El 19 de septiembre de 2015, en lo que hasta la fecha sigue siendo la última visita oficial de un papa a la isla, Cuba recibió a Francisco, el espléndido ex cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio que desde marzo de 2013 fuera nombrado sorpresivamente para la opinión pública al frente del Vaticano.
Durante ese viaje que incluyó misas en La Habana, Santiago de Cuba y Holguín, Francisco dio muestras de su energía y humildad, mezcla de un comportamiento singular que lo ha hecho célebre gracias a la consecuencia de pequeñas acciones. Una de las anécdotas generadas entonces sucedió, no al visitar a una comunidad marginal o algo parecido, sino cuando aceptó intercambiar el solideo con un joven a poco de comenzar la misa holguinera.
Se trata del tercer líder de la iglesia católica en pisar suelo cubano desde que Juan Pablo II rompiera el hielo con su viaje histórico de enero de 1998, época, momento, instante del cual se recuerda aquella frase: que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba.
También quedan imágenes simbólicas: Fidel Castro recibiendo al pie de la escalerilla al líder de un organismo con el que la Revolución había tenido momentos muy tensos, una misa insurrecta en la Catedral de Santiago de Cuba presidida por Raúl Castro y un 25 de diciembre feriado por decreto.
Once años después, otro pontífice marcaría La Habana en el mapa de sus itinerarios. Benedicto XVI no dio la impresión de ser demasiado popular; tampoco creo que siga teniendo temperamento para ello. Y si acaso ahora mismo me gana un poco de afecto es gracias a la interpretación que de su persona hace el actor Anthony Hopkins en la película Los dos papas.
El filme de Fernando Meirelles (Ciudad de Dios) tuvo su estreno en Netflix el pasado 20 de diciembre. Unas semanas antes fue presentado en Argentina, y aunque Hokpins no pisó el escenario preparado frente a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires para el espectáculo, sí vimos al otro gran protagonista de la historia.
La interpretación que Jonathan Pryce logra de Bergoglio es, al menos para mí, extraordinaria, percepción a la que ayuda un parecido físico notable advertido desde antes ya por sus familiares y admiradores.
Según contaba al periódico Clarín, el día en que Bergoglio fue presentado al mundo como Francisco, sus hijos se comunicaron con él mediante mensajes bromistas que intentaban saber si acaso lo habían elegido para encargarse del Vaticano. Los conocedores de su obra inundaron la red con memes entorno a este parecido. Este año, al fin, y gracias a Meirelles, Pryce se ha convertido en el papa.
La película comienza con un gesto que confirma la sencillez de Francisco, en este caso el de Pryce aunque del mismo modo el verdadero. Necesitado de un boleto para viajar de Roma a Lampedusa telefonea a una agencia de vuelos en línea, conversa con la operadora y llegado el momento de identificarse, al decir su nombre y ubicación, esta piensa que le toman el pelo y cuelga.
En el año 2012 se concentra el peso de la historia. Fue ese el año de la visita de Benedicto XVI a Cuba. También en el lapsus de esos doce meses sucede una conversación entre él y el entonces cardenal de Buenos Aires que, para el argumento del filme será capital, pues determina la decisión que habrá de tomar el papa un año después: su renuncia.
Lo que se cuenta aquí es una historia basada en hechos reales, pero no deja de ser una ficción procesada por Anthony McCarten, un talentoso guionista y escritor que ya dejó prueba en Darkest Hour o Bohemian Rhapsody, el último de sus trabajos del que tuviera yo noticias.
Uno entiende muchas cosas gracias a la manera en que McCarten establece la trama, así como en la forma en que ajusta la psicología de personajes a los que durante toda la película enfrenta en una especie de duelo implícito y determinante para la confirmación y nacimiento de lo que pareciera luego el afecto que sostiene una amistad.
Por ejemplo, entendemos que Benedicto XVI tuvo la lucidez suficiente para advertir su incapacidad ante los demonios que desde hace siglos desandan la institución que es la iglesia católica. Si no fuera por la valentía de hacerse a un lado es probable que tampoco hubiera ocurrido la renovación que está en práctica y que, aparentemente, parece sobrepasar la transformación discursiva y simbólica de Francisco, realidad que le ha permitido a la iglesia presentarse al fin como renovada y actual.
De hecho esta semana otro acto inesperado del Papa volvió a acaparar titulares: la derogación del Secreto pontificio para los asuntos relacionados con abusos sexuales cometidos dentro de la iglesia.
Pocas horas después, un informe de la congregación Legionarios de Cristo revelaba al mundo el caso de al menos 175 niños abusados desde 1941, fundación de dicha organización; al menos 60 de esos menores fueron abusados por cardenal mexicano Marcial Maciel, personaje cercano al vaticano y sumamente influente que parece haber sido un devorador sexual solapado, culpa que lo persiguió hasta su muerte en el 2006.
Pese a los rumores de corrupción, extorsiones, abusos sexuales, homosexualidad, incluso asesinatos misteriosos como el del banquero Roberto Calvi en 1982, el prestigio de iglesia católica se tambaleó ante la opinión pública en 2012 cuando encarcelaron a Paolo Gabriele, entonces mayordomo del papa, quien había estado filtrando documentos confidenciales a la prensa y dio lugar a lo que se conoce como El Escándalo de Vatileaks.
Abatido por esa circunstancia, Benedicto XVI en el filme hace llamar al cardenal de Buenos Aires Jorge Bergoglio, quien para la fecha, casualmente, estaba solicitando su retiro y tenía previsto un viaje a la Santa Sede.
En la residencia veraniega del Sumo Pontífice, ambos establecen un diálogo que da pie a una comunicación mayor entre ellos. Para darle mayor significación a este hecho, es en la mismísima capilla Sixtina donde quedan expuestos los principales desasosiegos de ambos personajes. En estas escenas el espectador se enfrente a cuestiones esenciales para entender sobre todo la personalidad de Francisco, su dedicación a los pobres desde sus comienzos en la vida sacerdotal a los 21 años, cuando se integró a la compañía jesuita.
En Argentina se le recuerda por su relación con las villas y el apoyo ofrecido a los llamados curas villeros, pero también le ha perseguido la leyenda negra de una proximidad con la dictadura desde su posición como provincial de los jesuitas.
Tanto Meirelles como McCarten confieren una importancia capital a este hecho, y aunque queda explicita que sus intercambios con el nefasto Massera no fueron más que para interceder y salvar vidas humas, para evitar desmanes, resuelven el conflicto de la culpa palpitante en el alma de Bergoglio con la frase magistral de Benedicto XVI: “Debe recordar que usted no es dios. Vivimos en dios, pero no lo somos. Usted es solo una persona.”
Los dos papas es un filme que disfrutamos incluso los que no estamos ligados a la iglesia y no vemos más que en sus rituales marcas culturales que distinguen eso que se llama cultura. Nos acerca a dos personajes opuestos, pero espiritualmente conectados y, en la historia, juntados ya por su papel al frente de una de las instituciones más influyentes del mundo.
Para nosotros, los cubanos, los papas seguirán siendo familiares por el hecho de haber estado en Cuba y de haber intercedido por nuestras realidades. ¡Si hasta una conga les hicimos a sus almas bailar!
la estoy esperando por el paquete, espero que salga, es uno de los títulos que llama la atención… es curioso como después de benedicto XVI, de corte conservador, la elección fuera el primer papa americano, el primer papa del hemisferio sur, el primer jesuita y el primero que escogió el nombre de francisco…