Los desatentos

¿Cómo son y cómo ayudar a crecer a las personas despistadas?

Foto: Pxhere.

Viví por mucho tiempo con la sensación de que ser despistada, entretenida o desatenta, era algo normal. Hasta que un día mi hermano me dijo algo que cambió mi percepción sobre ello y fue lo siguiente:

–¿Sabes –me dijo– la diferencia que hay entre ser un despistado o un come de lo que pica el pollo?

Mi respuesta fue negativa y él, acto seguido, agregó:

–La diferencia radica en el grado de afecto que te tengan las personas. Si la persona te quiere, dirá: “ella es de lo más despistada”, pero si no te conoce lo suficiente o no le simpatizas, dirá probablemente: “ella siempre está comiendo…” Visto de esta manera, comprendí, a los 18 años, que tenía que hacer algo al respecto. Ya a esa edad, el historial de mis “despistes” daba para una novela.

Tengo conciencia, desde mis primeros años escolares, de algunos hechos que contribuyeron a engrosar mi expediente de despistada. Recuerdo haber estudiado para una prueba, cuando realmente tenía otra. Las libretas eran desastrosas, pues nunca alcanzaba a copiar todas las notas de clases. Me cansaba, me aburría, y soñaba despierta con cualquier cosa ajena a la escuela, sobre todo con lo relacionado con bailar y jugar. Por cosas como esas mi mamá tenía un pronóstico reservado en cuanto a mi futuro académico; pues para aprender, hay que atender, cosa que yo no hacía mucho. Incluso, una vez pensaron que era sorda. Sólo reaccioné al llamado ante la palabra “¡chocolate!”.

Por suerte, con sentido común de gente sencilla, mi madre me sentaba arriba de la mesa para que no me perdiera debajo de ella por mi baja talla, y pudiera atenderla con mi cara casi pegada a la suya, logrando de esta forma inusual, alfabetizarme. Con la obstinación propia de las progenitoras me compraba libros, aun cuando yo me antojaba de muñecas, que también me compraba. Paradójicamente, mi juego preferido era “la escuelita”, de esta forma se unían muñecas y libros.

En cursos posteriores, mi papá hacía cuanto fuera posible para que yo me motivara y prestara atención, de una forma divertida.  Recuerdo que ya en la secundaria, me enseñó el signo negativo relacionándolo a lo “malo” y al “menos”. Para mí, con los números que había aprendido hasta ese momento era más que suficiente, por lo que, descubrir que antes de cero existían otros números, me bloqueó el pensamiento. Nunca me llevaron a ningún profesional por bostezar nada más sentarme frente a un libro. En esa época ir a un psicólogo era algo extraño.

Mis padres me enseñaron como mismo yo aprendía: jugando, y de forma personalizada –lo que es lo mismo que decir, al ladito mío. Además, aceptaban sin reclamos mis notas que no eran espectaculares, pues al fin y al cabo, a pesar de todo el despiste, aprobaba.

Gracias al apoyo familiar y a la maestra Cila, que no me dio tregua, a partir de los últimos grados de primaria, compartía el lugar en un mural donde publicaban los tres mejores promedios del aula. Siendo ya profesional, he tenido la oportunidad de volver a ver a Cila. No dejo de agradecerle, en cada ocasión que nos encontramos, el que me hiciera “pasar” mi libreta “sucia” y que me “cayera encima” y me hiciera sentir que yo era capaz de hacerlo mejor. En la adolescencia surgió la motivación de ser maestra, con lo cual se selló el compromiso de dar lo mejor de mí.

Si bien desde el punto de vista académico el cambio fue notable, los despistes continuaron. Entre los más notorios estuvo la mata que sembré al revés en una escuela al campo en el preuniversitario. Tuve en aquella ocasión poca suerte, pues el hecho fue visto por un jocoso compañero (de nombre Lazarito) que se divirtió mucho haciéndolo público. Realmente debo admitir que poner las hojas bajo la tierra y dejar las raíces arriba es algo insólito, por lo que aguanté sin chistar el choteo.

Crecí (aunque no mucho) y logré, a partir de ese comentario que me hizo mi hermano en la víspera de la adultez, tomar conciencia de que andar en el “limbo” no era ninguna gracia, y de forma autónoma comencé a buscar recursos para solucionar “mi problema”. Contar con alguien de mi familia para ello no tenía el menor sentido. Mi mamá, por ejemplo, una vez se quedó sola marchando por una calle en Centro Habana cuando su pelotón dio media vuelta y ella, “entretenida”, no lo oyó. Sólo se percató cuando se vio reflejada en una vidriera. Mi hermano salió a la calle con un zapato de cordones y el otro con cierre de velcro. Mi primo escuchó una vez a sus padres hablando con mucho misterio sobre su próximo cumpleaños, hasta que les hizo la observación de que ya había pasado. La desatención me venía en los genes, sin duda, así que lo primero que hice para combatirla fue comenzar a apuntar todo en una agenda de bolsillo. Dio buen resultado, pero la yerba que está para uno, no hay vaca que se la coma. Incluso, mi descendencia parece no haber escapado del gen del despiste. A mi hijo mayor puedo amenazarlo, torturarlo, chantajearlo, y aun así no me da los recados.

Algunas de las cosas que nos pasan a los desatentos son simpáticas. Otras no tanto, sobre todo las relacionadas con las pérdidas de toda clase de objetos que cuelgan. Además, hay que añadir que los despistados somos presas fáciles para los carteristas, que tienen, dicho sea de paso, una psicología envidiable. Así que, para ahorrarles trabajo, les resumo, con el fin de que puedan influir en sus hijos, lo que me ha costado años de despistada experiencia personal, familiar y profesional, recordándoles que por más adorables que encuentren a sus niños, no todas las personas les tendrán afecto.

En primer lugar, se debe tener claro que ser despistado no es algo de lo que se deba presumir. Los padres debemos estar atentos, y cuando notemos que están olvidando más cosas de lo normal, debemos revisar todas las actividades que realizan. Cuando están sobrecargados pueden olvidar cosas importantes. Es mejor quitar a tiempo algo que no sea imprescindible. Aligerar la carga.

Los niños mayores pueden usar una agenda donde apunten sus actividades. Siempre que sean capaces además de apuntar, de revisar lo que apuntan, ah… y de no dejar regada la agenda. Suele ser muy efectivo para todos, dejar los mensajes en la puerta del refrigerador, ya que abrir este último constituye una necesidad vital. Muy importante, no debe estar el refrigerador lleno de adornitos pues entonces puede que ignoren el papel.

A los desatentos se les debe eliminar toda clase de distractores. Esto es válido también para los objetos escolares como reglas, cartucheras de lápices, etcétera. Los mismos deben estar libres de muñequitos que resulten una invitación a la imaginación infantil. Igual pueden tener una pizarra en su habitación donde se anote lo que se debe recordar. Use frases simpáticas y dibujos para ello. Es más probable que despierte el interés por leer la pizarra si lo que encuentra es divertido.

Hacer las cosas por rutinas ayuda mucho a organizar la actividad y a no olvidar detalles importantes. Las rutinas son una manera de que las cosas caigan por la canalita. Si siempre usa el color azul, por ejemplo, en las toallas, cepillos de dientes, etcétera, podrá evitar secarse con la toalla ajena. Aunque esto les puede traer problemas a la hora de coger un ómnibus que le han cambiado el color, cosa que en Cuba pasa muy frecuentemente.

El orden puede ayudarlos y el desorden agravar el despiste. Recuerde que para crear un hábito hay que hacer lo mismo por mucho tiempo.

En el refrigerador le recomiendo el uso de pozuelos transparentes, así nada más de verlos podrán saber lo que contienen. Porque, si además de ser despistados son vagos, con este recurso es más probable que se coman lo que se dejó preparado para ellos, en vez de consumir sólo galletas y panes por no estar a la vista lo que preparó. Fomentar el autovalidismo, que es lo mismo que enseñar a ser independientes, resulta imprescindible.

Para los pequeños de edad preescolar, realizar actividades manuales (colorear, uso de plastilina, ensartar cuentas, etc.) sientan las bases para un mejor desempeño escolar. Estas actividades, aunque le parezca raro, desarrollan la atención. Y para los que van a la escuela, es importante siempre determinar el objetivo que debe ser aprendido. Tener claro las habilidades a las que se responde. Marcar, hacer asteriscos, en lo fundamental. Usar recursos nemotécnicos. Hacer cuadros, esquemas, llaves para resumir lo esencial. Motivarlos, no andarse por las ramas, es el mejor consejo; y jugar, por supuesto. ¡Aprender debe ser algo agradable!

Es importante tener claro que todos los niños no tienen por qué recitar “Los zapaticos de rosa”. Lo más importante es que conozcan de qué trata la poesía. Las tareas deben ser cortas. El objetivo de las mismas es que creen hábitos de estudio.

Estimule a su hijo por cada esfuerzo y logro que alcance. Recuerde que a nadie le duele más que a un jugador de ajedrez el perder la partida que parecía ganada, por descuidarse. Busque ayuda profesional (psicólogos, psiquiatras, defectólogos, psicopedagogos) si siente que a pesar de su esfuerzo no logra el resultado querido. Por último, si Ud. es víctima de un despistado, tenga la edad que tenga, lo más efectivo es que la próxima vez, ¡no se confíe!

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