El tiempo pasa y nada es igual. Todo se “añeja”, “se mueve”, se asienta o desaparece. La Bodeguita del Medio, clavada en el corazón de la vieja Habana desde hace 76 años, aún despierta expectativas. Sus paredes, su barra y las vetustas mesas y taburetes huelen a historia, saben a memoria viva.
Ha devenido una de las contadas marcas de la cocina cubana a nivel mundial, con franquicias en diferentes espacios geográficos, porque Ángel Martínez, su fundador, supo aplicar con auténtica cordialidad y sinceridad el principio fundamental en el negocio de los servicios y la gastronomía: COMPLACER a sus clientes iniciales (casi todos reconocidos intelectuales, artistas y personajes de la bohemia habanera) y a los que vinieron después atraídos por su fama, entre ellos, muchos norteamericanos de renombre como Errol Flyn y Rita Hayworth, por solo citar dos.
Uno de los cocteles nacionales de mayor popularidad nacional e internacional es el referente obligado de la casa: el mojito, con su imprescindible hierbabuena, pero sin las gotas amargas de angostura. Esta propuesta atrae a decenas de turistas que copan la calle Empedrado diariamente porque no caben dentro de la emblemática barra, en espera de vivir la experiencia de beber el mojito de La Bodeguita… Yo lo prefiero con la angostura, porque realza el frescor de la mezcla y neutraliza los umbrales de dulzor, lo que aporta más “elegancia” al coctel, pero confirmo que hoy el codiciado mojito de La Bodeguita se prepara muy bien –hubo opiniones desfavorables, con razón, hace unos años atrás– con sus precisas proporciones de ron Havana Club 3 años, azúcar, limón y ramitas de hierbabuena muy frescas. Pedí uno y quise más…
En su planta alta tiene otra barra y se crea un ambiente alegre entre clientes y trabajadores, mediado por un conjunto de música tradicional cubana.
El menú es sencillo, con algunos platos representativos de la cocina nacional y que marcaron preferencia en los habaneros, como el picadillo a la criolla, el bistec de res a la criolla, las masas de cerdo fritas, la ropa vieja, el bacalao a la criolla, los camarones enchilados y la langosta a la cubana; todos con guarnición de vianda frita, arroz blanco y frijoles negros o moros y cristianos.
Debido a la inmensa demanda por parte de grupos que llegan en los cruceros a la bahía habanera, el picadillo se reserva como parte del menú dirigido y, por esta razón, en muchas ocasiones a otros clientes, como yo, les dicen que no tienen ese plato.
Es cierto que toda Cuba exhibe problemas con la disponibilidad de alimentos, aún más en estos restaurantes del Estado que asumen complicados mecanismos para adquirir tanto la comida, la bebida como el menage de cocina y salón, pero se hace necesario buscar estrategias para que todos los que llegan a La Bodeguita, si lo desean, puedan degustar esta receta.
Las croquetas de carne de res como entrante caliente se sirven en abundante ración, sedosas, crujientes y de sabor delicado, sugerimos acompañarla de los aderezos creados por el chef, tendencia en muchos de los restaurantes cubanos de gran aceptación.
Las masas de cerdo fritas y la pierna de cerdo asada, también servidos en abundancia –pueden comer 2 o 3 personas de una ración–, conservan el jugo de la cocción y de la previa maceración con ajo molido, y se rocían con mojo de finas ruedas de cebolla y lascas de pimientos verdes. Los frijoles negros con laurel, comino y orégano marcan los tonos dulzones propios de esta típica receta cubana. El servicio es rápido e informal, se percibe el orgullo de quienes trabajan allí y el gusto por COMPLACER. No incluyen 10 % por el servicio y es buena la relación precio-calidad-cantidad. De los postres caseros ofertan el flan y las torrejas, los dos “en su punto”, me gustaron mucho más que los que he probado en paladares de moda.
A La Bodeguita del Medio le ha pasado el tiempo, y mucho… No es la misma, no puede serlo, son “otros tiempos”, pero ahí está: codiciada por casi todos los que llegan a la Isla y por los que aquí vivimos, que seguimos sintiendo una emoción muy especial al mirar sus vitrales, escuchar sus “historias de vida” una y otra vez, y paladear lo que nadie mejor que nosotros, los cubanos, sabemos identificar como auténtica “cocina criolla”.