Desde finales de la administración Ford (1974-1977), y sobre todo durante el inicio de la de Carter (1977-1981), se fue produciendo un cierto deshielo entre los gobiernos de Cuba y los Estados Unidos.
Una de las percepciones prevalecientes, desde Estados Unidos, sobre todo en el discurso político y la prensa liberales, subrayaba que después de los sucesos de Bolivia, con la muerte de Ernesto Che Guevara y la liquidación de su guerrilla, Cuba ya no estaba más en condiciones de exportar la revolución. Ese momento terminó con los sucesos de la guerra de Angola, que paralizó un acercamiento que condujo a la creación, en 1977, de las Secciones de Intereses respectivas en Washington y La Habana.
Por otro lado, en el exilio comienza a emerger la idea de que aquello no iba a ser tan corto como se presumió desde el inicio, pues al cabo de dos décadas en Cuba transcurría el llamado proceso de institucionalización tras la huella de la Unión Soviética, después del fracaso de la Gran Zafra y de la entrada al CAME. Esa atmósfera impactó sobre muchos cubanos en los Estados Unidos y se produjeron dos acontecimientos que, de alguna manera, marcaron un cambio.
En primer lugar, por razones propias un grupo de ejecutivos y hombres de negocio decidió sentarse a la mesa con el gobierno cubano en lo que se conoce como el Grupo de los 75, gentes más moderadas que entonces serían estigmatizadas con el despectivo “dialogueros” (especie de “gusanos”, pero al revés) y sometidas a acciones que iban desde la intimidación al atentado y las bombas. Estos son los que van al “diálogo con personas representativas de la comunidad cubana”, como se les llamó oficialmente en el año 1978.
La existencia de ese grupo, en el que había desde ex batistianos hasta participantes en Bahía de Cochinos, constituye un marcador de cierta diversificación del espectro político de los cubanos, y coincide en el tiempo con un segundo acontecimiento.
Durante los años 60s y 70s en los Estados Unidos había ido emergiendo una contracultura que incidió de varias maneras sobre un conjunto de jóvenes cubanos que por ese entonces estaban estudiando en las universidades al calor de las luchas por los derechos civiles, la guerra de Viet Nam, las protestas masivas y la aparición de algo más bien difuso llamado “el movimiento”. Todo ello condujo a la emergencia de organizaciones como la Brigada Antonio Maceo y la revista Areíto, en las que tuvo un papel seminal la figura de de Lourdes Casal (1938-1981).
Fue la primera vez que se produjo el contacto directo y masivo entre ambas orillas debido a la política del Estado cubano en el sentido de permitir las visitas de quienes se habían ido, a condición de no estar involucrados en actividades contra el sistema. Los viajes de los cubano-americanos produjeron un impacto interno polivalente que iba del rechazo a la aceptación, como lo testimoniaba entonces el documental 55 hermanos, de Jesús Díaz, o uno de los cuentos de Mujer transparente, de Marisol Trujillo, en el que se narra la reconexión de dos amigas en un hotel de La Habana. Los gusanos, de pronto, se convirtieron en mariposas, una percepción social no exenta de ironía y choteo criollo.
Sin embargo, el tratamiento oficial inicial que les dieron estuvo lastrado por un problema: eran turistas.
Al principio los “comunitarios” –esa palabra nueva en el idiolecto nacional– debían quedarse en hoteles y comprar en tiendas especialmente habilitadas al efecto, el punto de partida de una cultura del consumo que, como diría Lezama, se extendería como un gato sobre el tejido social. Los ventiladores Sanyo, adquiridos por los parientes en las diplotiendas, se sumaron en las casas a los Órbitas soviéticos. Las radio-grabadoras Sony portátiles permitían escuchar cosas tan disímiles como los casetes de Silvio Rodríguez, la salsa de Celia Cruz y los chistes de Guillermo Álvarez Guedes, entre comidas y tragos que miraban a los vínculos familiares.
El título de una antología de la literatura cubana, publicada por Edmundo Desnoes en 1984, en la que se incluían autores de dentro y de la diáspora, resumía como pocos el problema: Los dispositivos en la flor, frase que el antologador tomó prestada de un poema de Cintio Vitier. El libro fue virulentamente bombardeado dentro y fuera del enclave, como corresponde a una cultura polarizada en la que las pasiones juegan un papel nada despreciable. Un recordatorio de que lo que se está reciclando ahora mismo, pero con mucho menos nivel, no es coyuntural sino genético.
Del lado de allá, el Diccionario de Literatura Cubana, del Instituto de Literatura y Lingüística, una obra de ejecución demasiado larga en el tiempo, marcaba la territorialidad de lo cubano limitando el concepto a los escritores de dentro y excluyendo del conjunto a los que se habían ido, una idea que tomó también demasiado tiempo en ser removida, y ciertamente no por entero hasta el día de hoy.
Los efectos sociales de esa lógica del contacto se han venido estudiando. Frecuentemente se le responsabiliza de constituir la causa de los sucesos del Mariel, uno de los más traumáticos a ambos lados del Estrecho. La base de esta argumentación se sustenta en el impacto psicológico-cultural de los visitantes sobre los isleños, una formulación unilateral que oblitera los problemas internos generados por el propio socialismo cubano y la presencia de un componente de marginalidad heredado y no resuelto. Un dato del Mariel, pero a la vez el boom no puede reducirse solo a eso.
A fines de los años 70 en la sociedad cubana hay todo un acumulado que sirve de base para esa estampida de alrededor de 125 000 personas. La políticas económicas fallidas y el voluntarismo, criticados por el Primer Congreso del Partido, en 1975, junto a factores como la caída de los precios del azúcar, constituyeron el carburante debido a las afectaciones en la vida cotidiana, solo acolchonadas más adelante, cuando los llamados “mercaditos” permitieron a los cubanos disfrutar de niveles de consumo relativamente aceptables con sus salarios mensuales, aun cuando la calidad de los productos no pudo nunca competir con la de sus equivalentes occidentales.
El Mariel fue, básicamente, una combinación de circunstancias internas con los efectos de la recepción privilegiada de la inmigración ilegal, refrendada por la Ley de Ajuste Cubano. Las visitas de “la comunidad” constituyeron, en todo caso, un obturador –y no la causa. Avalar lo contrario equivaldría a responsabilizar al sofá y no al amante.
Pero se había roto el hielo de la incomunicación entre las personas en las dos orillas. Eso fue, a final del día, lo más importante.
“…que entonces serían estigmatizadas con el despectivo «dialogueros» (especie de «gusanos», pero al revés)…” Francamente no sé por qué el autor piensa que “dialogueros” es “gusano” al revés. Los llamados “gusanos” fueron aquellos que decidieron irse de Cuba cuando la dictadura les despojó de sus propiedades. Los “dialogueros” fueron los que decidieron virar la cara a ese despojo y sentarse a hablar con la misma dictadura.