Este 2012 se cumplen los centenarios de natalicio de tres pilares de las artes plásticas cubanas: Rita Longa, Mariano Rodriguez y René Portocarrero. Durante estos días de festival, el Ballet Nacional de Cuba y su directora general, la Prima Ballerina Assoluta no quisieron saltarse la celebración.
La sala García Lorca se llenó de colores y danzas para celebrar la vida y obra de tan ilustres nombres de nuestro arte.
Los bailarines Sadaise Arencibia y Víctor Estévez tuvieron a su cargo el primer baile de la noche. De estreno en Cuba, Aubade, resulta un ballet dócil en su interpretación, sin grandes cargas dramáticas o técnicas, básicamente utilizando la marcha en puntas bien ejecutada por Sadaise que lució sus grandes dotes, unas extensiones dignas de eternizar con giros etéreos y pronunciados en su juego de cacería con Víctor; quien sorteó sin problemas este personaje, dotándolo a tiempos de fuerza y miedos en la interpretación, pero con una ejecución impecable en sus jettes y giros.
El Ballet Concierto de Puerto Rico se unió a la celebración presentando un pas de deux nombrado Tango Tonto, ejecutado con precisión, soltura y comicidad por Bettina Ojeda y Carlos López, con pasos acrobáticos y sensuales intentando acercar el estilo neo-clásico al tango.
Una de las coreografías de Gustavo Herrera que, confieso no había tenido el placer de ver, era Flora; con música de Sergio Vitier y diseños sobre la obra de René Portocarrero, por ser esta icono en la obra de este pintor.
Siete bailarinas sobre el escenario… con siete colores que denotan siete estados de ánimo, formas de ser y ver la vida de manera diferente. Asimismo cada un portaba un icono distinto al bailar.
Elegante y fría fue Sadaise Arencibia (con sombrero y de morado) en su interpretación, con giros y extensiones comedidos haciendo de su rostro su principal carta de triunfo.
Anette Delgado (de azul y con un abanico) fue diáfana en sus movimientos, más activa en el dominio de puntas y giros. A Yanela Piñera (con máscara y de verde) la arrogancia le salía por las venas como si su Flora ocultara algo y creara una barrera hacia el exterior, y sostuvo con precisión sus pasos mucho más fuertes y rápidos. Estheysis Menéndez (de amarillo y con sombrilla) tejió una Flora atrevida con un baile suave e ingenuo marcado, ante todo, giros espaciados, tal vez en demasía.
Jessie Domínguez (de naranja y copa en mano) tuvo en su piel a una Flora más fuerte y desmesurada en su interpretación, que apelaba a pasos clásicos ejecutados con soberbia exquisitez, entrelazados con movimientos afrocubanos propios del culto a deidades del panteón yoruba.
De rojo Viengsay Valdés irrumpió con fuerza acrobática desde el comienzo de su solo, cargado de pirouettes, a saber de movimientos sensuales y rápidos que hacían de su interpretación una trepidante serie escalonada de virtud escénica, bordándola con gracia y dinamismo en la escena. Cerraba la constelación de Floras, la blanca y pura Dayesi Torriente, con un danzar mucho más comedido y grácil en su ejecución.
Esta coreografía resulta particularmente vistosa ante todo por su plasticidad, si se quiere desde los comienzos, pero más marcados cuando bailan todas juntas y en las poses finales cuando resulta un verdadero cuadro humano a disfrutar.
Para terminar se escogió la coreografía de Alicia Alonso, cuadros en una exposición; un homenaje a las artes plásticas cubanas, con recreaciones y tránsitos desde el nivel danzario de cuadros de Alfredo Sosabravo, Roberto Fabelo, Ángel Ramírez, Zaida del Rio, Gólgota, William Hernández, Arturo Montoto, Alicia Leal, Nelson Domínguez, Ileana Mulet y Cosme Proenza.