Millones de años antes de que The New York Times lo recomendara como uno de los sitios a visitar en 2016, y Business Insider lo incluyera en su lista de destinos para 2018, el Valle de Viñales estuvo cubierto por agua.
Las rocas calizas que predominan allí, se sabe, son de origen marino. Pero hoy la distancia entre los mogotes, extraordinarios por su forma, únicos, y el mar, es de decenas de kilómetros.
No era entonces el paisaje impresionante que se ve hoy –quizás su vista más famosa– desde el mirador del Hotel Los Jazmines, de verdes intensos, frente al encadenamiento de mogotes hermosos que llevó al poeta Federico García Lorca a compararlo con una manada de elefantes dormidos.
El Valle fue habitado por aborígenes de distintos grados de desarrollo: pescadores-recolectores mesolíticos y cazadores paleolíticos y agricultores neolíticos. Los primeros, se calcula, llegaron allí entre 10 mil y 6 mil años antes del presente. Por eso es uno de los lugares de Pinar con más sitios arqueológicos.
El turismo ha generado cambios allí. Ha transformado el asentamiento de unos 25 000 habitantes en un polo turístico dominado por casas de renta particulares.
En el pueblo cada pocos metros se lee el nombre de una villa o alojamiento privado que en conjunto, superan ampliamente la capacidad de los hoteles estatales ubicados en la zona.
Las paladares, discotecas y clubes nocturnos copan la vida agitada de Viñales, que no descansa ni en la madrugada.
“El campo de los alrededores es increíblemente hermoso, y la plaza del pueblo está llena de música en vivo y baile hasta altas horas de la noche”. Así lo ha descrito Tom McDermott, editor en la tienda online y el diario Huckberry.
Los pinareños lo tienen como uno de los pueblos más prósperos de la provincia, donde los productos de la agricultura se venden a precio de oro. Es también la promesa de trabajo lucrativo, de ganar mejores salarios en paladares y la hostelería; muchos trabajan como meseros, empleados de limpieza o cocineros.
El Viñales campesino es más viejo que el turístico, pero en vez de ser rechazado, es la baza que contribuye al atractivo del poblado. Porque fascina a los turistas la vida de los guajiros y vegueros; las fincas agroecológicas donde encuentran, supuestamente, la Cuba auténtica, con sus costumbres. Es donde conocen la riqueza natural de su fauna y su vegetación.
Para muchos pasantes, es solo un valle lindo que se cubre de neblina al amanecer, con un manto a media altura, entre los mogotes más empinados. Pero se trata de un Parque Nacional, declarado por la Unesco Patrimonio Natural de la Humanidad. Allí se encuentra un fósil viviente de 150 millones de años: la palma corcho; y hay moluscos como la Zachrysiaguanensis, mas unas 25 especies endémicas de la flora.
En Viñales –o más bien sus cercanías– vivieron Los Acuáticos, una comunidad que surgió en torno a los supuestos poderes curativos de Antoñica Izquierdo, la campesina que a finales de la década del 30 del siglo XX, decía poder sanar todas las dolencias con agua y rezos. Su historia inspiró la película Los días del agua, de Manuel Octavio Gónez.
La comunidad ha sido durante años uno de los misterios mayores de la zona pues se mantuvieron alejados cuanto pudieron de la sociedad: ni siquiera tenían carnet de identidad y evitaban la integración con instituciones de educación y salud. Todavía allí quedan unos pocos “acuáticos” en la Sierra del Infierno, aunque ya no en las mismas condiciones de aislamiento.
Las historias de Viñales inspiraron también la obra de la gran escritora Dora Alonso y en particular su libro El Valle de la Pájara Pinta. La Alonso, fallecida en 2001, pidió que sus cenizas fueran esparcidas allí.
Viñales es una conjunción de prehistoria, antigüedad y modernidad, con significados diversos para quien lo vive, lo visita y para quien trabaja en sus inmediaciones. Así lo describió Benito El Viñalero, uno de sus hijos más recordados:
Viñales, de tus bohíos,
tus valles y tus montañas,
de tus salubres entrañas
nacieron los versos míos.
Tus arroyos y tus ríos
fertilizan el sendero,
el sinsonte y el jilguero
le cantan a tu balumba
que fue cuna y será tumba
de Benito el Viñalero.
Hay veces que me dedico
frente a paisajes tan bellos
a contemplar los camellos
quietos de Guaniguanico.
Hay veces que me critico
por saberlos ignorados
si los celajes formados
en los cielos de Viñales
son jinetes ancestrales
sobre sus gibas montados.
Bello lugar. Lo unico que no me gusta es ese mural gigantesco pintado con colores chillones que nada tiene que ver con el paisaje natural del valle. Hay que cuidar el valle del turismo, que siendo muy beneficioso tambien trae problemas