“CONTRIBUYA CON DOS CENTAVOS A LOS CÍRCULOS INFANTILES. (…) El día 6 de enero a las 9:30 de la noche se ofrecerá un concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional en el Teatro Auditorium patrocinado por la dirección de Cultura del Ministerio de Educación. Toda la utilidad de la venta de taquilla de este concierto será para los Círculos Infantiles. Así mismo se le recuerda al pueblo que el día 5 de enero pueden contribuir, cada ciudadano, con 2 centavos para los Círculos Infantiles cuando vaya a tomar la criolla e insustituible tacita de café. Esta campaña se hace en toda la República”.
El anuncio corresponde al periódico Hoy del miércoles 4 de enero de 1961 en su sección “Para la mujer… y para todos”. Con dos centavos, o yendo a escuchar a la Sinfónica, cada quien podría contribuir a socializar los cuidados a través de instituciones públicas. Compromiso de la ciudadanía, recursos públicos y política liderada por la Federación de Mujeres Cubanas de entonces, hicieron posible que ese propio año Cuba tuviera Círculos Infantiles. Al inicio fueron pocos, 37. Nueve años después ya habían 606.
No sé cuántas personas aportaron sus dos centavos aquel 5 de enero. Pero puedo imaginar cuántas lo haríamos hoy, casi 60 años después, cuando el país continúa enfrentando una crisis distinta de la que habitualmente se habla: una crisis de cuidados.
La discusión sobre lo que implica crear instituciones públicas que se co-responsabilicen con los cuidados es vital para la sociedad cubana de hoy. Es una discusión que importa –o que debería importar– por, al menos, cuatro razones.
1 Los círculos infantiles condicionan la cantidad y cualidad de la fuerza de trabajo
Cuando triunfó la Revolución en 1959, el llamado “socialismo real” ya acumulaba experiencia en la garantía de cuidados infantiles a través de instituciones públicas. Hacerlo se consideraba un paso imprescindible para incorporar a las mujeres al trabajo asalariado y cumplir dos objetivos: la “emancipación de la mujer” a través del aseguramiento de su autonomía económica, y el progreso socialista necesitado de mano de obra trabajadora para sus empeños modernizadores y de desarrollo.
La creación y expansión de los Círculos Infantiles cumplió parcialmente su objetivo por tres décadas. Los dos centavos ciudadanos rindieron provecho.
La serie de lo que pasó a partir de esa fecha revela que a medida que aumentaron los Círculos Infantiles, aumentó también la integración de las mujeres en el mercado laboral.
El aumento de la participación laboral de las mujeres no sucedió solo en Cuba ni en contextos socialistas. Ese fue uno de los cambios socioeconómicos más importantes del último medio siglo a nivel regional y global.(1) Pero en Cuba sucedió probablemente más rápido y con mejores condiciones para las entonces trabajadoras asalariadas que, además, gozaban de igualdad ante la ley, servicios de salud y educación universales, y voz política.
Sin embargo, la participación laboral de las mujeres ha continuado siendo muy inferior a la de los hombres. Al presente, mientras solo el 49.48% de las mujeres cubanas en edad laboral son parte de la población económicamente activa, en el caso de los hombres es el 76.87%.(2) Casi treinta puntos porcentuales de diferencia. En el resto de los países de la región, la brecha es idéntica.
El ingreso de las mujeres al trabajo asalariado tuvo un tope. Hoy, la tasa de participación laboral femenina cubana es de las más bajas de la región, donde el promedio ronda del 66% (con diferencias grandes entre los distintos países).
La existencia de los Círculos no fue el único factor que tributó a la integración de las mujeres al trabajo asalariado. Insidió también el aumento de su escolarización, su formación en oficios, la presión porque ellas pudieran realizar trabajos no tradicionales. Pero sin los Círculos, no hubiese sido posible.
Todas las personas necesitamos cuidados, y muy especialmente en la primera infancia. Esos cuidados son provistos principalmente por mujeres, a quienes se les ha adjudicado una suerte de “vocación natural” para que los realicen. Sin embargo, eso que llaman “vocación” o “amor”, es trabajo y muchas veces se realiza sin reconocimiento y sin pago.
Después de 1990 (3), manteniéndose estables el resto de las variables (nivel de educación, universalidad de servicios sociales, normas laborales), los Círculos dejaron de aumentar, y sucedió lo mismo con el trabajo asalariado femenino.
En 2017 se implementaron nuevas regulaciones sobre la maternidad que buscan estimular la natalidad y la incorporación de las mujeres al mercado laboral. Los cambios incluyen la posibilidad de transferencia de los cuidados infantiles a abuelos o abuelas trabajadoras, a quienes se les pagaría la licencia correspondiente. Hasta el momento, no parece haber surtido mucho efecto, pues la tasa de participación femenina se ha mantenido estable.
Sin embargo, la participación laboral de las mujeres es esencial para la productividad. Los análisis nacionales y globales han demostrado que la mayor presencia de mujeres en los mercados laborales contribuye decisivamente a la disminución de la pobreza y al crecimiento económico, y propicia una mayor autonomía económica de ellas.
Habría que hacer el cálculo cubano. Pero en este momento se puede decir que el tope que alcanzó el apoyo estatal a los cuidados infantiles, va en detrimento de la participación laboral de las mujeres y, por tanto, de su autonomía. Si tenemos en cuenta que la jefatura femenina de los hogares se ha multiplicado exponencialmente (en 2011 el 40% de los hogares cubanos tenían jefatura femenina y se estima que en 2030 sea más del 50%), la autonomía económica de las mujeres se vuelve un asunto central. Además, más mujeres participando del mercado laboral podría contribuir a dinamizar la economía, aprovechando también la alta calificación de la fuerza de trabajo femenina del país.
Según destaca la nueva Constitución de la República en su artículo 31, “el trabajo remunerado debe ser la fuente principal de ingresos que sustenta condiciones de vida dignas, permite elevar el bienestar material y espiritual y la realización de los proyectos individuales, colectivos y sociales. La remuneración con arreglo al trabajo aportado se complementa con la satisfacción equitativa y gratuita de servicios sociales universales y otras prestaciones y beneficios”.
En Cuba, aproximadamente una de cada dos mujeres en edad laboral no tiene, al menos formalmente, esa “fuente principal de ingresos”.
2 La insuficiencia de círculos infantiles mercantiliza los cuidados en condiciones deficitarias
En 2018, el total de personas menores de cinco años en el país era 592 510, y la matrícula en los Círculos Infantiles fue 134 276. Por tanto, el 22.66% de la primera infancia recibió cuidado en instituciones públicas. Quedaron fuera 456 450 niños y niñas, quienes deben recibir cuidados en sus casas o a través de los servicios que se ofrecen en el sector privado de la economía.
Como parte del proceso de reforma cubano, se incluyó la categoría “asistente para el cuidado de niños” entre las actividades autorizadas para realizar como Trabajo por Cuenta Propia. Antes ya existían cuidadoras privadas, aunque informalmente.
Entre 2010 y 2016 aumentaron las licencias para realizar esa actividad. Eran 732 en todo el país, y pasaron a ser 1890. La Habana acaparaba 645 de ellas. Las normas para el ejercicio de este trabajo responden sobre todo a las condiciones físicas y sanitarias del lugar, y son vigiladas por orientación del Ministerio de Salud Pública. La dimensión educativa de la actividad –que es vital para el desarrollo psicológico y físico en esas etapas– es marginal en el conjunto de las regulaciones y queda a discrecionalidad de quienes ejercen el trabajo.
Según las normas establecidas, cada asistente puede tener a su cargo hasta seis menores. Tomando esa cifra como base, alrededor de 11 340 niños y niñas podrían estar bajo cuidado ofrecido por servicios privados con licencia. Eso es, el 1.91% del total de prescolares del país.
El número es bajo, lo cual puede responder a dos cosas: es un trabajo que continúa ejerciéndose en la informalidad, y/o los servicios privados de cuidado infantil son difíciles de cubrir para las familias cubanas por su altos costos. Ambas razones plantean dificultades.
El servicio de cuidado ejercido bajo pago, de modo informal, puede tener consecuencias negativas, relacionadas con incumplimiento de las normas higiénico-sanitarias, del número de menores bajo cuidado por persona, de las regulaciones sobre el espacio que cada niño o niña debe tener disponible, etcétera.
Por otro lado, los altos costos del cuidado infantil son prohibitivos para una parte de las familias. En La Habana el rango de precios es grande, entre 20 CUC y 150 CUC al mes, depende de las condiciones del servicio. Además, en la mayoría de los casos las familias deben llevar el avituallamiento necesario y las comidas. Sumando lo último, el precio escala. En Cárdenas, el promedio del costo básico de cuidados es 40 CUC, con las mismas normas. En municipios rurales el número baja, pero continúa siendo alto: entre 6 CUC y 30 CUC.
El salario medio cubano era, hasta el reciente aumento salarial, de 722 CUP (29,76 CUC) para el caso de las mujeres y 824 CUP (32,96 CUC) en el de los hombres. Y el 68.4% de quienes trabajan en el país lo hacen aún en el sector estatal. Las cifras hablan por sí mismas. Es difícilmente pagable el cuidado de menores para una parte importante de las familias.
Hay, en efecto, un aumento de la mercantilización de los cuidados. Pero hasta el momento tiene bajo alcance.
Si sumamos el número de prescolares que están en Círculos y en casas privadas, obtenemos alrededor de un 25% del total los niños y niñas en esas edades. Resta el 75%. Una parte de ese número estarán con cuidadoras informales. Pero muy probablemente la inmensa mayoría reciba cuidados diarios en la familia, y principalmente a manos de las mujeres, ya sea a tiempo completo o parcial.
3 La insuficiencia de círculos infantiles responsabilizan a las familias, y particularmente a las mujeres, de los cuidados infantiles
Que una de cada dos mujeres cubanas en edad laboral no se incluya en la población económicamente activa no quiere decir que no trabajen.
Un número indeterminado de mujeres –y de personas, en general– engrosan el sector informal. No hay cifras públicas para precisarlo.(4)
El trabajo informal plantea problemas. Aunque provea ingresos, es altamente vulnerable para quienes lo realizan, y eso importa incluso en un país donde las prestaciones de salud y educación son universales. A mediano y largo plazo, el trabajo informal tiene: falta de protección legal, de seguridad social, inestabilidad y vulnerabilidad en la contratación de quienes sean empleados, falta de garantías para los derechos laborales, etc.
De otro lado están quienes trabajan a tiempo completo como “amas de casa”. Según la Encuesta Nacional de Igualdad de Género (ENIG) ellas son el 27.7% de las mujeres del país entre 15 y 74 años. Si a ese número sumamos las jubiladas (que habitualmente también son trabajadoras no remuneradas del hogar), el número sube a 40.8%. El resto, las que trabajan de forma remunerada formal o informalmente, además hacen los trabajos de cuidados en el hogar en su “tiempo libre”.
En Cuba las mujeres continúan dedicando muchas más horas al trabajo en el hogar que los hombres, 14 horas semanales más, aproximadamente. Que los cuidados es una cuestión principalmente de las mujeres es una idea instalada en el sentido común, y en la práctica cotidiana de las familias y personas.
Son principalmente las mujeres las que realizan un flujo ininterrumpido de tareas, disposiciones, y compromisos que permanecen invisibles. Sin embargo, ellas son pieza clave en la dinámica de reproducción de la vida; aseguran bienestar, socialización, cuerpos saludables o al menos sobrevivientes. Que exista legalmente la posibilidad de licencia de paternidad, no ha cambiado el panorama.
La endeblez de las políticas públicas de cuidado no sobrecarga a las familias en general, sino a las mujeres en específico, que terminan subsidiando parte de la reproducción del sistema social.
Se ha llegado a calcular el valor económico del trabajo doméstico no remunerado realizado en los hogares. En Colombia, por ejemplo, es el equivalente al 20.4% del PIB (del cual el 16.3 corresponde a trabajo de mujeres); en el área metropolitana de Costa Rica, es el 15.3 (del cual el 11.5 corresponde a trabajo de mujeres), y en el caso cubano, es el 20%. (5) Es mucho, y es trabajo.
4 La distribución territorial de los círculos infantiles evidencia la brecha entre zonas urbanas y rurales, y ausencia estatal de las últimas
La distribución territorial de los Círculos Infantiles verifica desigualdades al interior de la sociedad cubana.
De los 1083 círculos actualmente existentes, 1058 son urbanos y 25 se encuentran en zonas rurales. O sea, las zonas rurales del país cuentan solo con el 2.36% del total de los Círculos Infantiles. Esa desproporción no es resultado de los grados de urbanización del país.
En 2018, 110 255 personas entre 0 y 4 años vivían en zonas rurales. Eso es, el 23% de los preescolares. La conclusión es: en las zonas donde vive casi un cuarto de la población entre 0 y 4 años, está solo el 2.36% de los Círculos Infantiles.
En Cuba, los municipios con mayor población rural se encuentran en el Oriente. Allí los salarios medios son más bajos, y hay más población negra y mestiza. La muy escasa existencia de Círculos Infantiles en zonas rurales, entonces, vulnerabiliza más a esos grupos. No es de extrañar, finalmente, que el Índice de Desigualdad de Género sea más alto en la zona Oriental y que esa desventaja, además, esté racializada.
¿Cuál es la discusión necesaria para Cuba?
La Constitución de República recientemente derogada consignaba en su artículo 44 la obligatoriedad del Estado de garantizar Círculos Infantiles y otras instituciones de cuidados para “facilitar” a la “familia trabajadora el desempeño de sus responsabilidades”. En la nueva Carta Magna ya no es así. Eso no quiere decir que la política de base se anule, pero sin dudas pierde suelo e importancia jurídica.
Debemos actualizar el debate sobre cómo el compromiso público con los cuidados (todos los cuidados, no solo en la primera infancia) es fundamental para estrechar las brechas de género en los mundos laborales, y en los espacios domésticos. Los Círculos no son la única estrategia, aunque es una importante. Es necesario redistribuir los cuidados a través de la participación estatal y también al interior de las familias. El otorgamiento de licencias no transferibles a los padres, por ejemplo, ha probado tener efectividad en otros contextos para estimular sus responsabilidades de cuidado con hijos e hijas.
En todo caso, el cuidado no es asunto exclusivo de las mujeres, ni de las madres. Tres R son punto de partida para pensar el asunto y discutirlo también en Cuba: reconocer los cuidados como trabajo (no como contribución “natural” de las mujeres ni resultado de su amor); reducir las precariedades que dificultan cuidar y que hacen de los cuidados una carga pesada; y redistribuir los cuidados dentro de la familia y con el Estado.
Todas las personas necesitamos cuidados, todas las personas necesitamos aprender a cuidar, las instituciones también deben asegurarlo. Una sociedad que no valoriza los cuidados y no se responsabiliza con ellos, es una sociedad indolente con los suyos, y sobre todo con las suyas.
Notas:
(1) En los años 1960, sólo dos de cada diez mujeres trabajaban o buscaban trabajo activamente en la región. Hoy son casi siete de cada diez.
(2) La Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género (2016) da datos un poco distintos, aunque se mantiene la brecha. Según esa fuente, el 68.7% de los hombres y el 45.1% de las mujeres realizan algún trabajo remunerado. Pero la encuesta se refiere a las personas entre 15 y 74 años, y la edad de jubilación en Cuba es 60 años en el caso de las mujeres y 65 para los hombres. Esa debe ser la causa por la que las cifras con inferiores.
(3) En 1992 se crea el Programa Educa a tu Hijo, primero para zonas rurales y luego se expandió a las zonas urbanas. No hago referencia al mismo porque si bien el programa acompaña en la educación pre-escolar, no supone cuidado diario ni permite que las mujeres puedan integrarse al mercado laboral.
(4) Se podrían intentar algunas estimaciones. Según la ENIG, un 27.7% de las mujeres trabaja en “quehaceres del hogar” y el 45.1% es trabajadora remunerada. El resto son jubiladas o pensionadas (13.1%), estudiantes (8.9%), no realiza ninguna actividad (3%), busca trabajo (0.9%), o se encuentra en otra situación (1.3%). La suma de las tres últimas categorías podría dar un número cercano al volumen del trabajo informal: 5.2%. Pero esa es una aproximación demasiado laxa, porque también seguramente realizarán trabajo informal ocasional o permanente las “amas de casa”, jubiladas o estudiantes.
(5) El dato es resultado de una encuesta nacional realizada en 2002.
Excelente!! Muy buen periodismo.