El ocio es uno de los temas sobre los cuales he reflexionado en esta columna. A la necesidad insatisfecha hoy de dedicarle tiempo al ocio como camino certero hacia la productividad, la creatividad, la vida gozosa, la espiritualidad. Sin embargo, incluso para disfrutar del ocio hay que ser conscientes de lo que estamos haciendo y por qué.
Voy a poner un par de ejemplos significativos para mí. A menudo, en mis expediciones de montaña, vivo con la necesidad de otros montañistas de hacer todo rápido. Hay que subir, tocar la cima, tomar la foto y bajar corriendo para partir de regreso al mundo del que decimos que queremos escapar. Ese mundo donde todo ocurre tan aprisa que la vida se nos va sin saber exactamente en qué.
La montaña tiene sus tiempos, que a veces son veloces porque las condiciones así lo exigen, pero en general es un lugar del que se aprende cuando vamos con todos los minutos del universo para vivir lo que sea que la naturaleza nos tenga reservado.
Cuando comparto con conocidos sobre la experiencia de estar horas corriendo en una montaña, la pregunta recurrente es: ¿por qué? ¿para qué? No tengo respuestas, excepto que es mi tiempo y nunca lo utilizo mejor que allí, tanto en el reto físico como en la labor introspectiva, la de saber quién soy y de qué soy capaz, y una larga lista de beneficios que hay que vivir para entender.
La velocidad nos está ganando la batalla por la vida. Hoy día hasta los tours de viajes se hacen full time, sin tiempo para que el viajero se pare a mirar a su alrededor, a respirar el aire de otras latitudes, a ver la puesta de sol tras las dunas en el desierto, un amanecer inolvidable sobre el mar, o simplemente caminar por las calles de su propia ciudad. Hoy todo es olvidable. Para eso tenemos un teléfono donde guardamos instantes que realmente no tuvimos tiempo de vivir.
Al estudiar Periodismo de agencia de noticias, nos enseñaban la inmediatez como elemento fundamental de la profesión, porque la agencia es un medio de medios. Era importante que estuviéramos allí donde las cosas ocurrían y trasmitiéramos rápido. Las redes sociales acabaron con el valor intrínseco de esto. Y con el tiempo me di cuenta de que yo me había acostumbrado tanto a hacerlo todo de forma expedita, que me olvidaba de comer, ir al baño, de cuidar a mi gente, enviar un mensaje de amor, de cantar… Me fue bien profesionalmente, pero se me estaba yendo la vida en una nota urgente.
Esto mismo nos sucede hoy en casi cualquier trabajo. Todo era para ayer, todo vale dinero (time is money), todo éxito exige velocidad o te quedas fuera. Un amigo, Reinaldo García, doctor en Física e investigador posdoctoral asociado a la Escuela Superior de Física y Química Industrial de París y la Universidad Grenoble-Alpes, con quien he reflexionado sobre el tema, define la inmediatez como la necesidad de producir mucho contenido de fácil consumo.
La inmediatez, aplicada a la vida cotidiana, podríamos nombrarla entonces como la necesidad de vivir muchas cosas fácilmente y en corto tiempo, y cubrir así una deuda que contrajimos, aunque no sabemos con quién. Al final, es el miedo el que mueve nuestras acciones; el miedo a no haber visto, a no haber estado, a no haber hecho algo útil con el dinero por el que trabajamos con tanto ahínco y prisa…
Todas las industrias, incluso la del arte, se han modificado en pos de la inmediatez. Los temas musicales y las películas duran hoy menos tiempo, me dice el científico, al que interrogo en realidad para descubrir qué pasa en el mundo de las ciencias, tan alejado de los comunes mortales.
Asegura que es lo mismo. “En mi campo se refleja en una superproducción de artículos científicos de aporte incremental (y muchas veces fácilmente olvidables). Y lo que hay detrás también es una industria, la de las editoriales científicas”.
Abundando sobre el tema traigo acá al llamado “Movimiento lento”, corriente cultural que indaga en la calma, en el control de nuestro tiempo contra la tiranía de someternos a todo lo que nos implica inmediatez. Este movimiento estructura un equilibrio entre el uso de las tecnologías para ahorrar tiempo y aquellas actividades en las que no es recomendable acelerar nada, como mis montañas, como muchas otras.
En su ya best seller, Elogio a la lentitud, Carl Honoré plantea que estamos atrapados en la cultura de la prisa y la impaciencia. Vivimos en un estado constante de hiperestimulación e hiperactividad que nos resta capacidad de gozo, de disfrute, de acceso al placer que uno puede hallar en el trabajo, las relaciones humanas o la comida. “Hay que reaprender el arte de gozar si queremos ser felices”, dice.
Yo he vivido por años con aquella máxima de Cavafis en uno de los poemas que más me ha inspirado en la vida, Ítaca: “Pide que tu camino sea largo, rico en experiencias, en conocimientos (…) Mas no apresures el viaje”. ¿Por qué contradecir en el presente la mitología y la sapiensa griega cuando el hombre moderno no puede asegurarse mayor felicidad que la de nuestros antepasados? Solo pregunto.
Una muy fuerte e increíble reflexión del disfrute de la vida y de toda la belleza que dejamos pasar por la prisa de nuestra vida moderna y tecnológica.
Magnífico . Está inmediatez nos hace perder peroectibs de la belleza y también del análisis de los hechos. No disfrutamos de un paisaje mucho tiempo y no pensamos el horror de la realidad para poder sacar buenas conclusiones, y en eso el periodismo está en falta.
Excelente trabajo. Es muy lógico el punto de vista del doctor en Física, pues en el sector académico el lema parece ser: “publish or perish”.