El cubano no lee lo que quiere, sino lo que puede. Lee lo que encuentra. Lo que aparece. Sigue leyendo, lector, es una sección de literatura en plan náufrago, para mantenerte vivo.
Confieso que durante algún tiempo quise escribir como Jorge Enrique Lage, solo que nunca antes lo había leído. Ni una línea. Ni la más mínima curiosidad. Me bastaba con saber que era un escritor excéntrico y apátrida, pornógrafo y futurista, bioquímico venido a menos, imitador de César Aira. Yo aspiraba a ser lo mismo. Aspiraba a tener un estilo que se diferenciara mucho del resto de los escritores cubanos —por aquel entonces la literatura nacional me resultaba tremendamente cansina: los narradores intentaban emular o al menos reproducir —sin éxito— las novelas de otros cubanos, de cubanos muertos, para ser precisos; los poetas padecían una especie de autismo insular; los dramaturgos se zambullían, con mayor o menor delicadeza, en la “metafísica del chicle”—, y Lage me parecía ideal porque, sin haberlo leído, conocía en cambio historias sobre las implicaciones políticas de sus publicaciones en Diario de Cuba y en el e-zine de escritura irregular The Revolution Evening Post. Implicaciones que me concernían. Tanto que durante algún tiempo me dediqué a imaginar lo que se suponía que Jorge Enrique Lage escribía, y más precisamente, lo que necesitaba la literatura cubana que Jorge Enrique Lage escribiera. Fiction punk, necesitaba letras experimentales, dinamita, pero no como los vanguardistas cubanos, que me parecían aburridos, ni como Ezequiel Vieta que me resultaba francamente ilegible, sino algo moderno, más bien tirando para su parcela, algo fantástico: un continuador de Miguel Collazo, el novelista cubano que se enterró una aguja de coser en el pecho, para entendernos.
Me llevé una cierta sorpresa el día en que por fin me decidí a leerlo. No parecía un escritor cubano. Tal vez por eso —por la extraña clase de herida que le infieren a la literatura nacional— sus libros resultan tan perturbadores. El primero, Fragmentos encontrados en La Rampa (Abril, 2004), exuda talento. Los que hoy acusan a JE Lage de escribir libros demasiado insólitos y como en una “lengua extranjera”, recibirán una bofetada con este pocket book. Recuerdo que pensé entonces, muy concretamente, en el censor, en el oscuro funcionario encargado de aprobar la publicación del manuscrito. Lo imaginé magnetizado tras la lectura de:
“Te voy a regalar un libro”, le dije, “abre las piernas”. Ella obedeció […] y yo le puse el libro sobre su pubis. […] “Cómo se llama”, y yo, arrobado: “El siglo de las luces”, y ella, perdida, “¿de qué trata?”, y yo, salivante: “tiene que ver con La Revolución…”, y ella…, saltó de la cama como si el libro se hubiera puesto al rojo vivo.
“¿¡Y ESO fue lo que tú me pusiste AHÍ!?”
Altivamente imaginaba al tipo subrayando esas frases que para mí eran bellas y para él incomprensibles. Sediciosas. Hay ficción, dice Lage, cuando hay fricción.
Pero hoy, en Cuba, ¿hay escritores porosos? Hablo de esa porosidad que no es más que un antídoto contra la retórica de los carpenterianos, la logorrea de los vicarios lezamianos, la jodida y maldita circunstancia de los eunucos de Virgilio Piñera. La porosidad de la desherencia. La porosidad de atentar contra el lenguaje y la tradición.
Alguien dirá Oscar Cruz; alguien seguramente leerá un poema de La maestranza: “un pájaro moteado/ Cuá Cuá, venía cada tarde/ a cantar en nuestro patio/ […] estos pájaros cabrones comen/ y viven de Lezama, viajan y/ engordan por Lezama. este/ pájaro moteado es un vividor”.
Alguien dirá Ahmel Echevarría, el Ahmel-personaje de Días de entrenamiento: “pégate el bolígrafo a la sien como si quisieras volarte los sesos con un disparo, y escribe. ¡Escribe!”.
Alguien dirá Legna Rodríguez Iglesias: “te pido que no interpretes/ […] porque sabrías/ que soy la perra dócil de la poesía cubana/ la perra sin hueso/ […] te pido/ que en paz me dejes/ que tranquila me dejes/ y sola/ voy/ a desenterrar/ el hueso”.
Y —si todo sigue así— alguien muy pronto dirá Jorge Enrique Lage.
Si tuviera que definir, en una palabra, cómo son los libros de Lage, mi respuesta sin duda sería: artefactos. Lo resumo a manera de hashtag: #LageEscribeLibrosDegenerados. Siete en total, publicados en Cuba:
Tres relatos ambulatorios, con unos diálogos envidiables, conforman Fragmentos encontrados en La Rampa. Poco y nada más que agregar al segundo mejor debut de la literatura cubana de la última década —¿el primero?: Carlos Manuel Álvarez con La tarde de los sucesos definitivos—, salvo que el relato “La máquina” es, apenas, excelente.
Un libro, Yo fui un adolescente ladrón de tumbas (Extramuros, 2004), que no debió existir. Quiero decir: que no tenía derecho a existir como cuaderno independiente, sin Fragmentos… Los dos textos eran un solo libro, las dos partes de un solo libro, publicado por diferentes editoriales cubanas.
Un volumen de relatos que no le he leído y que, a juzgar por su título, jamás leeré. (Los ojos de fuego verde, Abril, 2005)
Una poderosa antología de ficción paranoica: El color de la sangre diluida (Letras Cubanas, 2007). Doscientas páginas con esa fuerza definitiva de la ficción cubana made in Lage. Ya saben: abundante data porno y un top ten de mujeres extravagantes: Betty Vedette, el animal fabuloso; L., la extranjera, con su mascota llamada como Daína Chaviano; Violeta Venus, alias La Catapulta; J., la muñeca gótica estilo Amy Lee; Laura, la bloggers contrabandista… Todas jovencísimas: el formol de la literatura.
Esquizo-anotaciones que recuerdan la disposición onírica de “Un paseo por la literatura”, de Roberto Bolaño, proporcionando aquello de lo que las letras cubanas carecen: arbitrariedad. (Vultureffect, Unión, 2011)
Una novela alucinógena, ciencia-ficcionera. La historia de una suerte de Lolita asesina —estrella de una singular teleserie o irreality show— que estrangula a los hombres con una insignia patria: la pañoleta escolar, y de un investigador obsesionado con la técnica radiométrica del carbono 14. (Carbono 14. Una novela de culto, Letras Cubanas, 2012)
Y, finalmente, una road novel, La autopista. The movie (Colección G., 2014), que es, como mínimo, tres cosas en una: Un tour lunático por el mundo de freaks que se creen personajes de Anne Rice o de algún otro escritorzuelo. Un cut & paste de las biografías extremas de Roberto Goizueta, el químico cubano designado presidente de la Coca-Cola en el año 1980; de Spencer Elden, aquel bebé desnudo, bajo el agua, flotando en la portada de un disco de Nirvana; de Yusnavy Izquierdo, un pelotero cubano de las Grandes Ligas; de Bobby Fischer y José Raúl Capablanca, pero bueno, todo el mundo sabe quiénes son Fischer y Capablanca. Y una novela donde La Habana ya no existe y apenas importa. Es decir, una novela para que la literatura cubana contemporánea entre en el siglo XXI, con carácter retroactivo. Y eso basta.
Una curiosidad: Si algo tienen en común estos siete libros de Jorge Enrique Lage es que ninguno habría ganado el premio Alejo Carpentier de narrativa en Cuba. Tampoco los de Aira. Problemas con las Bases, creo.
Lo demás lo callo; un enorme buey pesa sobre mi lengua.
muy disfrutable. hay que leer a Lage después de tus comentarios, ¿dónde se puedo comprar sus libros?
Y pensar que lo tuve sentado detrás de mi, los tres años que compartimos de estudios en la Lenin!! Me siento orgullosa!!
Está bien eso de la jodida circunstancia de los eunucos de Piñera. Creo que La autopista es el libro cubano más hermoso que he visto en los últimos 5 años ¿tú eres el de la Colección G.?
No conozco al escritor referido, si te puedo decir que en Uruguay tampoco se puede leer lo que quieras porque los libros son tan caros que aparecen como inaccesibles para el común de la gente, además con el consumismo de virtualidades la gente lee cada vez menos. saludos desde Montevideo.
Tambien quisiera leer a Lage, en Cuba no habia escuchado nada de el, y en el pais donde vivo Ahora, o al menos en el estado en el que vivo la literatura cubana no existe, como puedo tener acceso a sus libros???
Buen buey de oro que siempre pesa.
Tú no eres el único que jamás leerá Los Ojos de Fuego Verde. Buen desperdicio de papel.
Más de lo que (creen no es) lo mismo. Estos chicos (chiquillos diría mi amiga M.E.) de la generación (qué generación) 0, creen que están cambiando el panorama literario (desde) Cuba-No. Ahora no les basta cn escribir con tamaña pobreza estilística, sino que quieren también teorizar, justificar lo injustificable. Nada de lo por ellos aquí escrito trascenderá y no solo porque NADA va YA a trascender, sino porque no tiene ese real valor transgresor que el que quieren patinar su precariedad.
cuando leí “el caso lage” pensé que era otra cosa… en fin, no pasé del segundo parrafo
Una única sugerencia: deberías escribir en un lenguaje un poco más llano. Las frases rebuscadas y los anglicismos no son sinónimo de buena escritura ni de alto vuelo teórico. Por lo demás, Lage es parte de una generación, o más bien de un complejo de generaciones, que ha tratado de romper con los moldes, pero por un camino que no creo que sea provechoso a largo plazo. A lo mejor, muy probablemente, me equivoco, pero sus probabilidades de trascender son muy limitadas