En Cuba, dicen, circulan entre 60 mil y 75 mil autos antiguos, aunque la cifra no es oficial. En esos números acerca del medio de transporte que los cubanos no han podido dejar, de seguro cuentan el Plymouth 56 de Armando; el Chrysler Windsor 1957 de Alberto, o el más bajo y refinado Austin-Healey de Ricardo.
La Isla es un museo rodante, por los añejos automóviles que mueven diariamente a millones de cubanos y de visitantes, mientras en otros lugares del mundo son piezas de exposición o lujos para salidas esporádicas.
Cuba es un depositario de máquinas de Chevrolet, Ford, Cadillac, Jaguar o Dodge, las marcas antes citadas, y también de algunas del extinto campo socialista: Ladas o Moskvitch. Pero los autos americanos marcan la tendencia en el parque automovilístico cubano. Los bautizaron como Almendrones, supuestamente, porque muchos comparten cierto parecido con la almendra.
Armando pasa los días corrigiendo los fallos de su Plymouth 56. El cálculo es difícil, pues solo en viajes al aeropuerto la vieja máquina engulle miles de kilómetros mensuales. Repararlo, perseguir los ruidos para que sea confiable y dócil, y después transportar los clientes, es su día a día.
“Este auto es mi vida y la de mi familia. La mayoría de las piezas no se encuentran, la única forma de mantenerlos es adaptándolos, poniendo partes y piezas de otros autos. Por eso le cambié el motor. Ya no quedan muchos carros originales”, dice.
El Plymouth 56 tiene seis plazas y alcanza más de 100 km/h en la autopista Habana-Pinar del Río. Para mantenerlo, hay que ser chofer y mecánico, dualidad que los dueños en Cuba aprenden casi por obligación.
Armando ha vivido, por casi dos décadas, de los autos americanos. Comenzó con uno destartalado que yacía medio podrido. Lo transformó, lo pintó, el cambió el motor y después lo vendió por el doble de su precio. Así comenzó su travesía de mecánico, botero (como se llaman a los taxistas de autos antiguos en Cuba) que le llevó a mudarse de carro.
Repasa cuántos tuvo, después vendría otro y otro más. Los reparaba y los vendía con mayor confort y mejor mecánica, a mayor precio que el anterior. Su recuento, por ahora, se detuvo en 17 autos transformados.
Ahora tiene dos: el moderno y el antiguo. Los distribuye según el destino de los viajes, la duración y otras cosas, como el estado de las carreteras. Pero él quisiera que algún día todos sus autos fueran modernos.
“Es que las piezas de los modernos se encuentran ya con cierta facilidad. Los antiguos los mantenemos por necesidad, pero nunca será lo mismo. Son valiosos porque llaman la atención de los extranjeros, pero sin ayuda es difícil conservarlos”, dice.
Por ahora, el Plymouth 56 es el sostén de su familia.
Club de Autos Clásicos y Antiguos: “A lo cubano”
“A lo Cubano” cumplirá 15 años en octubre. Comenzó como una aventura en 2003 y ya tiene alrededor de 140 miembros, en su mayoría con autos de más de sesenta años de explotación. El requisito para integrarlo es tener carros antiguos, “pero también hay gente que son fanáticos y no tienen carro y vienen a las peñas”, dice Alberto, su presidente. Aquí también predominan los americanos.
“Les llaman almendrones, y a veces de forma despectiva, sobre todo quienes no tienen carro. Pero un carro es como tener un hijo. En el club las actividades son reuniones familiares”, dice.
Entre los dueños de autos americanos en Cuba existen dos niveles. Son barreras invisibles condicionadas por la calidad de los autos y el mercado principal que atienden. El cuidado, la conservación de los carros lo más parecido al original, suelen variar entre estos.
Los taxistas que trabajan para los pasajeros nacionales cobran en moneda nacional o en CUC, con recorridos en las ciudades o viajes interprovinciales. Estos autos americanos, usualmente, sufren más transformaciones que los demás. Algunos tienen extensiones de carrocerías para aumentar la capacidad y se distancian cada vez más de aquello que fueron una vez.
Pero están los que trabajan directamente con los turistas extranjeros, como muchos de los miembros del Club “A lo Cubano”. Sus máquinas tienen mayor nivel de conservación, confort y sus dueños se mueven sobre todo en las áreas turísticas.
Ambos mundos, imprescindibles para entender el transporte en Cuba, son parte de esa imagen percibida de la Isla desde extranjero. Muchos visitantes llegan buscando estas reliquias. Siempre preguntan, entre otras cosas, por el precio y el nivel de originalidad de las máquinas, explica Alberto. Además, piden visitar los talleres donde se salvan de la destrucción, a riesgo de cambiar su esencia.
“Los autos han perdido mucha originalidad en dependencia de cosas lógicas: si aparecen o no las piezas; si es más económico el motor de petróleo o el de gasolina; o si el motor muy es viejo. Cuando tienes una buena entrada, puedes decidir dejarlo original, pero si tienes un solo carro y tus recursos no son los más apropiados, tiene que adaptarte y ponerle el motor de otro carro o cambiarle los frenos.
“Eso no quiere decir que sea más feo. Muchas veces le da valor al carro. Es un carro con buena mecánica, con buena apariencia, con más adaptaciones. Somos un caso aparte en el mundo por la dificultad para conseguir las piezas, aunque ya no tanto, porque ahora las traen de La Florida y se pueden restaurar los carros”, dice.
En la historia de los autos antiguos en Cuba ha habido tres etapas, según Alberto, que definieron el destino de estas máquinas. Antes del triunfo de la Revolución Cubana y el rompimiento de relaciones con Estados Unidos, la Isla tuvo uno de los índices de autos más altos del mundo. “En Cuba las empresas estadounidenses probaban sus automóviles, ensayaban… Los estadounidenses venían a comprar sus carros aquí”, dice Lupe Fuentes, relacionista del Club.
Pero en la década del 60 del siglo pasado dejaron de importarse autos americanos y de otros países a Cuba. Fue el inicio de esta segunda parte. “Aquí comienza el ingenio de los mecánicos, torneros y chapistas. Se mantienen sin recursos, se cambian piezas de un carro para otro. Es el momento de sobrevivir: una etapa bonita pero con consecuencias. Nunca aprendimos a valorar lo que teníamos en la mano, siempre nos fijamos más en lo bueno que sería tener un carro moderno”, explica Alberto.
La tercera, afirma, fue señalada por el auge del turismo. “Con la llegada de los turistas mucha gente se dio cuenta del valor de estos carros en el resto del mundo. Son también un motivo de atracción para viajar a Cuba”, añade.
También para Alberto, su Chrysler Windsor 1957 es su vida, el sustento familiar. Invierte tiempo y dinero en mantenerlo al día no solo por eso sino porque “es parte de la historia, del patrimonio de la familia cubana”.
Alrededor de estos, explica, se ha creado una industria que los liga a la economía y a la historia nacional. “Miles de familias viven de eso: desde el chofer, el mecánico, el tornero, hasta el fregador”.
Mecánico de autos antiguos
Ricardo Medel dedicó muchos años a reconstruir su Austin-Healey, una hermosa máquina inglesa. Lo hizo casi completo y logró que recuperara el esplendor inicial. Medel es reconocido como un maestro en los autos antiguos de Cuba.
En la Isla, cuenta, “hubo automóviles de todas las marcas, hasta europeas. Después muchos se desmantelaron para servir de piezas de repuesto”. El mantenimiento de los carros puso a funcionar el ingenio del cubano, algo que se llevó a muchos otros campos. “Se hicieron no solo piezas sino herramientas para trabajar. Se fabricaron y adaptaron”.
En torno a los autos antiguos y la escasez, se forjó una hermandad entre los mecánicos y los choferes. Intercambian piezas y soluciones a las más diversas dificultades, para mantener sus reliquias. Con el auge del turismo, explica su esposa Lupe, la conciencia de la conservación ha llegado, incluso, a los que botean en moneda nacional. Se desarrolla una cultura estética, algo que ya existía entre los que trabajan con extranjeros.
“Han ido tratando de mejorar sus carros. Aprenden inglés para relacionarse con los extranjeros, porque “los autos antiguos son parte del patrimonio cubano, una de las imágenes que representa a Cuba en el exterior, que es atractiva para los visitantes”, dice.
Ricardo advierte que, con la entrada de automóviles modernos a Cuba, el parque se ha ido renovando. Algunos valoran la adquisición de un nuevo auto como la posibilidad de mejorar, algo que podría condenar a los antiguos a la desaparición, en un futuro tal vez lejano.
“Muchos están cansados y piensan que tener un carro moderno los aliviará. Pero aquí van a caer en otra trampa, porque Cuba no está aún preparada para eso, hasta el día en que se permitan las entradas de carros nuevos y piezas nuevas, traídas por el mismo particular. Otros sí tendrán la conciencia de seguir manteniéndolos”.
“O se convertirían en autos de colección”, añade Lupe.