Esta vez no es la semifinal de un Mundial de Fútbol lo que genera rivalidad entre belgas y franceses. Ahora el enfrentamiento gira alrededor de si debe escribirse Les crêpes que j’ai mangées (“Las crepas que comí”) o Les crêpes que j’ai mangé (Las crepas que comí pero sin “es” al final en francés). Es decir, por una reforma en la conjugación del participio: “una simplificación” dicen en Bruselas.
Según Arnaud Hoedt y Jérôme Piron, dos profesores belgas de lengua francesa que proponen el cambio, los estudiantes gastan en promedio veinte horas en la escuela para aprender esta regla (la de adicionar dos letras al final según el verbo) por sus excepciones y excepciones a las excepciones. “Sería mucho más provechoso dedicarle ese tiempo al desarrollo del vocabulario, a aprender la sintaxis, o conocer más de literatura”, concluyen en el diario Libération.
“Los belgas son los más fuertes en la gramática francesa. El mejor lingüista francófono es Maurice Grevisse”, recuerda Fabrice Jejcic, otro lingüista famoso en Francia, al diario que instaló el debate en la agenda. Philippe Blanchet, sociolingüista de la Universidad de Rennes-II, opina que “en Francia, la ortografía es un tabú, no podemos tocarla. Se trata de una pasión, como si estuviéramos hablando de religión”. Cada intento de simplificación ortográfica ha dado lugar, de hecho, a acalorados debates y kilómetros de líneas en los periódicos. Como aquella de 2016 en la que se debatió en el parlamento eliminar una tilde.
Más que en otros países, la sociedad francesa se basa en el lenguaje. Para Balchet “la unidad lingüística es, en última instancia, el elemento clave de la unidad nacional y, por lo tanto, de la identidad común”. Y agrega: “los belgas están más relajados sobre el tema porque tienen varios idiomas oficiales”. En Bélgica, además del francés el idioma oficial es el neerlandés, y hay además varios dialectos regionales flamencos y valones.
Los profesores belgas han recibido el apoyo del gobierno y en las redes hay consenso. La federación de Valonia-Bruselas (órgano político que gestiona la capital Bruselas y la parte valona del país que es básicamente la mitad sur) y varios miembros influyentes del cuerpo alrededor del lenguaje, como la Real Academia Belga, varias universidades belgas y la rama belga de la Federación Internacional de Profesores de Francés, ya han indicado que consideran que esta regla, “impuesta por Francia” no es adecuada y debe ser cambiada.
Los belgas promotores de la idea, frente al terror de los lingüistas tradicionales franceses, dicen que la ortografía no está condenada a permanecer fija para siempre y exigen una evolución “acorde a la vida moderna”: “La ortografía no es el idioma, sino la herramienta gráfica utilizada para transmitir y transcribir el idioma: los idiomas evolucionan, su código gráfico debería hacer lo mismo”. Además dicen: “Sería absurdo creer que nuestra ortografía habría alcanzado un grado intangible de perfección. Sería equivalente a considerarlo como muerto, si el idioma vive, cambia”.
Se ha publicado un sitio web que promociona la idea. ¿Podrán los belgas escribirle el diccionario a los franceses? En la práctica hay varias diferencias entre el francés belga y el de Francia que no necesariamente fueron aprobadas en París.