La alemana Maya Götz, directora del Instituto Central para la Juventud y la Televisión Educativa (IZI) y de la Fundación Prix Jeunesse Internacional, vino a La Habana a desafiarnos. Sus investigaciones develan que poco más que la vigésima parte de la programación infantil en nuestro país ha sido hecha en casa, mientras el 60% de la misma proviene de una única nación: Estados Unidos de América.
Tal comportamiento —reflexiona—, si bien entraña oportunidades para el acercamiento entre las personas a partir de la interacción con productos e ideas comunes, también puede allanar contenidos y sus diversos rasgos culturales. Y aunque la Götz no pretende interpretar al pajarillo del mal agüero, sino iluminarnos, alarmantes señales arrojan sus estudios en una veintena de países.
“Al evaluar la programación infantil televisiva a nivel global observamos que existen desequilibrios notables en cuanto al color de la piel, etnia, sexo, categoría social y género de los protagonistas diseñados. Hoy esos materiales están dominados por personajes blancos, masculinos y de clase media o alta, cuando en realidad apenas el 15% de la población mundial clasifica como caucásica, solo su quinta parte vive con una renta diaria superior a los 10 dólares, las mujeres igualan en cantidad a los hombres y las identidades sexuales se diversifican. Cuba, junto a otras naciones latinoamericanas, euroasiáticas, del Medio Oriente, África y Oceanía, muestra tendencias todavía más dramáticas”, contrasta la Doctora Maya.
Por ejemplo, en las series infantiles transmitidas en la Isla el 92% de los personajes resulta de piel blanca y solo el 2% de piel negra, a la vez que priman los caracteres masculinos. Como si no bastara, la desventajosa presencia femenina en dicha programación empeora al tratarse de personajes que hablan menos, reaccionan de manera emocional, ejercen liderazgo en raras ocasiones, suelen involucrarse poco con la tecnología y mucho en prácticas de consumo, al tiempo que la representación de sus cuerpos tiende a la hipersexualidad; porque en demasía las Cenicientas, Pocahontas, Sirenitas, Winx… ostentan proporciones corporales muy inferiores a la tríada “90-60-90”, exigida a las modelos profesionales.
“Nuestras hijas e hijos crecen ansiando una figura física casi imposible de alcanzar y torturante. En general —sentencia la presidenta de IZI—, esos roles y valores asociados a lo femenino y a lo masculino refuerzan estereotipos socialmente heredados. Sin embargo, tenemos la responsabilidad de subvertirlos, sobre todo cuando trabajamos en los medios de comunicación que, sin dudas, interfieren en las fantasías e imaginarios de los sujetos desde edades bien tempranas. Claro que la TV y la cinematografía no ejercen funciones de estímulo-respuesta, pero a través de ellas podemos y debemos complejizar los múltiples significados de ser niña, niño o alguien intermedio”.
¿Sería posible detener, entonces, las crisis de autoestima e imagen interior hacia dónde corren niñas y niños, a causa de los medios? ¿A partir de cuáles reglas crear para ellos? ¿Sobré qué fundar programaciones televisivas y cinematográficas de calidad?,
“Los puntos de partida —expone— pudieran descubrirse en las fascinaciones o vivencias que poseemos de cuando éramos más jóvenes, porque las historias con fuerza provienen de adentro y captan aquello que nos hubiese gustado escuchar, experimentar. No empujemos a los niños a ser algo que los domine, en lugar de liberarlos. Desechemos el gran dedo amenazante que los apunta y ese héroe-villano Castigo-Recompensa. Apáguense intentos de persuasión para cambiar conductas. Esa clase de historias, lejos de fortalecer, provocarán que se sientan perdidos. Ayudemos a su crecimiento sin conspirar contra el derecho a erigir un futuro propio”.
Maya Götz vino a desafiarnos. Trajo globos fluorescentes para iluminar. Los infló junto a nosotros. Quien participó en su taller, durante el 27. Encuentro El Universo Audiovisual de la Niñez Latinoamericana y Caribeña, revolvió cajones privados de la infancia y halló mapas para enriquecer e inspirar la vida de otros niños.
Foto: Olga Elena Suárez