En Voces Cubanas conversamos en esta ocasión con Iván de la Nuez, ensayista y curador de arte, quien nació en La Habana (1964) y vive en Barcelona. Sus libros han sido traducidos a varios idiomas. Entre estos se encuentran La balsa perpetua (1998), El mapa de sal (2001), Fantasía roja. Los intelectuales de izquierdas y la Revolución cubana (2006), El comunista manifiesto (2013), Teoría de la retaguardia (2018) y Cubantropía, (2020).
Desde hace algún tiempo la sociedad cubana se transforma social y económicamente, y se visualizan demandas de diversa índole por varios sectores. ¿Está el Estado cubano en capacidad para absorber y gestionar esas demandas?
Tal vez la pregunta no sea si el Estado “puede”, sino si el Estado “quiere”. Si entiende que necesita absorber esas demandas para ampliar su base social y su legitimidad, o prefiere perseverar en la fantasía de homogeneidad que le concede un parlamento que sigue votando unánime. Si quiere seguir creyendo que una crisis de la sociedad no lo atraviesa directamente y de arriba abajo o si asume que también es parte del problema. En sus respuestas al 11-J, vimos a un Estado que se considera incontaminado mientras encuadra y ataca a la sociedad crítica como una masa descarriada de “mercenarios”, “marginales” o “confundidos”. Dentro de esa burbuja, difícilmente pueda calibrar una de sus grandes contradicciones, que es la de un Estado comunista obligado a gobernar, satisfacer y representar a una sociedad que ya es también postcomunista. Y que es postcomunista, por cierto, no solo porque lo diga la oposición interna o por influencia del imperialismo o del capitalismo global, sino porque él mismo se ha visto obligado a impulsar medidas liberales en el socialismo.
¿Cuál es su opinión sobre la intensificación de las sanciones a Cuba que tuvieron lugar durante la administración Trump en medio de esta crisis agravada por la pandemia y sus consecuencias sobre el país?
Mi opinión ha cambiado poco en este tema. Siempre he estado en contra del embargo y entendido que este debe levantarse sin condiciones. Si el gobierno de Estados Unidos cree en la superioridad de su modelo político, debería dar ese paso. Y si el gobierno cubano cree en la superioridad del suyo, debería apostar por su democratización sin esperar por el fin del embargo. Tal vez Obama trató de llevar el bloqueo a su categoría de embargo, mientras que Trump intentó llevar el embargo a la dimensión de bloqueo. La pandemia y la crisis de medicinas han sido devastadoras para la población y ofrecieron una oportunidad inmejorable para una moratoria de ese embargo, aunque fuera temporal, por parte de la administración Biden. O, por lo menos, de regresar a las medidas de Obama poniendo la pelota en el campo cubano. Opino que Estados Unidos perdió la oportunidad de establecer un puente de Estado a Estado, y que el gobierno cubano perdió la oportunidad de abrir un corredor de sociedad a sociedad que ayudara a paliar la crisis.
En cualquier caso, junto al levantamiento del embargo y el respeto a la soberanía, la democratización del modelo político y la puesta en marcha de una política económica competente y social deberían ser puntos de partida y no de llegada para reformar la sociedad cubana (y aquí incluyo a la diáspora por derecho propio, de la misma manera que ya participa, cuando conviene, en la vida económica, cultural y familiar del país).
La actual dinámica socioeconómica genera cambios en la composición clasista o de sectores de la sociedad cubana y sus dinámicas de desigualdad. ¿Cómo ve este problema y sus posibles soluciones?
Los cubanos hemos sido, durante seis décadas, criaturas estatales. En Cuba eso es muy obvio por la altísima intervención del Estado en la propiedad de los medios de producción, la enseñanza, la salud, los medios de comunicación y cualquier cosa. Aunque menos evidente, en el principal país receptor de cubanos, Estados Unidos, tampoco nos han faltado soportes públicos, como la Ley de Ajuste o distintos matices del Welfare, que van desde la asistencia médica hasta las Food Stamps, pasando por el uso de fondos estatales para todo tipo de iniciativas. ¿Qué estamos viviendo en cada lado a pesar de sus, a veces, abismales diferencias? Pues una retirada del Estado de las vidas cubanas. Un desmontaje de ese toldo protector de la intemperie, y esto, claro, trae problemas varios, como las diferencias de clase o un vocabulario curioso en el que el Estado no siempre se nombra. En Cuba, por ejemplo, suele equipararse al Partido y en Estados Unidos, al gobierno.
De alguna manera, las protestas recientes apuntan a esa doble perspectiva. Al descontento con un socialismo que no resuelve las carencias y con un capitalismo de Estado rudimentario (tiendas MLC, corrupción, ostentación de las élites en las redes sociales) que no ha hecho otra cosa que agudizarlas en esa clave de desigualdad. Esa asimetría se volvió disfuncional cuando se paralizó, por las medidas de Trump y la pandemia posterior, el monocultivo del turismo que repartía dinero y trabajo alrededor de cada alquiler, de cada bar, de cada restaurante, de cada negocio, de cada timbiriche. Así que ese doble disgusto se enfiló contra un modelo pendiente de diversificar su dependencia de una economía de servicios que —como su nombre indica— solo puede crear un país de sirvientes a nivel económico y un país de estereotipos a nivel cultural. Una enseñanza de las medidas de Trump es que la centralización de la inversión económica en una reducida esfera (en este caso la militar) se lo puso muy fácil al gobierno de Estados Unidos para golpear allí donde más dolía, dejando prácticamente sin Plan B a la política económica. Por otra parte, no hizo falta ni Twitter, ni Instagram ni Facebook para ver que mientras muchas cosas se desplomaban, los hoteles no paraban de levantarse.
En un contexto político, económico y social tan complejo, ¿Cuál es el espacio que tiene hoy la crítica social, cuál el rol de las ciencias sociales y cuál el papel de los intelectuales?
Poco puedo decir de las ciencias sociales, ámbito en el que me fue impedido ejercer en Cuba, y razón por la cual fui a parar al mundo del arte, al mundo a secas y a una vida entretenida. Fuera de Cuba, he sido testigo de la crisis de las humanidades en los centros universitarios o del lamentable desalojo de la filosofía de los planes de estudio en cualquier nivel de enseñanza. Dicho esto, la crítica social va mucho más allá de ese coto cerrado y sigue siendo un termómetro fundamental para medir la salud política y cultural de cualquier país. En Cuba no se puede decir que esa crítica sea escasa o esporádica, todo lo contrario. Pero eso no implica necesariamente que circule con la dignidad de un bien público o que vaya de la mano de los intelectuales. Así que esa crítica social te la puedes encontrar en las redes y en todo tipo de soportes que no son necesariamente los tradicionales (el libro, el púlpito, la columna de opinión en los diarios).
Digamos que las labores de los intelectuales se han masificado, pero la importancia de estos en la sociedad ha disminuido. Esta transformación tiene lugar en medio de un cambio cultural que ni las élites políticas están consiguiendo controlar ni las intelectuales explicar. Y es que, aunque no se mencione tanto como otras, en Cuba está teniendo lugar también una crisis contundente de sus élites. A esto contribuye el reordenamiento actual en la legalización de los oficios. El hecho asombroso de que, en un país con una tasa tan alta de escolarización y formación universitaria, muchos de esos oficios permitidos encumbren a la economía de servicios. Que tú puedas poner un bar pero no una editorial. O encuentres que los arquitectos no puedan ejercer de manera independiente como sí lo puede hacer, con todos los respetos, un taxista. Esta situación me parece más seria que la de ese traído y llevado “papel de los intelectuales”. Creo que es más importante el lugar del conocimiento en la sociedad que lo que pueda dar de sí un grupo de iluminados. Tampoco es que haga falta sublimar un campo donde siguen estando a la orden del día las acusaciones ideológicas para camuflar competencias mezquinas o quitarse del medio a colegas mejor preparados usando la intriga, la calumnia y la delación.
¿Cuáles “Cubas” muestran, discuten, interrogan, imaginan, prometen, las artes plásticas cubanas contemporáneas?
No conozco mejor cartografía de la diversidad cubana que la del arte contemporáneo. Un sistema cultural en sí mismo que lleva cuatro décadas sacando a flote todo tipo de temas y problemas de ese emplazamiento llamado Cuba. Ensanchando los límites de la nación y la ciudad en el mundo global. Construyendo iconografías de las nuevas paradojas de este país. Insertándose en otras realidades y dibujando mapas mutantes de las distintas “Cubas” posibles. Proponiendo espacios virtuales de convivencia allí donde la política no alcanza a ofrecerlos. Realizando arqueologías de décadas pasadas y rompiendo los límites entre el arte y otras esferas. Acogiendo el cruce tenso de nuestra pertenencia al Caribe, el antiguo bloque comunista y la cultura occidental. Alojando las nuevas identidades. Generando espacios parainstitucionales bastante más sistemáticos que los de otras zonas de la cultura como el teatro, el cine o no digamos ya la literatura. Y, sobre todo, siendo capaz de, más que describir todo eso, anticiparlo, provocarlo y situarlo ante nuestros ojos como un abanico de alternativas al presente.
Todas las Cubas están contempladas y puestas en cuestión por un arte de energía centrífuga que, además, ha legitimado la diáspora como un patrimonio nacional y no como un mero pozo de remesas. También, por desgracia, ese arte ha conocido la prisión, como es el caso ahora mismo de Otero Alcántara o Hamlet Lavastida, así como las limitaciones de movilidad de otras cuantas artistas que a menudo están prácticamente encerradas en sus casas. Eso es inadmisible, tanto en su condición artística como ciudadana. Y el campo cultural cubano, en pleno, debería exigir el fin del hostigamiento y la puesta en libertad de sus colegas si de verdad quiere tener un debate en igualdad de condiciones sobre esta Cuba cada vez más cubista. Esto sería importantísimo, pero no tanto para los que están de acuerdo con estos artistas a los que se les han coartado sus derechos, sino sobre todo para aquellos que difieren de ellos. Cuando tus contendientes están en prisión, no puede haber un debate crítico mínimamente decente. En esta situación, la ventaja con la que cuentan tus argumentos los vuelve inmediatamente espurios.
¿Cuáles cree que son los desafíos más complejos para el socialismo cubano en esta hora? Y, ¿cuáles para la nación cubana?
Antes de contestar, me gustaría dejar algo claro. Así como siempre he pensado que la cultura cubana rebasa el territorio de la isla, pienso también que el socialismo o la izquierda rebasan el territorio del gobierno y en muchos casos lo discuten o entran en conflicto con este. Ese es el pequeño lugar en el que yo estoy situado y es únicamente desde ahí que puedo intentar responder a esta pregunta.
La tensión entre nación y socialismo viene desde el triunfo bolchevique, que tuvo lugar en un único y atrasado país, cuando se suponía que iba a suceder en clave internacional y en los países capitalistas más industrializados, tal cual previeron los clásicos. Desde entonces, la historia del socialismo se puede leer como adaptación o chapisteo de la teoría original de Marx y Engels. Entre otras cosas, por la obligación de balancear la pulsión internacionalista del socialismo con la pulsión protectora, incluso egoísta, del nacionalismo. Una vez liquidado el Bloque Soviético —con su CAME, su Pacto de Varsovia y su sistema internacional de “países hermanos” que llegaba hasta el Caribe o Mozambique—, el nacionalismo se convirtió en el refugio del comunismo superviviente: China, Corea del Norte, Cuba, Vietnam. Estos países coincidían en su historia anticolonial y podían esgrimir que su socialismo era un producto autóctono no impuesto por la Unión Soviética.
De todas maneras, en Cuba no hizo falta que llegara el año 1989 para esta fusión. Aquí Nación, Estado y Socialismo se han presentado durante seis décadas como una amalgama indivisible. Así que cualquier crítica a uno de estos estamentos, también te ponía de inmediato frente a los otros dos. Aunque el gobierno abrazara con euforia el Bloque Socialista, o diseminara su influencia por África, Asia y América Latina, o liderara la Tricontinental, o protagonizara los No Alineados, lo cierto es que el componente patriótico ha sido primordial en su esquema político. La prueba está en que tuvimos primero el “Patria o Muerte” que el “Socialismo o Muerte” (que apareció como respuesta a la perestroika un cuarto de siglo más tarde). Ya en libros como La balsa perpetua (1998) y El mapa de sal (2001), intenté diseccionar ese conjunto dándole vueltas, entre otras cosas, al “morir por la patria es vivir” del himno nacional o el mismo “Patria o Muerte”, hoy tan recurrente en este regreso sobreactuado del patriotismo, o patrioterismo, como medida de todas las cosas.
¿Qué puede hacer el socialismo cubano hoy? Lo primero, supongo, una autocrítica profunda y una evaluación a fondo del retroceso que ha sufrido a nivel mundial en los últimos treinta años, desde el desplome del imperio soviético. Un retroceso que, entre sus consecuencias más curiosas está el hecho de que, en el mundo de hoy, el marxismo se haya convertido en una materia de las élites académicas mientras que el anticomunismo se ha afianzado como un activo de la cultura de masas.
Otro asunto de primer orden sería entender que ese destino crítico del socialismo, al contrario de lo que dicen los neoliberales que ganaron la Guerra Fría, no corre en contra sino en paralelo al de la democracia liberal tal cual la conocimos. Cuando fue derribado el Muro de Berlín, fui de los que lo celebré. Pero también estuve entre un grupo reducido de aguafiestas que avisamos de que el Muro, además, se había caído hacia Occidente y que ese derrumbe acabaría arrastrando al capitalismo posterior a la Guerra Fría.
Desde entonces, hemos vivido el desplome de la socialdemocracia, algo que ahora está empezando a suceder con el liberalismo. Así que, cuando la ola reaccionaria que crece en todo el mundo la emprende contra “los comunistas”, que son todos los que corren a su izquierda en el espectro político incluidos millones de no socialistas, en realidad lo que se está metiendo en ese saco es a lo que queda del liberalismo y de aquella época en la que este se presentaba como sinónimo de democracia. Hoy tenemos muchas variantes de capitalismo sin democracia, lo que demuestra el alcance global del modelo chino, que no se ha quedado precisamente en las fronteras de ese país (abarca Rusia, los Emiratos, el llamado socialismo del siglo XXI, varios países de Europa del Este, África y los propios Estados Unidos, que no le hacen ascos a esa fusión entre autoritarismo y mercado que marca la pauta de un mundo postdemocrático). Voy a repetirme, pero en esa marea es bastante plausible la posibilidad de que Cuba pase de ser una predemocracia en términos liberales a una postdemocracia en términos neoliberales. Siempre me gusta recordar que la terapia de choque neoliberal en Rusia la lideró un personaje, Boris Yeltsin, que poco tiempo antes era todo un miembro del Buró Político.
Con estos antecedentes, ya podrán adivinar que para mí la gran innovación del socialismo solo puede estar en compaginar la justicia social con una democracia plena de respeto al distinto. El punto aquí es que, si quieres salvarlo, no podrás hacerlo solo con comunistas, y si lo que quieres es proyectar la democracia no podrás hacerlo sin estos. Porque el socialismo no será original en mercado, ni en finanzas, ni en nada que sea un capitalismo controlado y clientelar como el que ahora pulula por ahí. En lo único que podría tener éxito, y ser una verdadera alternativa a la derechización global, es en la activación de una democracia que hoy está en crisis y que el socialismo casi nunca se ha atrevido a afrontar como un reto. En Cuba todos conocemos a mucha gente tronada por permitir, pero… ¿a cuántos conocemos tronados por prohibir? Si la zanahoria es la economía de mercado, y el palo es la política socialista, tienes la batalla perdida.
Da igual cómo adornes el discurso porque, entre las cosas que se ha llevado esta época y que el socialismo tiene que recuperar o darse por muerto es, precisamente, aquello que una vez lo convirtió en sinónimo de futuro.