualquier cosa y rompiendo, por ende, muchas más. Se vestirán como les venga en gana ignorando nuestra opinión. Se mostrarán taciturnos, callados, misteriosos y, lo peor, paradójicamente, oirán y disfrutarán una música que resultará estruendosa y espantosa, para nosotros, por supuesto. Es frecuente además que los varones se pongan groseros (se harán expertos en el manejo de los gases de su cuerpo) e hipersensibles (todos) como si estuvieran enojados con el mundo, estado que logra por fortuna pasar al jolgorio sin mucha explicación.

Ah… el baño, (para los varones también) es algo que requiere altas dosis de esfuerzo llegar a él, y una vez en él, se enquistan y hay que sacarlos prácticamente a la fuerza. El que es regado, aquí se va de control. Sus palabras más frecuentes: ahora no, después, y todavía. Sus objetos más valiosos serán el espejo y toda clase de artefactos electrónicos. La cuenta telefónica ascenderá y si los límites son muy estrechos, serán violados y no les importará que los sometan al pelotón de fusilamiento… que les quiten lo bailado. Por todo esto Ud. tendrá, a menudo, que hacer acopio de paciencia, recordándose que los accidentes vasculares encefálicos son mortales o altamente incapacitantes.

Si reconoce algunas de estas características, no le quepa duda: su hijo, aun no habiendo crecido mucho, es un adolescente. No obstante, que no cunda el pánico, si lo piensa con calma verá que un adolescente es un “ente” que adolece, es decir, ante nosotros tendremos a un individuo con carencias, aunque se crean todo lo  contrario. Por tanto, no podemos pedirle peras al olmo o, contextualizando el refrán, mangos a la ceiba. Viéndolo así, lo que hay es que ir dotándolos poco a poco de lo necesario para crecer como seres humanos que además de “recibir”, deben “aportar” en el entorno que los rodea.

Llegada la adolescencia, las fiestas comenzarán más tarde y se terminarán también angustiosamente tarde. Las vueltas que darán serán tantas que tendremos dudas si estarán cruzados con trompos. El peinado pasa a ser algo vital, pueden tener una media para arriba y la otra hacia abajo y pasar horas arreglándose el pelo. Extrañaremos cuando eran inapetentes y nos preguntaremos si estarán ahora emparentados con las clarias. Los enamoramientos de las niñas por los niños mayores estarán a la orden del día. Algunos probarán cigarros y bebidas alcohólicas. Esto es algo que escandaliza a los padres con mucha razón. Desgraciadamente, muchos de ellos son ejemplares modelos para la imitación de esas conductas. Las quejas en la escuela estarán relacionadas a “conversa mucho”, cosa que parece inexplicable si en la casa hablan poco y muy importante, “falta de estudio”. Si hace tareas y baila reggaetón, démonos con un canto en el pecho, y si es varón, debemos sentirnos aún más afortunados. Un adolescente disciplinado, estudioso, y en “onda” (algo esencial para casi todos), es algo difícil de ver. La gran mayoría parece haber tomado de modelo a los niños malos de Pinocho. ¿Qué hacer entonces en ese caso?

Pues donde se cae el burro, darle los palos. No acumule nada, pues entonces si que tendrá ganas de “caerle a palos”, y eso cómo refrán puede estar bien, pero en la práctica lo que funciona es hablar, sentarse uno al lado del otro, escucharlos, dialogar y, muy importante, recuerde que Ud. tuvo esa edad e hizo sus travesuras y probablemente hasta ha presumido de ellas en presencia de su hijo. Que se parezca al Padre Francisco en esos casos sería una anomalía.

Nuestros hijos, por más “buenos” que pretendamos que sean, experimentarán, y lo mejor es estar atentos, cercanos, darles consejos basados en nuestra experiencia  la buena, la mala, y la que no sabemos incluso cómo clasificar, siendo, ante todo, sinceros. Ellos crecerán y veremos con orgullo, si les damos la oportunidad, cómo van siendo cada vez más acertados sus argumentos, cómo irán frente a sus decisiones, afrontando “los pro” y “los contra”, y cómo van, al crecer, acortando la distancia que la inexperiencia zanjó entre el resto de los mortales. Seremos para ese momento “los Viejos”. Disfrutemos lo que nos queda de ser papis jóvenes. Acompañemos a nuestros niños que crecen a bandazos o pasitos. Los adolescentes, justo es reconocerlo, son más audaces, divertidos y auténticos que nosotros. Que sean felices y nos hagan felices está, como casi siempre, en nuestras manos.

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