Genios ha habido algunos en el ajedrez, y todos han recibido su correspondiente visa a la inmortalidad. La excepción de esa regla, muy posiblemente, sea el norteamericano Harry Nelson Pillsbury.
Los expertos coinciden en calificarlo como un hombre de talento ilimitado, que a los 16 no sabía jugar al ajedrez y dos años más tarde ya era famoso por sus éxitos. Pero claro, los elegidos de los dioses mueren jóvenes, y Pillsbury se fue a los 34, víctima de una sífilis complicada por la tuberculosis.
Había nacido en Somerville, Massachusetts, en diciembre de 1872. Aprendió tarde el juego, repito, aunque nada podría impedir que su cerebro insólito estallara como una supernova, y el mismísimo Wilhelm Steinitz sufrió el aguijonazo en carne propia.
Fue en el año 92, en Boston, cuando el entonces titular del mundo se enfrentó tres veces con aquel fenómeno que ya sembraba el miedo en los tableros de Estados Unidos. Cierto es que Steinitz le concedió peón y un movimiento de ventaja, pero lo irrebatible y asombroso es que el muchacho derrotó dos veces al venerable maestro austríaco.
De ahí en adelante, Pillsbury caminó sobre una alfombra roja hasta que su victoria en el Torneo Metropolitano de Nueva York 1994 compulsó a los mecenas del Norte a financiarle un viaje a Europa. Y allá se fue, a Inglaterra, para jugar en Hastings contra los mejores trebejistas del planeta.
Lo sucedido dejó atónitos a todos: entre la crema y nata (Lasker, Steinitz, Gunsberg, Tarrasch, Schlechter…), Pillsbury se alzó con la corona. Cayó vencido en el debut contra Chigorin, dio la impresión de que esa horma le quedaría grande, y sin embargo desmintió las apariencias con una seguidilla de nueve cotejos triunfales. Desconsolado y sin remedio, el Viejo Continente se postraba a sus pies.
Otros eventos europeos atestiguaron enseguida aquel poder sin par, hasta que de regreso a su país fue desafiado por el campeón Jackson Showalter. Pillsbury lo aplastó, casi literalmente, en par de matches –el segundo de ellos con el cetro en juego-, mas su sueño mayor todavía quedaba muy distante.
Quería, y con razón, el trono. Justamente por eso volvió a atravesar el Atlántico en 1900, pero a esas alturas ya su organismo estaba enfermo y su ajedrez, en consecuencia, resentido. Así, opacado el genio antes de tiempo, nunca pudo sentarse en ese trono que ha sido esquivo a tipos como Rubinstein y Bronstein, Ivanchuk, Keres, Korchnoi…
Pero su leyenda no se apaga, reforzada especialmente por sus peculiares exhibiciones “a la ciega”. Era increíble: mientras jugaba una mano de whist, Pillsbury se gastaba el alarde de celebrar simultáneamente en esa modalidad 16 partidas de ajedrez y otras tantas de damas. Y hay más: al mismo tiempo recitaba una larga relación de palabras complejas, tanto de derecho como de revés, después de haberla visionado durante solo unos instantes.
Nadie ganó más fama que él -ni antes ni después- por esa capacidad innatural de recordar tanto y tan bien. Los aficionados hacían colas para poder verlo en acción, y él los dejaba boquiabiertos una y otra vez. (Según contaba el propio Capablanca, la exhibición que Pillsbury ofreció en La Habana en 1899 lo llevó a enamorarse del tablero eternamente).
Uno de los puntos cimeros del ajedrez norteamericano –junto con Fischer, Morphy, Reshevsky y Nakamura-, Pillsbury contribuyó a la teoría de aperturas con un sólido sistema de ataque en el Gambito de Dama que se sigue practicando a día de hoy. No obstante, su atractivo supremo consistió en la habilidad de conducir los cotejos en la línea posicional impuesta por Steinitz, para entonces “vestirse” de romántico en la recta final y darle rienda libre –sacrificios y combinaciones mediante- a una imaginación sin cauce ni cordura.
El cotejo que sigue, ante el respetable jugador rumano Georg Marco, es una prueba…
Blancas: H. N. Pillsbury. Negras: G. Marco.
1. d4 d5 2. c4 e6 3. Cc3 Cf6 4. Ag5 Ae7 5. e3 0-0 6. Cf3 b6 7. Ad3 Ab7 8. cxd5 exd5 9. Ce5 Cbd7 10. f4 c5 11. 0-0 c4?
Un error estratégico: esta y otras partidas de Pillsbury indican que cerrar el centro acelera el ataque blanco.
12. Ac2 a6 13. Df3 b5 14. Dh3 g6
La maquinaria está montada: comienza el exterminio.
15. f5! b4 16. fxg6! hxg6
Si 16…bxc3? 17 Txf6 Cxf6 18 Axf6 y mate.
17. Dh4!
Lo más elegante, aunque también se ganaba con 17. Cxd7 Cxd7 18 Axg6! fxg6 19 De6+ etc.
17…bxc3 18. Cxd7 Dxd7
En caso de 18…Cxd7, 19.Axe7 liquida la torre. La esperanza del negro se reducía a 19. Axf6 Axf6 20. Dxf6 cxb2.
19. Txf6! a5 20. Taf1
La pieza inactive entra en acción. Ahora es posible 21. Axg6 fxg6 22. Txg6 y mate.
20…Ta6 21. Axg6!!
La guinda del pastel, con peligro de Qh7++.
21…fxg6 22. Txf8+ Axf8 23. Txf8+!
Todo ha terminado. En caso de 23…Rxf8 24.Dh8+ Rf7 25. Dh7+ Rf8 26. Dxd7 y habrá mate. 1-0
LA FRASE: “El ajedrez es inhumano, porque tienes que estar listo para asesinar personas”. Nigel Short.
Ante todo doy gracias por este artículo que tanto ilustra las genialidades humanas y los traspies de la vida, nos robó un genio en plena forma, no soy un conocedor del ajedrez pero me gusta, saludos