Una cementocracia parece señorear hoy en ciertas instancias del micropoder empresarial de La Habana. Para hacer un arreglo en las luminarias de 23, en junio de 2019 uno o varios directivos de la Empresa Eléctrica territorial de Plaza generaron la lamentable iniciativa de romper y después emplastar de ese material constructivo un tramo de la acera de La Rampa, una larga estructura de granito con mosaicos de artistas plásticos cubanos construida en 1963 y concebida como una galería para el caminante.
No mucho después, vecinos y transeúntes de la calle G vieron levantar, de pronto, una caseta en una parada de guagua, más propia de feria agropecuaria que de jardín. Más tarde, una entidad no identificada hizo desaparecer, también de pronto, la yerba del separador de la calle Línea, sustituida por adocretos.
Como bien se sabe, lo último consistió en arrancar la yerba en el tramo final de la misma calle G, conocida también como Avenida de los Presidentes. Lo que allí se hizo fue un verdadero erial de almas a base de cemento y adocretos. Y, sobre todo, una violación urbana y patrimonial. Restarle importancia al hecho sosteniendo que solo se trataba de unos pocos metros cuadrados de adoquines denotaba a las claras —ya desde entonces— todo lo que en Cuba queda por avanzar en cultura de patrimonio, incluso considerando las distorsiones a que fue sometido el problema en las redes sociales, de un tiempo a esta parte devenidas verdaderos establos de Augías.
Pero dos recientes pronunciamientos oficiales parecen poner fin a la discusión, y ojalá que al problema de las intervenciones “por la libre” en el panorama urbano. En el primero, el máximo dirigente del PCC en La Habana, Antonio Torres Iríbar, expresó de manera enfática la obligación de preservar el patrimonio. El periódico Tribuna de la Habana lo reportó de la siguiente manera:
“El dirigente partidista hizo referencia a procederes urbanísticos incorrectos que provocan la crítica y la repulsa de los vecinos, como sucedió, por ejemplo, con el muro de la Playita de 1ra. y 70 y el parque de la calle G. Apuntó que terminaron por ganarse la desaprobación por no haberse pensado bien (previamente), al violar lo establecido y atentar contra el patrimonio. Criticó duramente a los inversionistas de estas acciones constructivas porque desestimaron las consultas pertinentes como correspondía; además, la falta de esmero que impactó, negativamente, en la belleza de las terminaciones.
“En el caso de los constructores, y a los organismos implicados en la fiscalización y control (Planificación Física, CITMA, Patrimonio y los gobiernos locales), reprochó el no alertar a tiempo, exigir la paralización de las acciones constructivas como lo dispone la ley.
“No podemos darnos el lujo de que prácticas tan dañinas puedan repetirse en lo adelante”, concluyó.
El segundo, un mensaje del Instituto de Planificación Física (IPF), según su página web, “una entidad nacional subordinada al Consejo de Ministros que dirige la aplicación de la política del Estado en materia de ordenamiento territorial, urbanismo, los aspectos del diseño y la arquitectura relacionados con este último”.
“Toda intervención urbana”, dijo su representante, Gisela Domínguez Battle, “debe estar acompañada del conocimiento especializado y el apego a las normativas”. Y añadió con idéntico énfasis: “La modificación inconsulta de una porción del verde de calle G, una de sus principales arterias, es una acción que debió ser presentada a revisión y aprobación por los órganos competentes, por lo que constituye una violación urbanística. Las autoridades y la DPPF de La Habana así lo han identificado”.
El Vedado fue casi desde sus inicios una ciudad jardín, concepto avant-garde que puso a La Habana entre las ciudades más esplendorosas del hemisferio. Por eso justamente el arquitecto José M. Bens, uno de sus primeros estudiosos, pudo calificarlo en 1939 como “una notable creación del urbanismo tropical”, aun cuando por entonces distara de estar terminado.
Pero ese no es únicamente el punto. La relación de la sociedad civil con las nuevas tecnologías está creando un nuevo fenómeno en Cuba, eso que en inglés se conoce como accountability. Funcionó con el muro de Playa, felizmente derribado. También con las espantosas paradas de guagua levantadas en ese municipio, retiradas del escenario hasta que se encuentre una fórmula satisfactoria. Y ahora, finalmente, con la manzana de la discordia.
Quedan, sin embargo, muchos problemas por resolver, entre ellos el hotel de 25 y K, detrás de la parada frente a Coppelia, casualmente una zona del mismo Vedado en la que la arquitectura moderna de los 50 campea por su respeto.
Las entidades y organismos involucrados tienen entonces su turno.
La Habana es una de las ciudades mas hermosas del planeta, precisamente porque todavia conserva la bellesa de lo que es antiguo , acogedor y artistico.
Las cuidades modernas donde todo es concreto, vidrio y asfalto son muy funcionales pero vivir todo el tiempo rodeado de concentro no es nada agradable. Faltan los arboles, las areas verdes, la naturaleza, los espacios abiertos y arquitectura donde el arte es tan importante como su uso practico.
Usen los adoquines que pusieron en la calle G para reparar viviendas, que mucha falta hace, y reconstruyan las destrozadas areas verdes en un jardin de nuevo. A los dirigentes que aprobaron tal barbaridad los deben asignar a un puesto mas adecuado para su especialidad, podrian ser muy utiles construyendo nuevos establos para animales y otros proyectos semejantes.