El maestro Alfredo Sosabravo (25 de octubre de 1930, Sagua la Grande, Las Villas) va camino a los 90, cumpleaños que festejará dentro de dos años con una exposición retrospectiva en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana. Pero antes, este hombre de hablar fluido y mente lúcida, tiene muchos planes y, para cumplirlos, trabaja –con disciplina de atleta del alto rendimiento– más de ocho horas, todos los días, en su estudio taller, enclavado en la barriada de Miramar.
En estos momentos Sosabravo –junto a su inseparable, también ceramista y cercano colaborador desde hace más de cuarenta años, René Palenzuela– está enfrascado en la producción de obra pictórica que llevará, por tercera ocasión, a la ciudad italiana de Roma.
El segundo semestre del presente 2018 es para este creador –Premio Nacional de Artes Plásticas, 1997– de intensa y febril actividad porque visitará, en plan de trabajo, varias ciudades italianas: Verona, para “hacer unos bronces”; Murano, “unos vidrios” y Albissola Marina –entre Génova y Savona– para “trabajar la cerámica”. Y todo, dijo en conversación exclusiva con OnCuba, “con el deseo, el entusiasmo, la curiosidad y la sorpresa de la primer vez”.
Fuera de las fronteras cubanas, Alfredo Sosabravo es un artista reconocido por la altísima calidad de su propuesta y porque, entre otras cosas, se está auto revolucionando siempre, a pesar de continuar la línea que lo identifica. Otro factor a tener en cuenta, es que se ha mantenido, por más de sesenta años, experimentando sobre distintas técnicas y soportes, lo que garantiza la constante renovación de su obra. Sin dudas, Sosabravo ha marcado pautas y ha dejado su impronta en el arte contemporáneo cubano.
Con la sonrisa amplia que lo caracteriza, explica sin asomo de vanidad: “sinceramente, no tengo necesidad de promocionarme para vender, pero reconozco que es muy importante marcar presencia para que te tengan en cuenta; la publicidad que genera el estar en los circuitos internacionales es estratégica, y por eso hago exposiciones fuera de Cuba”.
En su estudio taller –rodeado de un, casi, bosque/jardín que él mismo cuida con esmero y en el que vienen a libar abejas y colibríes–, Sosabravo recibe con frecuencia a coleccionistas de España, Italia y México, fundamentalmente: “de Estados Unidos no tanto porque desde hace más de dos décadas colaboro y comercializo con la Galería Cernuda Art, con sede en Coral Gables, Miami, y me va muy bien”.
Sosabravo asegura con absoluta franqueza que nunca ha tenido trabas en Cuba para vender: “nadie me ha venido a decir lo que tengo o no que hacer, lo que debo pintar o no, y cómo hacerlo. En ese sentido me siento un artista y un ser humano muy libre y ese hecho me llena de satisfacción”.
Hablando de sus inicios –allá por el ya lejano año 1950– recuerda su primer óleo (“Homenaje a Lam”), desde entonces se mantuvo fiel a la pintura unos diez años. “En 1960 Acosta León me comenta que el Museo Nacional había convocado el Primer Salón de Grabado con temas de la Revolución. Me dice ‘¡vamos a enviar obra!’. Le respondí: ‘¡enviarás tú porque no sé cómo se hace un grabado!’. Él me explicó pacientemente cómo se realizaba la xilografía, la forma más simple grabar. Envié obra, mientras él no hizo nada”.
La pieza de Sosabravo alcanzó el Premio de Adquisición en el Salón. Así que pasó de ser un desconocido a situarse “al mismo nivel de artistas de la maestría de Carmelo González, Lesbia Vent Dumois y Armando Posee”, todos estrellas del grabado de aquel momento.
Y comenzó una febril carrera de grabador en madera, al punto de que Acosta León le decía que “parecía un comején”. Tal fue su entrega a la especialidad que cuando se funda, en 1962, la primera Escuela de Instructores de Arte, con sede en el Hotel Comodoro, Armando Posse lo llama para que fuera profesor. Durante tres años impartió dibujo y grabado y, luego, pasó a trabajar a un taller de cerámica para pintar sobre los soportes realizados por los alfareros. Pero, inquieto como fue y es, Sosabravo comienza a modelar el barro y se inicia en la cerámica, especialidad que desarrolló hasta inicios de los años 90 cuando, debido a la crisis económica por la que atravesaba la Isla y la consecuente escasez de materiales, retomó nuevamente y hasta hoy, la pintura.
Este hombre, lector insaciable de buena literatura, amante del cine y de la música clásica, le da mucha importancia a la obra salida de las manos. Y, aunque reconoce que con los avances tecnológicos “han aparecido nuevas maneras de expresarse”, el acto de crear con las propias manos es para él “el mayor disfrute”.
Autor de emblemáticas obras en cerámica como “El carro de la Revolución” –emplazada Hotel Habana Libre, o el mural “América” (de más de mil losas y, finalmente, asentado en la Casa Carmen Montilla de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, en 1992)– este maestro, intranquilo ha encontrado el balance perfecto: en Cuba, “fuente de inspiración”, pinta sobre la tela su imaginario repleto de pájaros y personajes coloridos, y en Europa hace cerámicas, bronces, vidrios y desde fecha más reciente, incursiona sobre la piedra volcánica gracias a una propuesta que vino de Positano Amalfi, al sur de Nápoles.
Esas piedras volcánicas devenidas discos, las espectaculares esculturas realizadas en vidrio de Murano ensambladas con bronce, además de una apretada selección de lo mejor de su grabado y su pintura, será el regalo que el maestro Alfredo Sosabravo nos hará en 2020, año cuando el habanero Museo de Bellas Artes, inaugure una exposición que reverencie y aplauda sus nueve décadas de entrega y amor a la cultura cubana.
Y millonario autorizado