Los ojos de Lusian Hernández se llenan de lágrimas al recordar que le regalaron un par de zapatillas de punta al arribar a Miami con una beca para estudiar danza cuando su Venezuela natal caía en crisis económica.
Recientemente, Hernández apareció en un teatro en el sur de Florida ataviada con un vestido color vino en la primera escena del “Cascanueces”. Se deslizó por el escenario abrazando a Clara, la protagonista, y agitando el brazo para saludar a los invitados en la escena de la fiesta de Nochebuena de este ballet tan popular en las fiestas de fin de año.
Hernández, de 25 años, es una bailarina profesional del Arts Ballet Theater de Florida, una escuela y compañía que ha adquirido fama de refugio para la diáspora dancística venezolana. Una veintena de bailarines provenientes del país sudamericano tienen papeles en esta producción, desde ratoncitos que comen queso hasta copos de nieve que bailan un vals en un paisaje invernal.
Algunos bailarines han solicitado asilo con sus familias. Otros, como Hernández, obtuvieron la residencia a través de la compañía o el trabajo de sus padres.
“La danza los ha salvado”, dijo la venezolana Ruby Romero-Issaev, la directora ejecutiva de la compañía. “Los padres se sienten protegidos aquí”.
La escuela y compañía en el suburbio miamense de Aventura atrae a los venezolanos debido a que su director artístico ruso es un nombre conocido en el país sudamericano. Vladimir Issaev, el esposo de Romero-Issaev, partió de la entonces Unión Soviética para ocupar el cargo de maestro de ballet en el Ballet Nacional de Caracas, donde trabajó con el coreógrafo Vicente Nebrada de 987 a 1997 antes de fundar la escuela y compañía en Florida. Anteriormente se había recibido como coreógrafo del célebre instituto GITIS de Moscú.
Célebre por agregar un estilo teatral moderno al ballet, Nebrada tuvo una fuerte influencia sobre Issaev, quien a su vez lo convenció de crear versiones de ballets clásicos que en principio los venezolanos rechazaron, como “Romeo y Julieta”, “El lago de los cisnes” y Coppelia”.
Se atribuye a Issaev haber formado una generación de bailarines en Caracas que desde entonces ocupan puestos de primeros bailarines y solistas en compañías estadounidenses.
A medida que se agravaba la crisis económica en Venezuela, antiguos conocidos de los Issaev empezaron a recomendar la escuela en Miami a familias que emigraban a Florida.
A pesar de las intenciones iniciales del difunto presidente Hugo Chávez de ampliar el acceso a las artes, sus detractores dicen que el gobierno izquierdista no tuvo una política consecuente, lo que generó tensiones con los artistas y mantuvo alejadas a las audiencias. Las compañías de danza cierran sus puertas a medida que disminuyen los fondos estatales.
“La danza ha sufrido como todo el país”, dijo Laura Fiorucci, coreógrafa hasta 2016 con la misma compañía de Nebrada, llamada ahora Ballet Teresa Carreño. “Se redujo varias veces el presupuesto, y a medida que aumentaba la inflación, no pagaba mucho. Los bailarines se iban porque no podían pagar las cuentas. Retrocedió desde el punto de vista artístico”.
Fiorucci se fue a Buenos Aires, donde creó una compañía con bailarines venezolanos que emigraron.