De un tiempo a esta parte las peñas deportivas se han convertido en toda una institución de la cultura cubana. Para quienes no las conocen, con este apelativo se designa a las reuniones espontáneas de ciudadanos en varios parques, sobre todo en el Central, de La Habana, y en la Plaza de Marte, de Santiago de Cuba, para discutir una de las pasiones nacionales: el béisbol.
Se trata de un interesantísimo fenómeno sociológico. No tiene límites generacionales, ni raciales, ni de género –aunque para hilar un poco más fino, en las peñas la presencia femenina no constituye precisamente un rasgo distintivo. Sus actores son jubilados, trabajadores estatales, cuentapropistas, estudiantes, tahúres, trujamanes, mulatos, blancos y negros, como corresponde a un paisaje donde la mezcla es norma.
Allí confluyen, entre otras cosas, para defender sus puntos de vista, prefigurar el ganador de la Serie Nacional, buscar soluciones a la crisis, criticar las decisiones de un manager o la mala jugada de un pelotero, a veces con la profesionalidad del mejor de los especialistas deportivos.
Recuerdo que hace unos años un escritor cubano dijo una verdad en un panel: en Cuba las discusiones sobre la pelota se caracterizan por la intolerancia y el fanatismo.
En efecto, a esas peñas no se va a escuchar sino lo que case con los criterios del hablante; se va a imponer, no a persuadir ni a enriquecerse con las opiniones del otro. Los congregados gritan, escandalizan, gesticulan, alzan los brazos al aire, momento ideal para hurgar en toda una semiótica del lenguaje corporal que se dirige, en última instancia, a intimidar al oponente en correspondencia con la cultura del solar, el machismo y la guapería.
Sin embargo, lo curioso es que esa agresión no llega a ligas mayores. Los incidentes de violencia física –como ocurre a menudo, por ejemplo, en América Latina y Europa cuando se trata del fútbol– resultan escasos, y todo suele culminar en la risotada o en ese choteo, estudiado insuperablemente por Jorge Mañach.
Esos componentes de la cultura popular suelen tener sus momentos más álgidos cuando se enfrenta Industriales, el equipo-insignia de la capital, con alguno de la llamada Cuba B, en especial de las provincias orientales, esas que han emitido a La Habana mayor cantidad de emigrantes, por lo general asentados en municipios donde reina la superpoblación, en barrios periféricos o al otro lado de la Bahía, y que llegaron para ocupar los puestos laborales rechazados por los habaneros, o para dedicarse a una larga lista de actividades informales.
Los llaman “palestinos” porque no tienen tierra. “Industriales campeón; palestinos, váyanse” –leí una vez en una pared, orden acompañada por chistes en el ámbito de lo privado, en las salas de las casas o en algunas sobremesas. Uno de ellos aseguraba que los orientales eran quienes más aportaban al Producto Interno Bruto, referencia a todas luces racista. Según se cuenta, en Guisa –poblado que muchos consideran “la capital de la Sierra Maestra” –, se fundó una peña donde no había problemas de discusión porque no se dejaba entrar a nadie que no fuera fanático de Industriales. Es que a la intolerancia, como a Roma, se llega por todos los caminos.
En 1947, Selecciones del Reader’s Diggest escribió: “los cubanos se caracterizan individualmente por su simpatía e inteligencia, y en grupos por su gritería y apasionamiento. No les hablen de lógica, pues esta implica razonamiento y mesura, y los cubanos son hiperbólicos y desmesurados […]. Cuando discuten, no dicen: ‘No estoy de acuerdo con usted’, dicen: ‘Usted está completamente equivocado'”.
Todo eso está sobre los hombros. Como un yunque.
Y hay que acabar de quitárselo de encima, más allá de las peñas del Parque Central y la Plaza de Marte.
muy bien escrito!
Muy bueno;de verdad que no entiendo por que las fajasones en el futbol,el futbol es un deporte algo aburrido,se pasan los 90 minutos arriba y abajo,y muchas veces terminan 0 a 0.
Buenisimo, la punta del iceberg, no?