Alexis Díaz-Pimienta me escribe desde Sevilla por Internet. Hoy ha salido a desayunar afuera, eso que en España significa irse a un bar a media mañana a terminar de extinguir el ayuno del amanecer, y durar allí, tertuliar un buen rato: es una especie de siesta pero en vigilia que se toma la gente para socializar y enderezar el día.
Díaz-Pimienta está sentado en el Lago de Sanabria, su bar de siempre cuando está en Sevilla. (Yo debería apurarme en deslizar esta introducción a la entrevista que le he hecho, pero prefiero contar estos pormenores…) Se ha tomado un vaso de jugo de naranjas recién exprimidas. “Lo del café es una metáfora universal”, me confiesa. Allí, en la mañana de este frío de febrero adornado con sol, le han salido “de un tirón” unas décimas del desayuno que publicó en su cuenta de Facebook acompañadas por un selfie completamente histriónico.
Es un autor/actor perpetuo. Lo de las décimas de esta mañana, me dice, es para aprovechar el “tiempo muerto”. Rimar parece proveerle vida. Es un hombre show, multimedia, hipercreativo, veloz. Sabe cómo hablar de sí mismo sin intentar poses de modestia y sin que, al mismo tiempo, parezca que presume. Tiene casi cuarenta libros publicados: un mar…
Desde su desayuno él, y yo frente a mi laptop, retocamos este diálogo que comenzó cuando le envié por correo las preguntas que siguen. Tuve un pretexto inaplazable que generosamente el poeta correspondió. Porque Alexis Díaz-Pimienta acaba de ganar, con su poemario Piel de noche, el Premio Casa de las Américas en la categoría de literatura para niños y jóvenes. Y yo, hace años quería entrevistarlo.
El premio Casa de Las Américas sigue siendo un punto alto para un escritor latinoamericano. Sigue dotando de prestigio a las obras ganadoras y a sus autores. Para un cubano tiene, adicionalmente, el poder de convertirte en “profeta en tu tierra”. ¿Lo sientes así?
En realidad yo no puedo quejarme como escritor: siempre he sido profeta en mi tierra, aunque eso sí, para los lectores, solo para los lectores (que en el fondo es lo que importa, ¿no?) Mis libros tienen tiradas de diez mil, quince mil y hasta trienta mil ejemplares, y se agotan en meses. Los lectores de provincias protestan constantemente porque los Chamaquili, por ejemplo, no llegan a sus barrios. Mi última presentación de Chamaquili en La Habana parecía un concierto de rock, con tantos padres y niños.
He recibido los mejores piropos de mi carrera en Cuba, como cuando una señora mayor que vendía helados me dijo que el único libro que había leído completo en su vida era mi novela Prisionero del agua. Y varios lectores que me han dicho que si no fuera por mi versión en verso nunca se hubieran leído el Quijote.
La gente me para en la calle y me saluda y ya no me dicen ni Alexis ni El Repentista, me dicen “el padre de Chamaquili”. Incluso, lo mejor de todo: Chamaquili se ha convertido en vocativo cariñoso para muchos padres llamar a sus hijos: “No cruces la calle, Chamaquili”, “Ven a comer, Chamaquili”, “Dame un beso, Chamaquili”. A mi libro Teoría de la improvisación poética los repentistas y los amantes del repentismo le llaman “la Biblia de la improvisación”. Y tengo un ejército de jóvenes lectoras que se saben de memoria los poemas de mi libro “En Almería casi nunca llueve”, que se publicó en 2004 en Cuba.
En fin, no puedo quejarme. Pero no puedo decir lo mismo con la crítica y los estudiosos de la literatura cubana, para los que yo sigo siendo sobre todo un repentista, y como tal, un advenedizo, un colado en el baile de la literatura.
Para la crítica literaria cubana no importan mis tantos premios nacionales e internacionales, ni mis 39 libros publicados (novelas, cuentos, ensayo, literatura infantil y juvenil), ni el éxito de ventas de mis libros (tanto Cuentos clásicos en verso, como En un lugar de la Mancha. El Quijote en verso y mi novela Prisionero del agua estuvieron en la lista de los libros más vendidos en sus respectivas Ferias del libro; nada importa; yo sigo siendo el repentista de Palmas y Cañas, o peor, el de las Tribunas Abiertas.
Entonces, ganar otro premio, aunque sea el importante Casa de las Américas, no creo que cambie eso. Ya obtuve tres veces el Premio Nacional La Rosa Blanca con tres libros distintos de Chamaquili; y el Premio Puertas de Espejo de la Biblioteca Nacional de Cuba por mi novela Prisionero del agua como el libro más solicitado en la red nacional de bibliotecas del país. Y el Premio Anual de Investigación Cultural que da el Centro Juan Marinello por mi libro Teoría de la improvisación poética. Pero no pasó nada. Por ejemplo, han transcurrido catorce años desde la publicación en Cuba de Prisionero del agua y ha tenido una sola reseña, ¡una sola!; y Teoría de la improvisación, ¡ninguna!; y los libros de Chamaquili un poco más, pero no mucho (si tenemos en cuenta que son diez títulos).
Hablo de crítica y reseñas en revistas especializadas, no de entrevistas y reportajes sobre las presentaciones. Con esto te quiero decir, que yo seguiré siendo profeta en mi tierra para los lectores, para el público, pero no para los colegas del mundillo literario. Y puede sonar a dolido, a resentido, pero no, ya me acostumbré, ya no me importa.
Hace poco le escribí a un amigo algo así como que yo seré el Compay Segundo de la literatura cubana: seguramente me leerán después que cumpla los noventa años (con la mala suerte de que no creo que tenga la longevidad de mi querido Compay). También bromeé diciéndole que al menos tendré el mérito de ser un escritor cubano de tres siglos: nacido en el XX, publicado en el XXI y leído en el XXII, lo que tampoco está mal. Y nos morimos de la risa.
¿Es cierto que un premio como este puede representar una nueva etapa para un autor? ¿Cómo ocurre esto en el ámbito literario actual? ¿Cómo será para ti que desarrollas tu obra y su difusión fuera de Cuba?
No lo creo. Ningún premio abre “una nueva etapa”. Al menos en lo creativo. Tal vez en lo social sí, cuando son muy importantes y arrastran una agenda de compromisos sociales que cambian el mapa temporal del autor. Pero no es el caso. Los premios sirven para aumentar la confianza en uno mismo, es como si alguien muy grande te pusiera una manaza en el hombro y te dijera al oído, “vas bien, lo estás haciendo bien, sigue”. Para eso sirven los premios. Y para que te lean buenos escritores a los que de ninguna manera le podrías llevar tus manuscritos. Yo he tenido la suerte de ser premiado por grandes autores; en España por los grandes poetas José Hierro y Paco Brines, por ejemplo, o por los narradores y Fernando Sánchez Dragó, Antonio Gómez Rufo, Rosa Regás, y los académicos de la lengua Soledad Puértolas, Domingo Yndurain, Luis Mateo Díez; en Cuba, por Eliseo Diego, Francisco de Oraá, Cintio Vitier, Francisco López Sacha o Senel Paz; en México por el Académico de la lengua y escritor Jaime Labastida. En fin, grandes autores y lectores, de tal manera que el hecho de que te lean ya es un premio, así que si te premian, ya es un plus añadido. Así lo vivo. Todo lo demás, sobra. Un premio te engorda un poco el ego, te sube la autoestima y te da ganas de seguir escribiendo cuando la semana antes tal vez llegaste a pensar que no escribirías más, que tenía razón el tipo aquel que te dijo que eras malísimo, o ese pariente que aún se ríe de la cantidad de horas que te echas encerrado en un cuarto y moviendo los dedos. Qué aburrimiento, ¿no?
En cuanto a qué me ocurrirá después del premio Casa, “a mí que desarrollo mi obra y su difusión fuera de Cuba”… Pues, absolutamente nada. Seguiré escribiendo, que es lo único que sé medianamente hacer. Soy bastante inútil en las cosas prácticas de la vida. Lo único que sé hacer es escribir, improvisar y dar clases. Así que seguiré haciéndolo. Escribir “es el único argumento de la obra”, como diría mi admirado Gil de Biedma. Tengo muchos libros a medias y poco tiempo, como todos. Así que en el “ámbito literario actual” yo, “el abominable hombre del verso libre y el repentismo y la narrativa” seguiré siendo un outsider literario y escribiendo, escribiendo, escribiendo. Es como una patología; se lo puedes preguntar a mi familia. Cuando no escribo, enfermo.
¿Qué edad tiene el lector que tú deseas para Piel de Noche? ¿Qué quieres que se lleve ese “lector modelo” –siguiendo la denominación de Umberto Eco– del libro, al leerlo? ¿Cuándo estará publicado?
Piel de noche es un poemario infantil, sí, pero pensado para niños y adultos. Es un libro de poemas sobre el escabroso tema del racismo, o no “sobre el racismo”, sino “contra el racismo”, pero tratado sin “teque” moralista, evitando lo maniqueo, lo fácil, lo panfletario. Por lo tanto, mi “lector modelo” es muy variopinto, difícil de ubicar. Este es un libro que pueden leer los niños solos, cuando ya tienen edad e independencia suficiente para ello, o que puede ser leído a niños más pequeños. Y lo pueden -lo deben leer- adultos de cualquier edad. Este es un poemario protagonizado por un niño negro, cuyo mote es precisamente “Piel de Noche” y todos son poemas de corte narrativo, anecdótico, en el que el niño asume y defiende su raza, se hace preguntas y cuestiona frases cotidianas vejatorias (el racismo lingüístico es el peor de todo, porque pasa inadvertido para ambas partes). Entonces, el pequeño Piel de Noche lucha a su manera, desde la inocencia y la ternura, para que lo traten como es, igual a todos los demás niños.
Piel de Noche es un poemario que intenta dar visibilidad, desde la primera infancia y desde la voz infantil, a un problema cada vez más preocupante en la sociedad cubana (aunque no deja de ser, lamentablemente, universal): el racismo. Sé que es un tema “delicado” para tratarlo con los niños, pero es un tema que se puede dejar de tocar, y hay que abordarlos con serena honestidad, con humor incluso, para que lo pequeños interioricen el problema. Y los adultos también, padres y maestros. Así que imagino que el lector modelo de este libro será todo aquel que haya nacido en Cuba, en la Cuba actual, si es negro por un motivo, si es blanco por otro, si es niño por un motivo, si es adulto por otro, si es varón por un motivo, si es hembra por otro. Pero a la vez lo será todo aquel que sin haber nacido en Cuba viva en el mundo actual, sea de la raza que sea y el sexo que sea, porque lamentablemente el tema es cada vez más universal y hay millones de niños, padres y educadores que necesitan luces para abordarlo.
Eco dice que “un texto quiere que alguien lo ayude a funcionar”, pero también dice que “no hay nada más abierto que un texto cerrado”. Así que los poemas de este libro ya tienen, a priori, por un contexto y una competencia lingüística compartidos, un lector modelo en cada posible lector modelo, y, aunque parezca un texto cerrado (un libro sobre el racismo) será un texto cada vez más abierto mientras más lectores modelos lo ayuden “a funcionar”. Es decir, lo lean.
Piel de noche es un libro a la vez sencillo y complejo. Sencillo en lo formal, complejo en lo que cuenta, narra, glosa. Son poemas de variadas formas métricas y estróficas con tono narrativo, anecdótico, de tal manera que a veces parecen microrrelatos, pequeños cuentos con personajes, tramas, desenlaces. El protagonista es el niño negro al que llaman Piel de Noche, y lo acompañan familiares y amigos, grandes y chicos, hembras y varones. Los títulos de algunos de los poemas te darán una pista del tono inocente y tierno con el que habla el protagonista: “Un niño me llamó negro”, “Mi hermana y su pelo malo”, “Hay que adelantar la raza”, “Análisis serio sobre el tema de las pieles”, “Palabras para borrar del diccionario”, “El niño negro”… Y así todos. En el libro hago mucho hincapié en los peligros del lenguaje en el tema del racismo. De ahí surgen poemas como “Molesto con el idioma” o “El futuro lingüista”. En fin, el mar.
Piel de Noche será publicado en Cuba, en la editorial de Casa de las Américas, supongo que a lo largo del 2019 para que se presente, como siempre, durante las jornadas del premio Casa en 2020.
El jurado ha mencionado que el libro tiene “una perspectiva de género y de la diversidad”. ¿Es algo “arriesgado” para la literatura para niños? Coméntame esto.
Es arriesgado, sí. O más bien, complicado. Son temas muy serios, muy adultos, y pueden arrastrar al didactismo, a la ñoñería didáctica cuando se intenta llevarlo a los niños. Por eso este es un libro muy trabajado, muy cuidado. En el tono, en las palabras, en el enfoque del problema. Siempre habla el niño, y analiza, pregunta, protesta el niño. Es el niño quien trata de entender y que lo entiendan, no yo. No es la primera vez que toco temas “delicados” en la literatura para niños. Son temas que me interesan porque los niños siguen ahí, esperando a que los ayudemos a crecer y a entender el mundo.
Este es un libro que yo escribí hace unos cinco o seis años (en 2012 o 2013) y que forma parte de una colección de libros para niños que aún sigo escribiendo y ha bautizado como “Colección de libros útiles”.
Además de Piel de Noche a esta colección pertenecen El libro de los niños que usan gafas (publicado en México, después de ser Mención Honorífica en el Premio Internacional Sor Juana Inés de la Cruz, en 2013), El libro de Moco y Caca (para niños muy pequeños, sobre el aseo, las partes íntimas del cuerpo y el gusto pueril por el lenguaje escatológico), El libro de los niños que no comen y El libro de los padres de los niños que no comen (se explican solos en sus títulos), o el cuento en verso Había una vez un perro enamorado de un gato (sobre la tolerancia a las diferente orientación sexual). Todos estos son poemarios sobre temas difíciles, delicados, enfocados para la infancia. Pero también tengo dos novelas infantiles de las que no diré ni el título aún y que tratan otros temas “delicados”.
Los niños lectores cubanos te conocen por Chamaquili y su saga. ¿El personaje Chamaquili dejó de ser niño o todavía queda más de sus contrapunteos con “Mapá” y de sus curiosas observaciones del mundo?
No, Chamaquili no dejará de ser niño nunca. No crecerá nunca. Chamaquili seguirá siendo el mismo niño curioso y preguntón que ha acompañado a Mapá en los diez libros publicados y que lo acompañará en los otros diez libros que aún están inéditos. Vienen nuevos libros de Chamaquili. Te adelanto algunos títulos: “Chamaquili en Nueva York”, “Chamaquili y las matemáticas”, “Chamaquili y la tecnología”, “Chamaquili y la increíble historia del gallito cojo”, “Chamaquili no sabe que es poeta” y “Todos somos Chamaquili”. Y vienen discos de Chamaquili, y hasta dibujos animados y traducciones.
Eres un autor muy prolífico, capaz de desarrollar tanto la narrativa como la poesía. Pero tus lectores solemos reconocerte sobre todo como poeta. ¿Te sientes cómodo así?
Me siento cómodo escribiendo en cualquier género. Otra cosa es cómo me ven los demás. A mí, en realidad, el 95 por ciento de las personas me ven como repentista, más que como poeta, mucho menos como escritor. No importan los tantos libros ni los premios. Mis años televisivos y lo “extraordinario” que sigue siendo el repentismo como arte dejan una marca indeleble. Puedo escribir cualquier ensayo o novela o poemario en verso libre que para mucha gente seré siempre un repentista que escribe, nunca un escritor que improvisa, y es hasta gracioso.
Te vemos viajar constantemente, haciendo presentaciones, espectáculos, cursos, llevando la poesía improvisada y la décima a todas partes como una especie de misión que te has impuesto.
Sí, es una misión. Así lo vivo. La décima y la improvisación, no solo el punto cubano, me parecen un patrimonio invaluable y no me cansaré de defenderlas. Desde el punto de vista académico e investigativo queda mucho por hacer, casi todo. Y el universo creativo de la improvisación es infinito. Es una pena que algunos sigan mirando a la improvisación con los prismas de la literatura, desvirtuándolo todo. Me gusta la imagen del misionero, sí. Hace poco llevé el repentismo a Mozambique, mi primera vez en África y en pocos días enseñé a cientos de jóvenes de Maputo a escribir e improvisar décimas en portugués. Y he llevado el repentismo a sitios tan dispares como Rusia, Japón, Argelia, Serbia, Siria, Alemania, Grecia, Estados Unidos, Francia, Italia y casi toda América Latina, incluyendo Brasil. Y no te imaginas la reacción de la gente cuando descubre la décima y la improvisación. O cuando aprenden. Yo no puedo ni describirlo. La improvisación es mucho más que un “divertimento guajiro”. Es pura catarsis creativa: lingüística, rítmica, gestual, comunicativa, literaria, musical, con enormes resortes sociológicos y antropológicos. En fin, un arte muy completo que ha sobrevivido a siglos de menosprecio, inobservancia, olvido académico y prejuicios de todo tipo.
No has estado en la entrega del premio en la sede de Casa de las Américas en La Habana pero te representó tu hijo. Supongo habrá sido también una gran emoción verlo allí.
Mis hijos son parte esencial de mi obra, y no es metáfora. Mi hijo Axel, el mayor, es repentista, actor, instructor de teatro, profesor de repentismo, un creador nato. Mi hijo Alex (el mediando, quien estuvo en Casa de las Américas) es también repentista y profesor de repentismo, y está haciendo sus primeros pinitos como periodista y youtuber, otro creador nato; y mi hijo Alejandro, el pequeño, el Chamaquili real, es actualmente un adolescente lleno inquietudes creativas, ya escribió una novela con solo diez años, y toca saxofón (jazz y clásica) desde muy pequeño, aunque todavía está por descubrir sus potencialidades en el mundo de la música, del diseño, del audiovisual (un creador en ciernes). Pero mi sobrino Roly Ávalos Díaz es como si fuera mi cuarto hijo y es también repentista, escritor, editor, actor, profesor de repentismo. Y mi hermana Adriana es repentista y cantante de música guajira. Y mis hermanos Iván y Marcelo, quien falleció hace un año, también repentistas. Con esto te quiero decir que imagínate cómo ha vivido este premio mi familia. Es la mía una familia de artistas, de creadores y ellos que estaban en La Habana han vivido el premio Casa con más intensidad que yo. Llevan tres días de fiesta. Los demás premios que he ganado han sido “míos”; el premio Casa ha sido de ellos.
Y para terminar la entrevista qué mejor que un poema del libro, un botón de muestra. Te comparto, entonces, el poema que da título al libro.
Piel de Noche
En mi barrio y en mi casa
todo el mundo me conoce,
pero no conozco a nadie
que me llame por mi nombre.
Desde que tengo conciencia
estoy con mi piel conforme,
por eso le pido a todos
que me llamen “Piel de Noche”.
Me encanta mi piel oscura,
mi piel de noche cerrada,
si el cuerpo es una ciudad
la piel, sea negra o blanca,
es el cielo, el firmamento,
que cubre bosques y casas.
En mi caso, piel nocturna,
piel de oscura madrugada,
con los poros como estrellas
y el ombligo, luna opaca.
Me encanta mi piel de noche,
para qué mentir, ¡me encanta!
Piel de Noche por aquí,
Piel de noche por allá,
todo el mundo habla de mí
a donde quiera que va.
Piel de Noche cómo ríe.
Piel de Noche cómo canta.
Piel de Noche cómo corre.
Piel de Noche cómo baila.
Todo el mundo me saluda:
“mucho gusto, Piel de Noche”.
Si quieren saber la hora,
pregunten a Piel de Noche.
Si quieren leer un cuento,
“el libro es de Piel de Noche”.
Si quieren jugar un poco
el árbitro es Piel de Noche.
Piel de Noche por aquí,
Piel de noche por allá,
todo el mundo habla de mí
a donde quiera que va.
Y yo me siento feliz,
todo el mundo me conoce.
Mil gracias, mamá y papá,
¡me encanta ser Piel de Noche!
Gracias por el artículo, me desayuno que el entrevistado es escritor. Y si, soy de Oriente, de Santiago.
En la próxima feria del libro buscaré sus libros.
Salu2
Merecido premio, gracias por la colección de Chamaquilis, que le cosechan a los niños un mundo de imaginación,
Gracias Alexis Diaz pimienta, solo te pido que escribas otros chamaquilis